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Emojis con doble filo

Las campañas de acoso digital están evolucionando: emojis aparentemente inocuos se transforman en armas simbólicas de descrédito contra periodistas y verificadores

24 abril 2025 20:42 | Actualizado a 25 abril 2025 07:00
Javier Luque
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En un rincón aparentemente inofensivo del lenguaje digital se esconde una nueva forma de violencia: el emoji. Lo que empezó como una herramienta para enriquecer la comunicación online, se ha transformado en un instrumento de intimidación política y acoso mediático, en contextos muy específicos y en casos concretos. Este fenómeno se manifiesta con claridad en las campañas de descrédito orquestadas contra la periodista italiana Francesca Santolini y el medio croata Klimatski Portal, especializado en la cobertura de la crisis climática. Dos casos que hemos analizado junto al grupo de periodistas con el que colaboro. En ambos casos, emojis como el de la diana o la risa burlona de Facebook se convirtieron en símbolos cargados de intenciones hostiles, usados para ridiculizar y señalar públicamente a estos periodistas por su trabajo a la hora de exponer los discursos negacionistas.

En Italia, Santolini se convirtió en blanco de una campaña de odio tras la publicación de su libro Ecofascisti, donde analiza cómo sectores de la extrema derecha instrumentalizan la ecología con fines identitarios. Su presencia en programas televisivos desencadenó tres oleadas de abuso en X, muchos de ellos amplificados mediante el emoji de la diana, empleado no para señalar un tema, sino para ‘marcar’ a la periodista como objetivo de burla o ataque. Esta simbología, utilizada dentro de comunidades que operan en Telegram, X u otras redes como la rusa VK y Gab, permite sortear los mecanismos de moderación de contenido, pero también construye una suerte de jerga compartida entre quienes promueven la agresión.

Algo similar ocurrió en Croacia, donde el nacimiento del Klimatski Portal fue recibido por sectores conspiracionistas y actores políticos afines con una lluvia de Hahačs, tal y como se le denomina en croata al emoji de risa que indica ‘me divierte’ de Facebook. A primera vista, puede parecer inofensivo, pero el contexto lo cambia todo: estas reacciones masivas, organizadas tanto desde perfiles anónimos como reales, tenían la clara intención de desprestigiar al portal de noticias. Más de 1.500 perfiles participaron en la campaña, muchos dejando también comentarios insultantes, amenazas e incluso memes con el rostro del director del medio de comunicación. En este caso, el emoji no sólo comunicaba burla, era una señal de rechazo colectivo.

Ambas campañas forman parte de dos estudios que verán la luz en las próximas semanas y en la que hemos trabajado con periodistas locales para entender mejor el contexto. Los dos casos revelan una sofisticación creciente en el uso simbólico del lenguaje visual en contextos de desinformación. Las figuras aparentemente neutras como un rostro riendo o una diana han sido resemantizadas en espacios digitales cargados de polarización. Funcionan como armas blandas, capaces de evadir las reglas de las plataformas y, al mismo tiempo, infligir daño psicológico real a quienes son atacados. En las dos campañas que hemos analizado, no se trata solo de memes: detrás de cada ?? o ?? hemos identificado una red de usuarios que conviven en un ecosistema virtual y que opera de manera orgánica, una vez se ha señalado al objetivo.

Lo verdaderamente problemático de este fenómeno es su capacidad de camuflaje. A diferencia de los insultos directos, los emojis operan en un área gris del lenguaje digital: no son lo suficientemente explícitos como para ser sancionados por las políticas de uso de las plataformas, pero son lo bastante reconocibles para que quienes los reciben entiendan su intención hostil. Esta ambigüedad semántica permite que los perpetradores nieguen su intención –’solo es un emoji’, pueden alegar–, mientras generan un entorno de presión psicológica, silenciamiento y descrédito.

La utilización de emojis con doble significado en campañas de acoso como las dirigidas contra Santolini y Faktograf plantea un desafío urgente para la regulación del discurso digital. Mientras las plataformas se centran en detectar palabras ofensivas o contenidos explícitamente violentos, este tipo de violencia simbólica se cuela entre las grietas del sistema, disfrazada de humor o sarcasmo. Al mismo tiempo, estos ecosistemas de cuentas en redes sociales logran construir narrativas paralelas, erosionar la credibilidad de la información basada en hechos, no en opiniones, y fomentar una cultura de miedo entre periodistas.

Javier Luque es periodista, experto en desinformación y violencia online. Responsable de Medios Digitales y Protección Online del Instituto Internacional de la Prensa (IPI).

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