Ruido y realidad
Por qué conviene mirar más allá del ruido político: el auge del populismo europeo ofrece claves también para entender lo que pasa en nuestra realidad más inmediata
Me permitirá el lector que empiece esta Mirada con un apunte personal. Suelo departir de estas columnas una vez se han publicado con los más allegados, entre ellos mi padre, quien se las ha leído todas. Crítico con algunas de ellas, suele ser benévolo con la gran mayoría. Sin embargo, tras mi último artículo (Una profesión difícil y necesaria) me hizo un comentario sobre los temas que habitualmente trato que me invitó a la reflexión. He aquí lo que me dijo: «Javier, ¿por qué no escribes en tus artículos, aunque sea una pincelada, sobre la polarización que se vive en España?». «La verdad es que aquí se vive también mucho de lo que describes en otros países de Europa», me explicó. «Con los compañeros de la piscina (también jubilados como él) hablamos a menudo sobre la tensión social que se vive y nos preocupa el mundo que os dejamos». El comentario tenía (y sigue teniendo) todo el sentido del mundo.
Paré unos segundos para digerir la pregunta y formular una respuesta. No fue sencillo. Por un lado, tengo la sensación de que estamos sobreexpuestos al debate político, más al ‘debate’ que a lo ‘político’. Es decir, las formas (o malas formas) de los políticos ocupan cientos de horas de televisión y videos cortos en redes sociales que el propio contenido de las medidas que se aprueban y las que, a la postre, son las que realmente tienen un impacto directo en nuestras vidas. Desde hace años, parece que, en términos mediáticos, importa más cómo se expresa un político que lo que realmente dice. Algo que bien conocen los populistas de Europa, incluído España, y que no dudan en instrumentalizar en su propio beneficio. En este sentido, no quiero contribuir con estas columnas a ese exceso de la hipérbole política a la que los lectores ya están expuestos a través de otros medios de comunicación.
Por otro lado, tengo el firme convencimiento de que nadie mejor que los propios ciudadanos de un país para saber lo que se cuece a nivel local, autonómico o estatal. Ese ‘convencimiento’ está cimentado en mi propia experiencia como periodista internacional, ya que siempre trabajamos con periodistas locales cuando llevamos a cabo una investigación. Así ha sido en los casos de Hungría, Finlandia, Serbia, Turquía, y un largo etcétera. Pero más allá de los profesionales de la comunicación, los ciudadanos tienen, además, contacto directo con una realidad que a menudo no se refleja en los medios o que tarda en llegar. Me refiero, por ejemplo, a los cambios a nivel de economía familiar (antes el vecino que se iba dos veces de vacaciones en verano y ahora parece que no ha salido) o del barrio (la panadería de toda la vida que ha desaparecido, la peluquería canina que se trasladado dos calles más abajo, etc.) que observamos y sufrimos antes de que se ‘conviertan’ en tendencia macroeconómica. Es decir, el lector tiene acceso a un sustrato social donde la realidad se hace patente antes de que se cuente en los medios. Una realidad española ‘de calle’ (si se me permite) de la que estoy desconectado tras más de una década en Viena.
Un tercer argumento es el propio sesgo profesional. Es decir, tengo la sensación de que puedo contribuir algo al lector si escribo sobre lo que he ido acumulando experiencia profesional durante años que verter una opinión formada sobre temas que, si bien conozco, nunca he profundizado. Sobre todo, cuando desde el Diari se me da la libertad absoluta para escoger el tema de La Mirada. De hecho, el primer contacto que tienen en el periódico sobre lo que voy a escribir es cuando directamente reciben la columna, entre la cuatro y seis de la tarde del día anterior al que se publica.
Así que seguiré dedicando este espacio para hablar del auge de los extremismos en Europa a caballo de la desinformación, la perversión del lenguaje y los ataques deliberados a la prensa, y dejaré que el lector libremente esboce los paralelismos con lo que pasa en la puerta de su casa.