La actualidad manda y merece la pena empezar esta columna con la noticia del alto al fuego en Gaza entre Palestina e Israel. El acuerdo podría ser la última victoria diplomática de Joe Biden si finalmente se concreta porque, a la hora de escribir este artículo (jueves, 16 de enero), el presidente israelí, Benjamín Netanyahu, ha suspendido temporalmente la votación que debería ratificar el alto el fuego. Netanyahu acusa a Hamas de exigir nuevas demandas a última hora, cosa que los islamistas niegan. Sin embargo, nuevas informaciones aluden a un cisma en el gobierno israelí, con dos ministros del partido ultranacionalista Sionismo Religioso que se opondrían al acuerdo ya que lo considerarían un rendición.
Si se confirma este desacuerdo interno, miles de vidas estarán de nuevo en la cuerda floja por el delirio de una minoría ultra que se ha instaurado en las instituciones con una agenda extremista.
Mientras se dirime la vida (y la muerte) de miles de personas en lo que parece una macabra partida de Risk, Estados Unidos ya ha iniciado los preparativos para el acto de investidura de Donald Trump. La lista de invitados VIP incluye a populistas, ultranacionalistas y extremistas de todo el mundo. Desde Javier Milei (Argentina), Georgia Meloni, Víktor Órban o Jair Bolsonaro, hasta el presidente ecuatoriano Daniel Noboa o el populista salvadoreño Nayib Bukele, desfilarán por el palco de autoridades en lo que supone la escenificación de un nuevo orden internacional.
Por cierto, para colmo del surrealismo, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que se ha visto obligado a solicitar permiso a la justicia brasileña para viajar a EEUU ya que se enfrenta a una restricción de salida del país por su presunta participación en un intento de golpe de Estado, atiende la investidura de Donald Trump, quien también se enfrentaba a cargos similares (obstrucción electoral) por el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, al menos así era hasta que el Departamento de Justicia americano decidió retirar los cargos hace dos meses.
El asalto al Capitolio fue inspirado por Donald Trump, según reza el escrito de acusación del fiscal, para impedir la certificación de la victoria de Joe Biden. El presidente saliente lanzó una alerta a los estadounidenses en su discurso de despedida: La democracia americana está en peligro por la desinformación. Además, subrayó la formación de una nueva ‘oligarquía de extrema riqueza’ que podría poner en riesgo la libertades de los ciudadanos del país más poderoso del mundo.
Mientras tanto, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, Tesla, Elon Musk, Facebook, Mark Zuckerberg y ChatGPT (OpenAI), Sam Altman, han aportado un millón de dólares cada uno de ellos para pagar la ceremonia de investidura, que ya ronda un presupuesto de 170 millones de dólares y se estima que llegará a los 200 millones. Se espera que todos ellos ocupen asientos destacados en la ceremonia que escenificará la vuelta a la Casa Blanca de Trump.
Los magnates tecnológicos han abierto las compuertas de sus plataformas a la mentira, convirtiéndolas en armas al servicio de los intereses políticos del presidente electo y su movimiento MAGA para proteger sus propios intereses económicos. Algunos de ellos, como Elon Musk, lo hicieron sin complejos, apoyando abiertamente al candidato republicano durante las elecciones y, últimamente, alineándose con los partidos extremistas en el Reino Unido, Alemania y Austria.
Otros, como Mark Zuckerberg, poniendo fin a la verificación de la mentira y la desinformación en Facebook e Instagram, en un vídeo en el que utilizó el mismo lenguaje conspiranoico que tacha de censores a los periodistas y medios de comunicación. Otros, como Jeff Bezos, de manera mucho más sibilina. El magnate, dueño del periódico Washington Post, rompió su política de no intervenir en su línea editorial cuando bloqueó en última instancia el anuncio del periódico de apoyar la candidatura de la demócrata Kamala Harris a la presidencia. El movimiento de Bezos provocó una oleada de dimisiones de periodistas. Parece que este nuevo (des)orden mundial, en el que importa más la (des)ilusión que la verdad, es imparable. No se me ocurre ninguna receta mágica con la que inocularse contra la intolerancia, el extremismo y la división, más que educación, solidaridad, empatía y periodismo, mucho más periodismo.