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    La amistad virtual, ¿antídoto frente a la epidemia de la soledad?

    19 julio 2022 19:53 | Actualizado a 19 julio 2022 20:59
    Cándido Marquesán
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    La irrupción de las redes sociales (RS) está trasformando nuestra subjetividad en muchos aspectos, no todos positivos. Es incuestionable que son una extraordinaria fuente de información, aunque hay que verificar un cribado para transformarla en conocimiento.

    También de comunicación. Mas también hay demasiados mensajes virtuales, individualistas, cortoplacistas y efectistas, en la mayoría falsos, propiciadores de odio, de resentimiento y de desprecio hacia los más vulnerables. Sobran mensajes que recurren a los sentimientos más oscuros de las personas y que provocan un viraje autoritario e intolerante.

    Las RS son un vertedero de vómitos de gente amargada. Están envenenando la convivencia. Recuerdan los escritos anónimos en las puertas del váter. Juan Soto pone sobre la mesa el odio artificial que se gasta en las redes, haciendo hincapié en todas aquellas personas que por sus mensajes podrían ser tachadas de «infames», «psicópatas» o «inmorales». El tema no es tan sencillo de analizar cuando descubres que las redes enmascaran al verdadero individuo.

    Y se pregunta: ¿somos tan cabrones como parece por las RS? Su respuesta y seguramente la nuestra es que no. El aparente anonimato nos induce a comportamientos muy improbables en vivo y en directo. En el mundo digital no se dialoga, ya que frecuentemente nos parecemos a dos perros separados por una valla, ladrando y enseñando los colmillos con una virulencia feroz, prestos a arrancarnos la carne si no mediara una barrera. Ocurre lo mismo que cuando tomamos el volante del coche o nos sentamos en una grada de un campo de fútbol a presenciar el partido de nuestro equipo, del que somos forofos. Nos transfiguramos. En realidad, nos creamos identidades diversas, y la que usamos en las redes no es ni de lejos la mejor.

    Los nativos digitales corren el riesgo de creer que la «amistad» se limita a este jibarizado modo en que se acostumbra a entender en las redes sociales

    Del libro extraordinario de Luis Arenas Capitalismo cansado. Tensiones (eco)políticas del desorden global expongo sus reflexiones sobre la amistad. El contacto con nuestros semejantes es una necesidad de los seres humanos. La amistad ha sido siempre una relación humana básica.

    Como cuenta Augusto Monterroso en un cuento, Uno de cada tres, «desde que comenzó a hablar, el hombre no ha encontrado nada más grato que una amistad capaz de escucharlo con interés, ya sea para el dolor o para la dicha». Es la misma idea expresada ya por Aristóteles de que «sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes». Para el filósofo griego existen tres tipos de amistad: la amistad basada en el interés, la que cultivamos por el placer que procura, y la última, que es la más perfecta y esencial: la que se da entre hombres y mujeres buenos e iguales en virtud. Solo esta es duradera, porque solo esta se funda previamente en una cierta semejanza. Es la única que merece la pena cuidar con esmero. Las demás, las otras dos, resultan pobres y deficitarias, meros simulacros de la verdadera amistad.

    Como lo es la amistad en la era de Facebook, basada en una ininterrumpida carrera que nos impone a sumar amigos, con los likes para no considerarnos unos parias sociales, parecemos más preocupados por el cultivo de unas formas ficticias de amistad que por las auténticas. Los nativos digitales corren el riesgo de creer que la «amistad» se limita a este jibarizado modo en que se acostumbra a entender la expresión en las redes sociales. No es descartable en el futuro que no haya otro referente para «amistad» que lo que expresa este término en las redes sociales. E inventar otro para expresar esa relación, ese afecto, que para llegar a existir exige cercanía, convivencia, contacto y permanente diálogo. ¿Cómo hacer entender a alguien crecido en el mundo de Facebook que la amistad no es algo que uno solicite, sino que dos conquistan?

    De nuevo Aristóteles nos recuerda que en relación a la verdadera amistad se dan dos circunstancias que hacen que la práctica telemática solo pueda considerarse una especie de subproducto desnaturalizado: la verdadera amistad exige tiempo, y además «un número de amigos mayor del suficiente para la propia vida sería superfluo y embarazoso para vivir bien». Son precisamente estas dos condiciones, la inmediatez y la ilimitada suma de amigos, las que valoramos en nuestros contactos en la red.

    Exentas de tiempo y de atención, las relaciones en pantalla asumen el riesgo de convertirse en una forma de narcisismo hueco, en el que lo que cuente sea la mera declaración de ‘Somos amigos’ y donde el mero acto de comunicar valga ya por el contenido de la comunicación. La naturaleza mecánica de estas nuevas formas de sociabilidad se manifiesta en el hecho de que los responsables de establecer las jerarquías que marcan nuestros top friends (mejores amigos) lo llevan a cabo unos opacos algoritmos, que deciden los seis rostros que aparecen cuando conectamos nuestro perfil en Facebook.

    La verdadera amistad exige tiempo, y además «un número de amigos mayor del suficiente para la propia vida sería superfluo y embarazoso para vivir bien»

    La sospecha de que Internet es un poderoso instrumento para conectar el aislamiento podemos constatarlo en el éxito de algunos chats de respuesta automática. Con ellos podemos entablar unas conversaciones semejantes a los chats entre humanos, con la única diferencia de que las respuestas las ofrece una máquina. Y ese parecido entre conversaciones entre humanos y con máquinas, lo cual no deja de ser perverso lo que se esconde tras estos dispositivos, muestra el alto desarrollo de la inteligencia artificial y el empobrecimiento de nuestra comunicación interpersonal. El chat pequeño pollo amarillo en algunos países asiáticos es el amigo virtual a quienes los jóvenes cuentan sus confidencias.

    Con sus respuestas, cálidas y espontáneas, ha servido para que muchos adolescentes chinos hallen en él una válvula de escape a su soledad. Un usuario sintetiza muy bien en los conocidos 140 caracteres de esta epidemia: «Mi soledad tiene nombre, se llama Twitter». Mas la soledad, que en otros ámbitos era una conquista para la creación y el pensamiento, en el capitalismo de las tecnologías digitales se tornó una mercancía más.

    Advertía Zygmunt Bauman: «Hoy, en la ya decadente posmodernidad, la soledad del hombre se agiganta. Se busca compañía en la engañosa virtualidad. Y una relación que se ha envilecido y vuelto insignificante, la amistad, se lleva a la máxima expresión del vacío en los 5.000 amigos que puedes tener en Facebook. El éxito del invento de Zuckerberg, el cual cuando creó el primer prototipo de plataforma además de informática estudiaba psicología, consiste en haber entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse solo nunca (siempre hay alguien en el planeta que puede ser amigo tuyo) y vivir en un mundo virtual donde no hay dificultades ni riesgos (no hay discusiones, las rupturas son sencillas y pasan rápidamente al olvido, todo es infinitamente más soportable que en la vida real)».

    Termino con una frase de gran calado: «La soledad que uno busca / no se llama soledad; / soledad es el vacío / que a uno le hacen los demás». Este es el epitafio que aparece en la tumba del poeta español exiliado a México Pedro Garfias.

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