«O me ponen en la presidencia o me llevo a mis muertos»

Cuando sales a dar clase, conviene ir bien surtido de ejemplos prácticos y a ser posible divertidos, para que el alumnado no se amuerme
 

25 enero 2022 11:10 | Actualizado a 25 enero 2022 11:42
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¡Hola vecinos! Tras media vida dedicada el ejercicio profesional y docente del Protocolo y la Organización de Acontecimientos, creía conocer el anecdotario completo del sector, los chascarrillos, la trastienda, los sucedidos históricos en los escenarios del Protocolo, el Ceremonial y la Etiqueta. Cuando sales a dar clase, conviene ir bien surtido de ejemplos prácticos y a ser posible divertidos, al objeto de que el alumnado no se amuerme, no caiga en el sopor propio de un lirón careto ni desconecte del sesudo hilo argumental del profesor.

Pues se me ha escapado uno de los ocurridos más geniales del mundo y que contaba el ‘tribuno’ de Diari de Tarragona, Ponç Mascaró Forcada, en su estupendo artículo del pasado martes 11 de febrero titulado ‘Unes jornades particulars’. Ponç Mascaró es doctor en Derecho y ha trabajado durante treinta y tantos años como secretario general del ayuntamiento de Tarragona con los primeros alcaldes de la democracia. Recuerda mi ilustre vecino de página que hubo un trágico accidente de tráfico en Andalucía, en el que fallecieron varias personas procedentes de Tarragona. En el municipio donde se produjo la tragedia organizaron un funeral conjunto y el alcalde de Tarragona envió a un concejal para acompañar y ayudar a las familias. Pero no lo sentaron en la presidencia y el regidor se atrincheró en la sacristía diciendo: «Oigan ustedes, yo vengo en representación del alcalde de Tarragona. Por lo tanto: o me ponen en la presidencia o me llevo a mis muertos».

¡Ostras, los muertos eran suyos! Ni de los familiares cercanos, ni del legítimo propietario de los destinos y las almas de sus hijos –o sea, Dios–, ni de la empresa de pompas fúnebres, ni del Instituto Anatómico Forense, ni del juez o del oficiante del funeral. Eran propiedad del regidor del ayuntamiento de Tarragona y, o le daban un tratamiento protocolario acorde a su alta representatividad, o se los llevaba puestos y ni funeral, ‘ni hòsties amb vinagre’. Los andaluces cedieron y pasaron al concejal al primer banco de la iglesia, antes de que se liara él mismo a acarrear los féretros de corpore insepulto hasta la Imperial Tarraco.

Ya no se me olvidará jamás lo de: ‘o me llevo a mis muertos’. Y voy a pasar la anécdota a mis compañeros, que seguro la atesorarán en el inmenso patrimonio inmaterial de una profesión que te depara momentos únicos en la vida. Tan angustiosos como memorables. Tan tronchantes como dramáticos. Es una de las cosas únicas que tiene el Protocolo: que, a mayor solemnidad o gravedad de la circunstancia, mayor es también la carga de surrealismo y humor que presenta cualquier incidencia insospechada.

El asunto de las representaciones –cuando una autoridad delega su presencia en otra de menor rango– da para una o dos clases completas. Es cosa que está detalladamente reglada a fin de que nadie se pueda presentar en un acto diciendo: «Asisto en nombre y representación oficial del Nuncio Apostólico de Su Santidad el Papa y me corresponde entrar bajo palio en el Museo Catedralicio. ¿Ande está mi palio, vamos a ver?». No es cuestión tan fácil. Si os interesa el Protocolo, hay formación muy interesante especializada en la materia.

Uno de los trances más rocambolescos del Protocolo ocurrió en una catedral, en un acontecimiento con la asistencia de numerosas autoridades, tanto del Estado y del gobierno central, como de la comunidad autónoma. Estando las primeras filas de bancos ya tarjeteadas, llegó el delegado del gobierno nacional en la comunidad y decidió por sí mismo situarse en el primer banco, haciendo caso omiso a la tarjeta que marcaba su lugar en segunda fila. Los responsables de la organización del acto trataron de hacer ver al delegado del gobierno de España que ese no era su sitio, pero el hombre se enrocó en su empeño.

-De este banco no me mueve ni Dios. Apáñense ustedes.

Y se apañaron. Los técnicos de Protocolo se fueron al final de la Vía Sacra. Cargaron con un banco vacío, lo transportaron hasta delante del todo y lo cascaron ahí, el primero, dejando en bochornosa evidencia al amotinado, que ya no atrevió a cantearse del banco del que no lo movería ni Dios. A Dios, dicho sea de paso, se le daba una higa el afán protagonista del delegado del gobierno aquél. Los actos litúrgicos de la Iglesia Católica los preside todos Dios desde el Sagrario, no los mortales aunque se sienten en el primer banco o en sitiales colocados en el lado del Evangelio. Ni siquiera presiden los oficiantes que son eso: meros oficiantes. Como los toreros de un festejo taurino, que no presiden nada. Hacen su faena y ya está.

El banco volador y ‘me llevo a mis muertos’ son historias inolvidables del Protocolo. De las de guardar para siempre.

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