La palabra sinceridad tiene origen latino. Cuando los obreros romanos de la construcción hallaban mármoles imperfectos, ponían cera en sus grietas. Si el trozo de mármol era perfecto, decían que era «sine cera», es decir, sin amaño alguno.
La sinceridad, si se practica, es expresión de una sociedad saludable que no acepte la mentira como algo inevitable, y que procura descubrir al mentiroso.
Así ha ocurrido en Holanda. Dos ministros han tenido que dimitir porque mintieron sobre la cantidad de dinero que dieron a un narco para sacarle información valiosa en la lucha contra la mafia. El escándalo no ha venido por lo que hicieron, sino porque declararon que le habían pagado un millón de euros y una investigación periodística demostró que fueron 4,7.
Alguien dirá, viendo la falta de líderes veraces: es que no hay más cera que la que arde. Sin embargo, es cera lo que sobra, si lo que buscamos es sin-ceridad.