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El papa de los últimos. Así lo despedí en Roma

Vaticano. El mundo entero ha seguido con emoción cada paso del proceso de despedida, desde las primeras horas de la noticia hasta los homenajes en la Plaza de San Pedro, llena de fieles y peregrinos

25 abril 2025 16:42 | Actualizado a 26 abril 2025 07:00
Jordi Julià
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Esta semana ha sido histórica en El Vaticano. Con la muerte del papa Francisco el lunes empezaba todo un proceso que acabará en mayo con la elección del nuevo líder de la iglesia católica. Recuerdo las prisas cuando salió la última hora de la noticia en mi teléfono móvil, eran las diez y unos minutos cuando el mundo se estremeció con las primeras informaciones. Al momento mis jefes me llaman al teléfono y me comunican que la producción está buscando billetes para el aeropuerto de Roma. Sobre las ocho de la tarde ya estaba en la Plaza de San Pedro, con mi compañero cámara Santi y rodeado ya de fieles y peregrinos. Algunos lloraban y dejaban velas encendidas, fotografías y dibujos dedicados al Santo Padre mientras otros rezaban y miraban al cielo. El mundo estaba en shock.

El martes la ciudad se despertó consternada. Las portadas de los periódicos eran impresionantes. Algunas cabeceras como Corriere della Sera, Il Messagero o La Repubblica mostraban una gran foto del Papa Francisco y titulaban: Il Papa degli ultimi (El Papa de los últimos). Esta es una expresión que hace referencia a su compromiso de estar siempre al lado de los más pobres y desamparados, con los últimos y con los que habitualmente no se cuenta. Él cogió su mano y no la soltó nunca. También a los inmigrantes y al colectivo LGTBIQ+. Esa mañana de martes San Pedro era ya un hervidero con miles de peregrinos de todo el mundo.

Por la tarde se dio a conocer la fecha del funeral y los motivos de la muerte del papa Francisco: «Sufrió un ictus cerebral que le hizo entrar en coma y sufrir un colapso cardiocirculatorio irreversible».

El miércoles se produjo el traslado del féretro desde Santa Marta a la Plaza de San Pedro. Miles de personas asistieron a este recorrido y empezaron a hacer cola para entrar. Empezaron con unas pocas personas y acababa siendo kilométrica esa cola.

Sobre las doce del mediodía nos avisaron que un selecto grupo de periodistas podríamos acceder a la capilla ardiente. Nosotros nos sumamos. Entramos por una parte lateral a la plaza y accedimos a la basílica a través de unas escaleras interiores. Nos pidieron por favor (y encarecidamente) que evitásemos los selfies y los flashes. Dentro de la capilla había un silencio y un repeto estremecedor. A veces se escuchaba música sacra que ayudaba a la espiritualidad del momento. Fue entonces cuando nos pudimos acercar al féretro de aspecto, por cierto, muy sencillo como el Santo Padre había pedido. Sorprendía el color rojo intenso de su túnica, sus manos entrelazadas, su rictus serio en la cara y la piel blanquecina. Reposaba en paz ante la mirada llorosa del mundo. La seguridad era extrema, cuatro personas vigilaban a los periodistas. Al lado del féretro lo escoltaban miembros de la guardia vaticana. Y todo en un espacio tan mágico y espiritual como ese.

Solo tuve tiempo de rezar un padrenuestro para mis familiares que ya no están con nosotros, especialmente a mi padre que nos dejó en junio del año pasado. En mi interior se generaban una mezcla de sensaciones, de pena porque para mi era mi despedida particular de este Papa que ha revolucionado la iglesia pero también de esperanza porque, como católico, estoy convencido que la huella de Francisco permanecerá en el tiempo y puede servir de modelo para sus predecesores con el objetivo de crear una iglesia católica más fuerte, moderna y cercana a todos. Ojalá que así sea.

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