¿Política y ciudad inteligente?

Los alcaldes son muy susceptibles a la ciudad inteligente: es atractivo ser un alcalde inteligente

19 mayo 2017 23:41 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:29
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La retórica en torno al discurso Smart Cities sigue siendo poco convincente a los que han considerado que detrás de la imagen de las ciudades -y de su planificación- existe, ha existido y existirá una actitud fundamentada principalmente en la disciplina arquitectónica y urbanística que transciende más allá de las teorías y de los nombres propios. Este es el caso del arquitecto holandés Rem Koolhaas, gran inspirador leído por arquitectos y escasamente consumido por el público en general, que siempre nos ha tenido acostumbrados a elevar el tono de sus declaraciones y pensamientos a grado de manifiesto. El pasado septiembre nos sorprendió con otra de sus geniales aportaciones al pensamiento crítico -desde la arquitectura y el urbanismo- que vaticino se añadirá rápidamente a la colección de sus textos más conocidos acerca de la ciudad (¿Qué fue del urbanismo?, La ciudad Genérica, Espacio Basura) y obligará a revisar libros de reciente edición.

La reflexión de Koolhaas nos aporta más argumentos para sostener que el origen de este nuevo neologismo “Smart” radica en un interés mucho más comercial que urbano. Y que imagina persigue neutralizar la promiscuidad urbana que en gran medida ha sido la responsable de la compleja configuración poliédrica de nuestras ciudades. El gesto provocador -tan unido a su arquitectura como a su literatura- de Koolhaas que substancia sus ideas con paralelismos cercanos al surrealismo, o sea que rebasan lo real, remueve consciencias a aquellos que se ven obligados a escucharle. Para los que esta obligación se convierte en una liberación no deja de estimularnos a cada lectura. Una pregunta tan básica como ¿qué hace que una ciudad sea inteligente?, desde la óptica de Koolhaas, obtiene una respuesta contundente; que las ciudades y sus gobiernos se encuentren, porque de no ser así “sólo llamándolas inteligentes nuestras ciudades están condenadas a ser estúpidas” (sic). Únicamente desde esta autoridad intelectual y visionaria tan incontestable se está autorizado a señalar y sonrojar a políticos y lobbies de forma tan directa como en la reciente reunión del Grupo de Alto Nivel sobre Ciudades inteligentes celebrada en Bruselas el pasado 24 de septiembre.

“Los alcaldes son particularmente susceptibles a la retórica de la ciudad inteligente: es muy atractivo ser un alcalde inteligente” (sic) -dice Koolhaas- advirtiendo de una nueva trinidad que inspira a nuestros gobernantes “CONFORT, SEGURIDAD Y SOSTENIBILIDAD”. Pese a esta actitud crítica Koolhaas reconoce que el “movimiento de la ciudad inteligente es un territorio con muchos seguidores” y que sus protagonistas están identificando problemas que deben resolverse también desde la perspectiva tecnológica, sin embargo previene de la excesiva “monitorización” que está creando una “burbuja de control”, tratando a los ciudadanos casi como niños, tolerando la exclusividad a través de la innovación cuando debiera ser todo lo contrario. Dejar que lobbies tecnológicos se apoderen hoy de un concepto tan básico como la articulación de nuestras ciudades equivale a desechar la inteligencia urbana acumulada en la ciudad, y que con muchos menos medios ejercitaron su mejor ingenio los arquitectos e ingenieros civiles para dejarnos la herencia que hoy comercializamos como grandes marcas turísticas.

Pero Rem Koolhaas también nos da alternativas, que la tecnología y la arquitectura de las ciudades trabajen conjuntamente, y sobretodo, que política y ciudad inteligente no construyan tendencias divergentes, que no crezcan en mundos separados, lo que evitaría construir realidades separadas también en nuestras ciudades. Pienso que Koolhaas escribe y reflexiona más para consumo ciudadano que para arquitectos, porque se esfuerza como pocos en describir la componente social de la arquitectura y del urbanismo casi por encima de todo. Es principalmente por esta razón que en este artículo dirigido al gran consumidor me limito a ser mera correa de transmisión para que esta reflexión sea difundida más allá de las esferas de autoconsumo académico.

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