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    Bolsonaro: por los votos o por las botas (II)

    10 enero 2023 11:24 | Actualizado a 10 enero 2023 11:25
    Carlos Iaquinandi
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    Involuntariamente, esta nota y en particular su encabezamiento es la continuidad de la primera que publiqué el 30 de octubre cuando los brasileños definían quien sería su próximo presidente. Es el propio Bolsonaro quien que la mantiene vigente.

    Como bien lo dijo Lula, «nunca había ocurrido una cosa así en el país». Pero tampoco ha sido una sorpresa. La derecha radical, fascista, no admitió que Lula ganara las elecciones y que asumiera el gobierno. El propio Bolsonaro alentó ese camino desde que supo que había perdido con una diferencia de más de dos millones de votos. No mostró ninguna prueba. Se atrincheró verbalmente en que no reconocía los resultados. Y alentó a sus seguidores a través de los medios que controla y con el apoyo decisivo de sectores religiosos. La iglesia evangélica de Brasil es un factor de poder muy tangible y ha conseguido avanzar a expensas de la iglesia de Roma en el país del mundo con más fieles católicos. Es una fuente de aportes económicos que se suman a los de sectores de terratenientes y corporaciones de la Amazonia, a la que Bolsonaro desforestó en un 30% en beneficio de cultivos intensivos y despreciando la existencia ancestral de etnias indígenas en la región.

    Tras el fracaso en las urnas, el expresidente brasileño ha intentado «calentar» el ambiente para incitar lo que supone es su segunda oportunidad: «por las botas»

    Por eso, tras el fracaso en las urnas, intentó «calentar» el ambiente para incitar lo que supone es su segunda oportunidad: «por las botas». Esta vía no es extraña en la historia de las clases oligárquicas y conservadoras de Latinoamérica. Así lo hicieron en Bolivia, Perú, o en Chile, donde contaron con el apoyo directo y explícito de los EEUU para derribar el gobierno legítimo de Salvador Allende. La receta suele ser similar: movilizar a una parte de la sociedad civil, ganar las calles y reclamar la intervención militar. No hay que investigar mucho para encontrar similitudes con lo que sucedió hace exactamente dos años en EEUU, cuando la toma del Capitolio fue alentada por Trump. Y esto también nos recuerda las giras que hizo Steve Bannon, exasesor de Trump, alentando acciones de este tipo en diversos países, no solo latinoamericanos. Su táctica operacional incluye el manejo de medios de comunicación decisivos, montajes para controlar e influir en las «redes sociales». ¿El apoyo financiero? Elemental, el de los núcleos de poder y control económico, sus principales y futuros beneficiarios.

    En la comparación visual de las imágenes de la toma del Capitolio en EEUU y la del Palacio de Gobierno, el del Poder Judicial y el Congreso en Brasil, los protagonistas parecen los mismos en sus gestos y actitudes, en los destrozos de obras de arte, y en los robos de material electrónicos. A poco de conocerse los sucesos, en diversas partes del mundo surgieron los rechazos de gobiernos, y organizaciones sociales. Las primeras y más contundentes vinieron de los gobiernos continentales, Chile, Colombia, México, Bolivia, Argentina, e incluso de gobiernos de derecha como Uruguay y Ecuador. También europeos, entre ellos España, Francia, Portugal, e incluso Italia, gobernada por la coalición neofascista. El Papa Francisco condenó los sucesos, calificándolos como «acciones antidemocráticas y vandálicas de los grupos golpistas en Brasil».

    Mientras tanto, Bolsonaro siguió los acontecimientos desde Florida, EEUU, adonde llegó a fines de diciembre en su avión presidencial horas antes de finalizar su mandato. Evitó así cumplir con la tradicional entrega de la banda presidencial al vencedor de las elecciones.

    El presidente en ejercicio Lula Da Silva, 77 años, fue obrero metalúrgico, sindicalista, fundador del Partido de los Trabajadores, sufrió persecución política y cárcel. Restablecida la democracia ejerció dos periodos presidenciales. Este es el tercero. Millones de brasileños reconocen que comenzaron a tener un vida digna durante sus gobiernos.

    Esta vía no es extraña en la historia de las clases oligárquicas y conservadoras de Latinoamérica

    Cuando se produjo la ocupación violenta de los centros del poder público en Brasilia, Lula estaba en Sao Pablo, visitando a pobladores afectados por grandes lluvias. Desde allí hizo un emotivo mensaje anticipando que el orden sería restablecido. Viajó de inmediato a la capital. El gobernador Ibaneis Rocha, un bolsonarista que no impidió las ocupaciones, fue suspendido en el cargo por la Corte Suprema, que también ordenó la inmediata liberación de los edificios tomados. Así ocurrió, practicándose numerosas detenciones e identificaciones. En la mañana del domingo, policías y militares procedieron a desocupar el campamento instalado a fines de octubre frente al cuartel general del ejército por un juez del Tribunal Supremo. Dijo que «nada justifica la existencia de campamentos terroristas, financiados con la complacencia de las autoridades civiles y militares de manera totalmente subversiva y sin ningún respeto a la Constitución». (Fueron instalados durante el mandato de Bolsonaro.) Se desmontaron cientos de tiendas y fueron detenidas unas 1.200 personas. De ese punto habían partido el domingo muchos de los ocupantes de los tres edficios gubernamentales.

    El intento de golpe de estado contra el presidente electo Lula Da Silva, se produjo cuando cumplía solo siete días en el cargo. Todo un récord. Desmontado el operativo de Bolsonaro, ahora Lula tendrá que empezar a tomar sus primeras medidas de gobierno en las que están puestas las esperanzas de 60 millones de brasileños que le votaron y las expectativas de quienes no lo hicieron.

    Ayer se organizaron manifestaciones en diversas regiones de Brasil en apoyo de Lula. Mientras tanto, el intento fallido de golpe hace peligrar la estadía de Bolsonaro en Florida. Legisladores demócratas han pedido que sea expulsado de los Estados Unidos. Lo señalan como inductor y responsable de lo sucedido a partir de su no reconocimiento de la victoria electoral de Lula. El veterano luchador social brasileño demostró que está dispuesto a recuperar al país de lo que calificó como «proyecto de destrucción nacional» durante la gestión de Bolsonaro. Resuenan sus frases al asumir su cargo: «debemos luchar con todas las fuerzas contra todo lo que hace tan desigual a Brasil. Debemos formar un frente amplio que involucre a toda la sociedad en la lucha contra la desigualdad». «Pido a cada uno de ustedes que la alegría de hoy sea la materia prima de la lucha de mañana». Habrá que esperar el transcurrir de los próximos días, para verificar que realmente se despeja el camino que todavía no ha podido reiniciar el veterano luchador social brasileño. Que así sea. Su pueblo y toda América Latina lo merecen.

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