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El tamaño
sí importa

11 febrero 2023 18:31 | Actualizado a 12 febrero 2023 06:00
Dánel Arzamendi
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Hace unos años, con el objetivo de destacar metafóricamente la necesidad de utilizar códigos compartidos para sacar adelante cualquier proyecto colaborativo (algo que entonces se echaba especialmente en falta, en un contexto de máxima confrontación política, con un debate público convertido en un diálogo de besugos), publiqué en estas mismas páginas un artículo sobre tres chapuzas históricas que se debieron a la carencia de un marco de referencia común.

A modo de resumen, aquel escrito comenzaba describiendo el tragicómico naufragio del Vasa, un descomunal buque de guerra que el rey Gustavo II Adolfo había encargado para poner la guinda a la temible armada sueca del siglo XVII, y cuya potencia de fuego no fue igualada hasta dos siglos después.

Aquella joya de la ingeniería se hizo a la mar el 10 de agosto de 1628, aunque apenas permaneció un cuarto de hora a flote, ante el estupor de las multitudes que abarrotaban el puerto de Estocolmo. ¿El motivo? Los restos del navío fueron rescatados en 1961, y el estudio posterior concluyó que el Vasa se hundió porque el peso estaba desequilibrado entre estribor (construido por un equipo que utilizaba planos basados en pies holandeses, de 11 pulgadas) y babor (que realizó su parte midiendo las distancias en pies suecos, de 12 pulgadas).

Resultaba incomprensible que el país de Pepe Gotera y Otilio estuviese jugando en categoría preferente en los grandes fiascos de ingeniería

Tampoco se quedaba corto el segundo desaguisado, con sede en la ciudad de Laufenburg, una población dividida por el Rhin, con una orilla alemana y la otra suiza desde 1801.

Allá por 2003 se aprobó la construcción de un nuevo puente internacional, que se edificaría desde ambos márgenes hasta unir las dos estructuras sobre el eje del río. Esta feliz idea se tornó disparatada cuando ambos equipos de trabajo avanzaron con sus respectivas construcciones, hasta comprobar que uno de los lados estaba más de medio metro por encima del otro.

Los diseñadores habían tomado como referencia el nivel del mar (que en Alemania se mide en el Mar del Norte, y en Suiza en el Mediterráneo, con una diferencia de 27 cm.) pero los ingenieros, en vez de restar esa diferencia, la sumaron, lo que terminó obligando a derribar y reconstruir totalmente la parte germana.

El tercer caso nos obliga a abandonar la Tierra. Hace casi tres décadas, la NASA envió a Marte el primer satélite meteorológico interplanetario, el Mars Climate Orbiter. Los problemas se acumularon desde un inicio, obligando a los técnicos a reajustar repetidas veces la trayectoria en plena misión.

Sin embargo, el aparato nunca respondía adecuadamente, hasta que terminó desapareciendo definitivamente de las pantallas. Doscientos millones de dólares por el retrete. ¿La causa? La empresa constructora, Lockheed Martin Astronautics de Denver, utilizaba el sistema de medidas imperial (pulgadas, libras, galones), mientras que los controladores de Texas se basaban en el sistema internacional (metros, kilos, litros), así que volvieron loco con sus órdenes al pobre satélite, hasta que decidió abandonarnos para siempre, harto de tanta descoordinación.

Reconozco que, ya cuando escribí aquel artículo, me sorprendió que en los listados informales de grandes fiascos de ingeniería internacional no hubiera ni un solo representante ibérico en el podio de esta poco honorable competición, una disciplina que se nos suele dar de miedo (sin ir más lejos, basta con pensar en el parking Jaume I).

Resultaba incomprensible que el país de Pepe Gotera y Otilio estuviese jugando en categoría preferente, aunque nos refiriéramos exclusivamente a chapuzas monumentales con presupuestos de muchos ceros. Pero no había que perder la esperanza.

Ya hemos entrado definitivamente en la Champions de la chapuza multimillonaria con los trenes que no caben por los túneles

Poco tiempo después comenzamos a tomarnos en serio este reto, y en 2022 fue botado el primer submarino S-80, eso sí, después de provocar un agujero multimillonario por los fallos de este ‘sumergible no emergible’.

En efecto, el Ministerio de Defensa decidió dedicar 2.132 millones de euros a construir cuatro submarinos de última generación para renovar su flota. Lamentablemente, cuando se hicieron las primeras pruebas, se descubrió un error en el diseño que podía poner en riesgo su flotabilidad. Es decir, cabía la posibilidad de que la nave se hundiera y que nunca regresara a la superficie.

El entuerto de Navantia obligó a encargar una auditoría técnica estadounidense que sugirió alargar la eslora diez metros más, lo que a su vez implicó agrandar los mueles de Cartagena que acogerían los S-80, y además exigió reacondicionar los viejos S-70 durante los diez años que se demoró el proyecto. La broma supuso que el costo inicial del programa tuviera que ampliarse en 2.000 millones de euros más.

Aun así, puede que últimamente hayamos entrado definitivamente en la Champions de la chapuza multimillonaria con los trenes que no caben por los túneles por donde deberían circular, de acuerdo con las medidas mínimas exigidas en la normativa actual sobre gálibos. Hace apenas unos días estalló este escándalo, vinculado al programa de renovación de la flota que presta el servicio de Cercanías y Media Distancia en Asturias, Cantabria, País Vasco, Castilla y León, Galicia y Murcia, y que supondrá tres años de retraso en su fabricación.

El tamaño sí importa. El secretario general de Infraestructuras, Xavier Flores, declaró que este problema se debió a «una discusión técnica y compleja que podría haber sido más diligente». ¿«Podría haber sido»? Aunque alguno se ha quedado satisfecho con los ceses anunciados, la cosa no queda ahí: acabamos de saber que en 2022, cuando ya se conocía internamente este embrollo, Adif volvió a licitar la compra de tres locomotoras con el mismo problema en el pliego de condiciones, demostrando así una contumacia que nos coloca indiscutiblemente en lo alto del podio de esta penosa clasificación. We are the champions, my friend, and we’ll keep on fighting till the end.

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