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    Cristóbal Colón, descubridor del yogur

    La mirada

    16 enero 2023 19:22 | Actualizado a 17 enero 2023 07:00
    Lluís Amiguet
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    Si a usted le hubiera tocado llamarse ‘Colón’ de apellido, ¿hubiera bautizado como Cristóbal a su hijo? Me lo pregunta Cristóbal Colón antes de confesarme que aún no ha perdonado a su padre –ni al cura que le animó– por haberle puesto el nombre que le convirtió en el pitorreo de sus compañeros de pupitre... Y de cárcel, porque Cristóbal fue comunista después de sastre: fue aprendiz de sastre en Zaragoza y se hizo rojo, lo que le llevó al presidio, por ser siempre un descubridor, ante todo, de injusticias.

    Y descubrió que el manicomio de las Delicias en Zaragoza, donde tenía trabajando amigos del partido, era mucho peor que la cárcel. Así decidió cambiar su profesión por la de psicólogo; se matriculó a los 25 años en la universidad y pidió a los amigos psiquiatras que le consiguieran trabajo de enfermero en aquel sanatorio para «arreglar las cosas».

    Antes que arreglar las cosas y mejorar la vida de los enfermos a la dirección del centro le resultó más fácil arreglárselas sin él y lo despidieron. Así acabó de «refugiado político» en Catalunya, donde la sociedad era más progresista y avanzada en salud mental, pero donde todavía estaba todo por hacer.

    Cristóbal pasó por el manicomio de Salt. Eran tiempos de la antipsiquiatría y de aquella película que recordarán o deberían ver con Jack Nicholson: Alguien voló sobre el nido del cuco. El protagonista se hace pasar por loco para ingresar en un manicomio y denunciar lo que pasa dentro y acaba –ya lo habrán adivinado– frito por las descargas de electroshock.

    Lo cierto es que nuestro Colón quería mejorar las vidas de los enfermos mentales sin freírles el cerebro, porque muchos habían acabado en un manicomio tal vez y tan solo porque molestaban fuera.

    Y ahí empieza la primera descarga dialéctica de Cristóbal hoy: «El único sentido del trabajo es un trabajo con sentido». Se trata mucho más, por lo tanto, de ganarse con él un sueldo. El subsidio universal que ya cobran en prueba piloto algunos catalanes no sirve para sustituir el sentido de un empleo y los gobiernos, antes que dar dinero a cambio de votos, deben lograr que se creen trabajos con sentido.

    Y eso supone que con él hagamos algo útil y reconocido como tal por los demás y, por supuesto, remunerado.

    Los locos, me explica, para mejorar necesitan ante todo ese trabajo con sentido y en el manicomio de Salt no lo tenían.

    Y entonces Cristóbal descubrió el yogur. En plena crisis de los 80, cuando el paro en España era del 20% y los jóvenes más preparados no encontraban empleo, se propuso dar uno a los internos del manicomio; uno pagado, además. Decían que estaba loco; pero habló con el alcalde de Olot, que le consiguió un local; pidió créditos y la crisis también le brindó la oportunidad de comprar una granja en La Fageda d’en Jordà por 15 millones de pesetas. Hoy vale muchos más millones y además de euros.

    Después puso a sus locos a fabricar yogur y cuenta cómo un día salieron en un descanso al bosque y asustaron con su jolgorio a un pintor olotí que recogió a toda prisa sus bártulos. Cristóbal se acercó a él para tranquilizarlo: «No se preocupe, señor, son pacientes inofensivos míos. Yo soy el psicólogo, Cristóbal Colón».

    Aún está corriendo despavorido por ‘La Fageda’ nuestro pintor y los locos y el loco de Colón, 40 años después, venden más de 100 millones de yogures al año. Gracias, Cristóbal, por descubrirnos el auténtico sentido del trabajo. Y del yogur.

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