Pedro Sánchez, un militante de base del PSOE de 42 años que había realizado una discreta carrera dentro del partido, se convirtió en secretario general en julio de 2014 mediante un ordenado proceso de elecciones primarias tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, quien había conducido el partido desde enero de 2012. Posteriormente, el 26 y 27 de julio, un Congreso extraordinario ratificaba -no podía ser de otro modo- la decisión de las bases. En aquellas elecciones internas, Sánchez consiguió más del 60% de los votos andaluces -la comunidad con más militantes- y ganó también en Euskadi, Galicia, Aragón, Castilla-La Mancha, Baleares, La Rioja, Canarias y Murcia. Es muy lógico y saludable que haya rivalidad por el liderazgo y los roles de poder en el seno de los partidos, pero la reacción de los ‘barones’ territoriales del PSOE con mando en plaza tras los resultados del 20D ha sido un desafuero, cargado de deslealtad. Como ha dicho Patxi López con descarnado realismo, el espectáculo que ha dado el PSOE con esta lucha cainita por el poder ha sido «lamentable». Sea como sea, del PSOE depende que haya gobierno o que hayan de repetirse las elecciones, como en Catalunya. Ojalá los conmilitones de Sánchez sean más constructivos en el arropamiento de la decisión final. Y que vean que, de los muchos problemas que tiene el PSOE en este momento, no es el más relevante el nombre de su secretario general.
Pedro Sánchez, en el disparadero
19 mayo 2017 20:40 |
Actualizado a 22 mayo 2017 07:48
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