Sin City

Nuestro más ardiente deseo debería ser que a Tarragona llegue quien por fin la redima?

19 mayo 2017 23:38 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:32
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Ciudad del pecado. Un título demasiado agresivo, supongo. Pero les pediría, estimados lectores, que desligaran en su mente los lazos de esas palabras, con el argumento de la película del mismo título. Una película que habla de violencia, venganzas, corrupción, y toda clase de lacras sociales, que se enseñorean de una ciudad imaginaria.

En este caso el título me vino a la mente de forma insistente. Generalmente suelo escribir el artículo y, al finalizar, le adjudico un título que, de alguna manera, ya apuntaba en el texto. Sin embargo, en esta ocasión, fue a la inversa. Y de una manera insidiosa, se fue colando en mi mente, de buena mañana, en un escenario que, a priori, nada tenía que ver con ella… les cuento:

Caminaba yo por la Rambla, hacia el Balcó, como suelo hacer los fines de semana, a la hora en que el sol, en esta época del año, surge de las olas, dibujando una estampa ante la que una se queda sin habla. Era domingo y, a esa hora, pocas personas, por no decir casi ninguna, transitaban por la avenida. Silencio, frío aire matinal y allá, al final de la avenida, la luz absoluta y deslumbradora. Me acodé en la baranda y contemplé no sólo la playa, prácticamente solitaria, sino la Punta del Miracle, internándose, atrevida, en el mar. Continué mi paseo, entre las palmeras, mientras un buen grupo de palomas (¡ay, las palomas!...) sobrevolaban mi cabeza. Frente a mí, los jardines, el Pretori y, más abajo, el Amfiteatre. A la izquierda, la Capçalera del Circ. Y todo en silencio. Y todo pintado de sombras grisáceas y de luces de puro oro… Y pensé en las personas que algunas veces me han comentado que Tarragona no es una ciudad bonita. Porque, aunque parezca mentira, sí, me lo han dicho en más de una ocasión. Y me lo ha dicho gente que vive aquí desde hace años. Pues bien, les aseguro que a esa hora de la mañana, en la que todo, absolutamente todo, es una promesa por cumplir, la belleza inunda la ciudad por sus cuatro costados. Y mientras me dirigía a la Part Alta, por calles aún dormidas, entre gatos insomnes y paseantes escasos, pensé en las razones de esa imagen negativa que algunos perciben. Tarragona es bella por su fisonomía, por su Historia y por su ubicación. Son bellas sus callejuelas; sus terrazas que bajan hasta la playa; su arteria vertebradora, la Rambla, que, como la muralla de la canción, va «desde el monte hasta la playa»…Y no pude evitar compararla con una bella dama, o, mejor aún, con una madre sabia y hermosa, a la que sus hijos, por creer conocerla en demasía, no han apreciado, ni aprecian lo que realmente vale.

Hace ya muchos años que vivo aquí, y mi familia materna hunde sus raíces, que son las mías, en esta ciudad con sabor a siglos y a sal. La amo y por ello mismo me duele que el pecado de negligencia, el de omisión y el de una cierta soberbia hagan que, cuando el sol va acentuando las luces y las sombras en sus calles, sus rayos revelen falsos oropeles y tristes cicatrices en su piel dorada. Somos hijos de una gran ciudad, pero de poco vale que la vistamos de sedas baratas, cuyo brillo puede que deslumbre un instante, pero que desmerecen la solera de quien las lleva. De nada vale que se malgasten grandes cantidades de dinero en vestidos que no se van a encargar, o en collares que jamás cerrarán bien... Es inútil presumir de la importancia de su historia, si después se deja que la decadencia se vaya apoderando de sus reliquias, destinando recursos a menesteres más ‘productivos’ para algunos, a corto plazo. Proyectos que no terminan; pequeños comercios, que acaban bajando persiana, y besamanos a los gigantes del comercio; accesos a la ciudad, que no se corresponden con la afluencia de visitantes que recibe; obras inacabables, o inacabadas; o, lo que es peor, acabadas, pero inútiles; socavones en algunas aceras, mil veces transitadas por los visitantes; maquetas millonarias, que acaban en triste burbuja que se rompe ( recuerden la de los ascensores, en el Balcó del Mediterrani…); ausencia de cuidado en la señalización de los accesos a algunos monumentos, como por ejemplo, el caso flagrante del Pont del Diable, en el que los turistas dependen casi absolutamente del conductor de turno de la EMT, y de la colaboración del resto de viajeros… Y seguiría, seguiría… Flagrantes pecados de desidia y exceso de confianza, que planean sobre ella, extrayendo lo que se puede ‘mercantilizar’ y asentar en una hoja de Excel, y olvidando su sangre, sus luces y sus sombras, y permitiendo, cada vez más, que su esencia se vaya haciendo cenizas, poco a poco…

Es por ello que he decidido titular así este artículo: Sin City, Ciudad del Pecado. Ciudad de ‘nuestros’ pecados. Pecados contra ella, su pasado, su presente y su futuro. Pecados que debemos asumir; sobre los que pagamos penitencia cada vez que miramos hacia otro lado y, con complacencia suicida, nos contentamos con una multitudinaria Baixada de l’Àliga por Santa Tecla, una emotiva Arribada de l’Aigua por Sant Magí, una colorida Rúa en Carnaval, una señorial Setmana Santa…y un silencio devorador el resto del año…Ignoramos al pequeño comercio, que cierra puertas. Ignoramos a los sin techo que caminan entre nosotros. Nos quejamos de las obras infructuosas, del desempleo en aumento y de los servicios recortados…pero seguimos ‘pecando’…

De corazón, estimados lectores: creo que nuestro más ardiente deseo debería ser que a Tarragona, hermosa dama desdeñada, llegue quien, con la honestidad en la mano, por fin la redima…

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