Los atinadores del orgullo ruso

Rusia no encuentra su sitio en la relación con Occidente, se siente aislada

19 mayo 2017 23:27 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:44
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La recién estrenada película Red Army homenajea al mejor equipo de hockey sobre hielo de todos los tiempos y así abre estupenda una ventana al nacionalismo ruso y la evolución de este sentimiento desde los tiempos de la Unión Soviética. En las décadas de los setenta y ochenta, la historia de superación de cada uno de los jóvenes patinadores del primer equipo del país era alentada y controlada por un nacionalismo pétreo, en el que los éxitos internacionales en el deporte definían el orgullo nacional. La guerra fría se ganaba tanto con la propaganda obtenida en los Juegos Olímpicos y en los campeonatos mundiales, como en la carrera armamentística o en la exploración del espacio.

La compenetración y creatividad de los miembros del Red Army, con su emulación en la pista de hielo de los maestros de ajedrez o de los bailarines del Bolshoi, superaba claramente al modo mucho más individualista y tosco de jugar al hockey en Estados Unidos o en Canadá, las mecas comerciales de este deporte. Esta opera prima del director y guionista ruso-americano Gabe Polsky narra también la crueldad del entrenador elegido por la KGB, el confinamiento casi permanente de los jugadores, los entrenamientos extenuantes y la caída en desgracia del héroe principal, el capitán Slava Fetisov, a quien después de subir al podio repetidas veces se le prohibió patinar por querer viajar al extranjero. Con la llegada de la Perestroika, la desaparición de la Unión Soviética y la adopción por la antigua superpotencia de una versión salvaje del capitalismo, los jugadores de hockey sobre hielo pudieron finalmente salir y convertirse en estrellas en Norteamérica. Disfrutaron de la libertad, pero al final quisieron volver a Rusia. La película desemboca en el actual régimen de Putin, quien suma a algunos de estos deportistas míticos a su operación de recuperación del orgullo nacional, un ingrediente esencial para su control férreo de la economía y la política. El nacionalismo ruso de nuestros días busca sus raíces más allá del sistema comunista, pero incorpora algunos elementos de cohesión de esa larga etapa, como es el deporte en clave patriótica y espiritual. Rusia no encuentra su sitio en la relación con Occidente, se siente aislada y su debilidad estructural (demográfica y de carácter territorial) no se apuntala solo con los beneficios del petróleo y del gas o con la amenaza militar. Tras la ocupación de Crimea y la exportación de la guerra al este de Ucrania, el régimen de Putin debe ser sancionado y contenido y sus acciones en clara violación del derecho internacional no pueden quedar impunes ni salir gratis. Pero es necesario entender las complejidades de Rusia y desde Estados Unidos y Europa contribuir a ofrecer un futuro al país que vibró con los patinadores del Red Army.

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