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    La democracia es muy frágil

    31 mayo 2023 17:42 | Actualizado a 01 junio 2023 07:00
    Cándido Marquesán
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    La historia nos enseña que las democracias mueren por medio de golpes militares. Durante la Guerra Fría, las de Chile, Argentina, Brasil, Ghana, Grecia, Guatemala, Nigeria, Pakistán, Perú, Tailandia, Turquía y Uruguay así terminaron. Mas hay otros modos para derribar una democracia, menos cruentos, pero igual de expeditivos. Pueden morir a manos de líderes electos, que subvierten el proceso mismo que les llevó al poder.

    Algunos lo hicieron de una vez, como Hitler al incendiar el Reichstag en 1933. Pero lo más frecuente es que las democracias se deterioren lentamente. Con un golpe de Estado clásico, como en el Chile de Pinochet, la muerte de la democracia es inmediata y visible. El presidente, asesinado, y la constitución, suspendida. Por la vía electoral no ocurre nada de esto. No hay tanques en las calles. La constitución e instituciones democráticas siguen vigentes.

    La población sigue votando. Sin embargo, los autócratas electos, como Trump, Erdogan, Orban, Putin, Modi, Duterte, Bolsonaro... mantienen en apariencia la democracia, pero la van eviscerando. Muchas de las medidas que pervierten la democracia son «legales», al ser aprobadas por el poder legislativo y los tribunales. Incluso, las presentan para mejorar la democracia, asegurar la independencia del poder judicial, combatir la corrupción o perfeccionar las elecciones. La prensa sigue publicando, pero está comprada o, presionada, se autocensura. Los ciudadanos critican al gobierno.

    Las democracias deben establecer mecanismos para evitar la llegada al poder de personas autoritarias, que puedan destruirla

    La población no se apercibe de lo que ocurre y cree disfrutar de democracia. Como no hay un hecho puntual, ni un golpe ni una ley marcial en el que el régimen cruce las líneas rojas para convertirse en dictadura, no aparecen las alarmas entre la población. Quienes advierten los abusos son acusados de alarmistas. Para la gran mayoría el deterioro de la democracia es imperceptible.

    Ante este peligro, las democracias deben establecer mecanismos para evitar la llegada al poder de personas autoritarias que puedan destruirla. Es importante la reacción de la sociedad, pero la respuesta más importante debe surgir de las élites políticas y, sobre todo, de los partidos políticos para que actúen de filtro.

    En definitiva, los partidos políticos son o deben ser los guardianes de la democracia. Pero no es fácil reconocer a esos políticos autoritarios, porque estos camuflan sus intenciones y se presentan como perfectos demócratas. Viktor Orban se inició como demócrata liberal y en su primer mandato entre 1998-2002 gobernó democráticamente. Su cambio autocrático fue por sorpresa en el 2010.

    ¿Cómo identificar a los políticos autoritarios? Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias (2018), tomando como referencia el libro de Juan Linz, publicado en 1978, La quiebra de las democracias, han establecido cuatro señales de aviso de comportamientos para identificar a una persona autoritaria. 1) Rechazo o débil aceptación, con palabras o acciones, de las reglas del juego democrático (suspender la constitución, prohibir algunos partidos políticos, restringir los derechos políticos o civiles...).

    2) Rechazo de la legitimidad de sus oponentes (calificarlos como subversivos o una amenaza para la democracia, y por ello negarles su participación política, e incluso declararlos ilegítimos tras unas elecciones plenamente democráticas...).

    3) Tolerancia o fomento de la violencia. (tener lazos con bandas armadas, apoyar la violencia de sus partidarios, elogiar actos violentos, tanto pasados, como ocurridos en otros lugares...).

    4) Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación (apoyar leyes para limitar el derecho de manifestación, críticas al Gobierno o elogiar medidas represivas de otros gobiernos...). Un político que cumpliera uno de estos criterios es todo un síntoma de preocupación.

    Mas mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil decirlo que hacerlo. Las democracias no ilegalizan partidos ni candidatos. La responsabilidad de cribado es obra de los partidos políticos y sus líderes. Los partidos democráticos para ese distanciamiento pueden hacerlo de diferentes maneras.

    Mentir es rentable electoralmente. Es una demostración del nivel de degradación alcanzado en nuestra sociedad

    Mantener a los líderes en potencia autoritarios fuera de las listas electorales, aunque esto les suponga pérdida de votos. Escardar de raíz a los extremistas que están en sus filas. Eludir toda alianza con partidos y candidatos antidemocráticos, ya que en ocasiones los partidos democráticos se sienten tentados de alinearse con extremistas de su flanco ideológico para ganar votos.

    Adoptar medidas para aislar sistemáticamente a los extremistas, en lugar de legitimarlos. En los años 30 los políticos conservadores alemanes participando en mítines conjuntos con Hitler, lo legitimaron. Por último, cuando los extremistas se presentan como serios contrincantes electorales, los partidos democráticos deben hacer un frente común para derrotarlos, aparcar sus diferencias ideológicas y así salvar la democracia.

    En circunstancias excepcionales los líderes políticos de verdad ponen la democracia y al país por delante de sus partidos. Como aconteció en Bélgica y Finlandia en los años 20 y 30, donde sus líderes políticos se unieron y salvaron la democracia, al menos hasta la invasión nazi.

    En cuanto a las señales de aviso de comportamientos para identificar a una persona autoritaria, que pueden poner en peligro la democracia, antes citados, creo que podemos observarlos con plena nitidez en la situación política española. Observamos día tras día en determinados dirigentes políticos: su intención de ilegalizar a algunos partidos políticos; deslegitimar, lo hemos visto en esta última legislatura, a un gobierno surgido de unas elecciones impecables desde unos parámetros democráticos; su tolerancia y condescendencia, todavía más su exaltación, con determinados actos violentos del pasado, como la dictadura franquista; y la predisposición a apoyar leyes que limiten o derogar determinados derechos civiles, ya consolidados en nuestra sociedad.

    Pero también la defensa de la democracia es deber de la sociedad en su conjunto. A tal efecto me parece muy pertinente el libro Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo de Timothy Snyder y en concreto a una de sus veinte lecciones: la décima, titulada ‘Cree en la verdad’. Sus reflexiones nos ayudan a entender muchas de las cosas que nos están ocurriendo y los peligros futuros que nos acechan como consecuencia de nuestra renuncia a la verdad.

    Si nada es verdad, todo es espectáculo. No deberíamos olvidar que la posverdad, la mentira, es la antesala del fascismo. Y tener claro que nos sometemos a la tiranía al renunciar a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que oímos realmente. Hoy a muchos ciudadanos la verdad le resulta irrelevante.

    Que una política mienta de una manera descarada, al decir: «ETA existe», «Que se iba a llevar a cabo un pucherazo antes de las elecciones del 28-M»; «Que España está sometida a una dictadura», a muchos ciudadanos no solo no les importa, todavía más, es que la votan más en las urnas. Es decir, que el mentir es rentable electoralmente. Es una demostración del nivel de degradación alcanzado en nuestra sociedad y en nuestra política.

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