Quizá para mañana sea tarde

Lo que comenzó siendo una elección personal por las dudas iniciales sobre la eficacia de la vacuna, a medida que aumentan las certezas sobre su bondad individual y colectiva se está convirtiendo en un grave problema antisocial
 

26 noviembre 2021 10:30 | Actualizado a 26 noviembre 2021 11:34
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Hacía dos olas que no escribíamos sobre la pandemia, pero que la sexta venga rompiente hacia el viejo continente a causa de los bajos índices de vacunación nos recuerda el breve ensayo Las Leyes básicas de la estupidez, de Carlo María Cipolla (1976). UNICEF pide recursos para poder salvar a los niños del tercer mundo que no llegarán a adultos, mientras en la sociedad occidental hay quien las desdeña.

Si en Grecia unos antivacunas han sobornado a enfermeros para que les pinchen agua salina y obtener el pasaporte sanitario, en la India les han inoculado agua creyendo que iban a inmunizarse contra la variante Delta. En el servicio militar íbamos en fila y nos disparaban vacunas con pistola y nos preguntamos si debería vacunarse contra el Covid-19 por lo militar, como ha exigido el presidente cántabro y ha decretado Austria, primer país de la UE, el pasado viernes.

Cervantes escribió que el mayor don caído del cielo es la libertad, y la vacunación es voluntaria; todos tenemos el derecho a recibirla y nadie puede ser forzado a seguir un tratamiento médico. Pero como ha aseverado el prestigioso virólogo alemán Christian Drosten, la ‘pandemia de los no vacunados’ va a provocar decenas de miles de muertes que podrían haberse evitado.

Lo que comenzó siendo una elección personal por las dudas iniciales sobre la eficacia y experimentación de la vacuna, a medida que aumentan las certezas sobre su bondad individual y colectiva, se está convirtiendo en un grave problema antisocial. Viendo cómo toma forma la sexta ola, ha comenzado una fuerte corriente contra los no vacunados y un nuevo movimiento contracorriente como respuesta.

De estimular la vacunación regalando Coca-Cola, donuts glaseados o alitas de pollo, los gobiernos han pasado a ejercer la coacción sobre aquellos que Cipolla coloca a medio camino entre los malvados y los incautos. Les persuaden restringiendo sus movimientos, confinándolos; cercenando sus derechos, no les atienden en el centro de salud, o impidiéndoles salir a cenar, como en Cataluña desde hoy.

En el ámbito laboral, Bélgica impone el teletrabajo y en USA los empleadores pueden exigir la vacunación salvo por motivos médicos o religiosos. La patronal española está a favor y los sindicatos la rechazan más respetuosos con el derecho individual del trabajador que del de a la integridad física de sus colegas.

Conforme a la Ley de Prevención de Riesgos Laborales los empresarios son responsables de la salud de sus trabajadores, en muchos momentos de esta pandemia han tenido juntos comportamientos heroicos, nosotros trabajamos con máscaras anti-gas, pero no pueden siquiera preguntar si están vacunados para ponerlos entre dos ventanas abiertas hasta que les salgan estalagmitas. En SEAT les dan de comer aparte.

En 2019, la OMS con ocasión del sarampión, afirmó que los antivacunas son el peor riesgo que existe para la salud mundial y, sostiene Cipolla, que la estupidez permite a algunos individuos causar daño perjudicándose a sí mismos y presentarse como la víctima del agredido. Rehusar la vacuna no es una manifestación del Vive y deja vivir, sino de Haz el bien y no mires a quien. Esto es el juego del Escondite, Por ti, por todos mis compañeros y por mí el primero.

En ocasiones los derechos individuales colisionan con los colectivos y si unos no se pinchan, ellos no abren el restaurante ni nosotros abrazamos a la abuela estas Navidades. Hay un deber moral y cívico de poner el hombro, y la responsabilidad es el precio de la libertad, aunque no lo dijera Don Quijote.

No hay datos sobre el nivel cultural o la clase social de los no vacunados, aunque hay muchos en la ultraderecha y más entre jóvenes (25%) que en mayores de 40 (7%). Unos lo hacen saturándose de pastillas y gotas para reforzar el sistema inmunológico, otros por pereza, mesianismo, aprensión, escepticismo, rebeldía, complejo de cobaya y mucho, mucho, miedo. Algunos son violentos con los científicos que no opinan como ellos y al primero que propuso vacunar a los niños (Salvador Macip) un internauta le amenazó con partirlo en pedazos.

Cipolla concluye en su investigación que un estúpido es el ser más peligroso que puede existir. Algunos activistas organizan por Telegram encuentros de besos y abrazos y están convencidos de que se quedarán solos en el planeta cuando empiece a salirnos brócoli por las orejas. Luego, al descubrir al marmolista grabando su nombre, la negación del virus se confunde con la que precede a la de la propia muerte.

Aunque por suerte numerosas personas cambian de idea diariamente, bien para poder entrar en la pista de baile o bien cuando escuchan testimonios de quienes han llegado tarde, y pasan a tener más temor al ventilador que a la jeringuilla. Nos dice un médico que en todas las UCI se escucha el mismo lamento. «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado».

Como le sucedió a Lydia Rodríguez, de 42 años, quien, tras morir su marido, Lawrence Rodríguez, de 49, usó la última llamada para pedirle a su cuñada que se asegurara de que se vacunaran los cuatro que iba a dejar huérfanos. Parece uno de esos pasajes bíblicos en que un dios entra en cólera y lanza un rayo contra los pecadores del segundo mandamiento. «Ame al prójimo como a una cuarta parte de lo que a sí mismo».

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