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    Educar en el valor de la diversidad

    04 marzo 2023 14:08 | Actualizado a 05 marzo 2023 07:00
    Dánel Arzamendi
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    Amediados de los años sesenta, el marionetista Jim Henson, el vicepresidente de la Carnegie Foundation Lloyd Morrisett y la productora de televisión Joan Ganz Cooney unieron sus fuerzas para poner en marcha un proyecto para la pequeña pantalla con una clara vocación pedagógica.

    Fue así como fundaron Children’s Televisión Workshop (CTW), una empresa sin ánimo de lucro que produjo en 1968 un primer mediometraje, asesorados por un nutrido equipo de pedagogos, escritores, artistas plásticos, músicos, etc. En aquella primera obra apareció por primera vez el personaje de Kermit, más conocido por estos lares como la rana Gustavo.

    Aquella iniciativa fue el germen de los Muppets de Sesame Street, rebautizados en España como los Teleñecos. Sólo la televisión pública estadounidense se interesó por aquel formato, que priorizaba la educación en valores sobre cualquier fórmula cortoplacista para captar audiencia.

    Y gracias a aquella apuesta por unos principios que teóricamente deberían alimentar los contenidos de cualquier medio público, aquel grupo de hippies consolidaron el que probablemente se convirtió en el programa infantil más popular y querido de todos los tiempos.

    De forma sutil, los guionistas introdujeron en todos los hogares a un grupo de personajes que interactuaban con actores de todas las etnias, sexos y edades. De hecho, por increíble que parezca, las cadenas públicas de Mississippi cancelaron el programa por considerar que su población no estaba aún preparada para un «elenco de niños racialmente integrado».

    Y no eran sólo las personas reales las que mostraban una variedad inédita, sino también las propias marionetas: unos eran animales identificables, otros seres indefinibles, unos altos y otros bajos, unos gordos y otros flacos, de todos los colores... Esas diferencias no afectaban en absoluto a sus relaciones, un componente nada casual: años después de crearse el programa, sus responsables explicitaron que el concepto fundamental sobre el que habían cimentado la serie era el valor de la diversidad.

    Ha pasado más de medio siglo desde entonces, y parece que algunos siguen sin aceptar con normalidad la convivencia con el diferente. Ni siquiera la patente constatación de que hace décadas que vivimos en una sociedad plural y mestiza parece reducir este tipo de actitudes.

    Algunos siguen sin aceptar la convivencia con el diferente. Ni siquiera la patente constatación de que hace décadas que vivimos en una sociedad plural y mestiza parece reducir esta actitud

    Y me refiero a todo tipo de diversidad: la vinculada con la raza, con las creencias, con la orientación sexual, con las opiniones políticas, con la discapacidad, con el idioma de uso habitual, con el poder adquisitivo, con los gustos musicales, con la apariencia física, con el equipo de fútbol favorito, etc.

    Sin duda, nos referimos a unos valores que pueden reforzarse en la escuela, pero que se educan prioritariamente en la familia. Si me disculpan, quiero aprovechar la ocasión para agradecer a mis padres haber procurado inculcarme desde pequeño el respeto y la apertura a todas personas, sean como sean, un faro que hoy me permite enorgullecerme de tener muy buenos amigos de diferentes razas y orígenes, de variadas preferencias sexuales, que creen en diferentes dioses o en ninguno, que celebran los goles de equipos archirrivales, venerables octogenarios con una legión de sirvientes y jóvenes porretas con piercings y tatuajes, algunos que apoyaron a los CDR y otros que se vienen arriba con la cabra de la Legión, todos ellos muy queridos.

    Supongo que es ésta la actitud mayoritaria en la sociedad que nos acoge, pero parece evidente la persistencia de una mentalidad diametralmente opuesta, de forma especialmente preocupante entre algunos de nuestros jóvenes, adolescentes e incluso niños.

    Esta misma semana hemos conocido dos casos dramáticos y cercanos que han puesto sobre la mesa las gravísimas consecuencias que pueden derivarse de la falta de empatía. Y no son episodios aislados. Pensemos que los últimos estudios sobre bullying estiman que un 25% de los escolares catalanes sufren en la actualidad el acoso de sus compañeros de aula. Para colmo, esta alarmante tasa de maltrato físico o psicológico se combina con los inquietantes y crecientes problemas de salud mental que los expertos vienen detectando en estas franjas de edad, y que frecuentemente se vinculan con la vivencia de la pandemia.

    La primera tragedia se produjo en la localidad barcelonesa de Sallent. Dos hermanas gemelas, de origen argentino y doce años de edad, se lanzaron al vacío desde el balcón de su casa, tras dejar sendas cartas manuscritas donde explicaban los motivos de su terrible decisión. Una de ellas llegó al límite de sus fuerzas, tras varios meses sufriendo burlas de sus compañeros por decir que se sentía varón.

    El seno familiar es el entorno primario donde se aprende el respeto a la diversidad. Aun así, también debemos reforzar urgentemente los mecanismos educativos

    Según ha trascendido, su hermana quiso acompañarla por pura solidaridad. Absolutamente desgarrador. El impacto contra la acera provocó la muerte instantánea de la primera y heridas de gravedad en la segunda.

    El otro suceso aconteció aún más cerca. Un adolescente de La Ràpita, con un grado leve de autismo, era también ridiculizado en su colegio, y decidió acabar con aquel dolor de la forma más brutal. Al igual que las gemelas de Sallent, Pol se precipitó desde el balcón, aunque afortunadamente salvó la vida.

    Había dejado escrito que no quería seguir viviendo «en un mundo donde la mala gente es aplaudida y las personas sensibles, nobles y de buen corazón siempre tienen las de perder». Estremece pensar en la inhumanidad de unos individuos capaces de acosar a una persona así.

    Como decía antes, el seno familiar es el entorno primario donde se aprende (por imitación, como casi todo) el respeto a la diversidad. Aun así, también debemos reforzar urgentemente los mecanismos educativos que favorezcan esta actitud entre aquellos que no la hayan interiorizado en sus casas, y en los casos más extremos, que neutralicen los contravalores que se absorben en determinados hogares.

    Lamentablemente, a la vista de lo acontecido esta semana, queda mucho camino por recorrer.

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