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    21 enero 2023 18:13 | Actualizado a 22 enero 2023 07:00
    Dánel Arzamendi
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    El pasado 30 de noviembre se presentó ChatGPT, un chatbot desarrollado por la organización sin ánimo de lucro OpenAI, que supone un salto de gigante en el mundo de la inteligencia artificial, y que ya sedujo a más de un millón de usuarios en apenas cuatro días.

    Se trata de una herramienta muy sencilla de utilizar, que permite generar conversaciones de forma asombrosamente precisa y natural. Para ello, sólo es necesario registrarse gratuitamente en su web (todavía está por ver el modelo de monetización que probablemente se implante en el futuro). Basta con escribir unas primeras preguntas para percibir que no nos encontramos ante una simple Alexa mejorada, sino ante la irrupción de un nuevo paradigma tecnológico que puede cambiarlo todo.

    ChatGPT está construido sobre el modelo de lenguaje por Inteligencia Artificial GPT-3, con más de 175 millones de parámetros. Ha sido entrenado con grandes cantidades de texto, mediante un proceso de aprendizaje tanto supervisado como reforzado.

    El primero fue llevado a cabo por formadores especializados, que interactuaron con la IA desde ambos roles: como usuario y como asistente. En la fase de refuerzo, los entrenadores humanos clasificaron las respuestas generadas para crear ‘modelos de recompensa’ mediante algoritmos de optimización de política próxima (PPO).

    Este proceso fue desarrollado en colaboración con Microsoft, en su infraestructura de supercomputación Azure, pero el sistema continúa perfeccionándose mediante la recopilación de datos aportados por los usuarios, que pueden evaluar y comentar las respuestas recibidas.

    Este nuevo hito en el camino hacia la estandarización de la inteligencia artificial ha sido diseñado para mantener todo tipo de conversaciones. Incluso se le puede pedir que responda con determinada jerga, o adaptándose para lograr una interactuación óptima con un niño. Demuestra una desconcertante capacidad para entender perfectamente las preguntas que se le hacen, y para contestar con información de alta calidad, de forma coherente y con un estilo lingüístico tan natural como, a veces, inquietante.

    ChatGPT está construido sobre el modelo de lenguaje por Inteligencia Artificial GPT-3, con más de 175 millones de parámetros

    El mismísimo Elon Musk escribió recientemente que «ChatGPT da miedo. No estamos lejos de una IA peligrosamente fuerte». Para colmo, a diferencia de otras versiones anteriores, este sistema va almacenando todo el contenido del chat, de modo que sus algoritmos tienen en cuenta la conversación previa a la hora de generar nuevas contestaciones.

    Es cierto que ChatGPT muestra todavía algunas limitaciones, reconocidas por los propios responsables de OpenAI, al señalar que el nuevo chatbot «a veces escribe respuestas que suenan plausibles pero son incorrectas o sin sentido», un comportamiento que en el mundo de los modelos de lenguaje mediante inteligencia artificial se denomina ‘alucinación’. Aun así, con la vista puesta en el medio plazo, más de uno augura que esta tecnología puede barrer del mapa a los buscadores tradicionales como Google.

    Sin embargo, como ha sucedido con todos los cambios tecnológicos disruptivos a lo largo de la historia, comienzan a surgir dudas sobre el impacto que pueden tener este tipo de herramientas en diversos campos de nuestra vida cotidiana. ChatGPT, además de conversar, puede desarrollar muchas otras tareas: desarrollar y depurar programas informáticos, componer música a gusto del usuario, escribir una obra de teatro de acuerdo con los criterios solicitados, crear poesía y letras de canciones...

    De hecho, estando dotado de una capacidad expresiva indistinguiblemente humana y de un volumen de información brutal, ya ha sido utilizado por estudiantes y profesionales para redactar automáticamente trabajos, informes e incluso artículos (les juro que este texto lo estoy escribiendo yo mismo, sentado con mi portátil en la butaca de mi dormitorio). Sin ir más lejos, un alumno de la Universidad de Furman fue recientemente suspendido cuando su profesor, Darren Hick, detectó que el brillante trabajo que había presentado tenía un «estilo» que no encajaba con el presunto autor, quien finalmente reconoció que el documento había sido íntegramente redactado por ChatGPT.

    El problema va más allá de la picaresca estudiantil y se adentra en la pregunta sobre qué será lo verdaderamente relevante a nivel formativo en el futuro, de cara al desempeño de una actividad profesional. De hecho, el escritor y experto en tecnología Dan Gillmor, tras comprobar las respuestas brillantes y complejas que ChatGPT ofrecía a preguntas sobre una materia que él mismo impartía, reconoció recientemente que «la academia tiene problemas muy serios que afrontar».

    Además de conversar, puede desarrollar y depurar programas informáticos, componer música, escribir una obra de teatro...

    Según los responsables de OpenAI, la versión 4.0, actualmente en desarrollo, será capaz de superar el complejísimo examen de acceso a la abogacía que se exige en Estados Unidos para lograr la licencia profesional, conocido como Bar Exam.

    En efecto, entre otras muchas cuestiones que se están generando, el inabarcable campo de posibilidades que brinda la inteligencia artificial obliga a realizar una reflexión sobre qué puede aportar el ser humano a partir de ahora, que no se halle al alcance de un simple ordenador personal.

    Este mismo mes, Nick Cave recibió una canción compuesta por ChatGPT, solicitada al sistema por un usuario según el estilo característico de este músico. Parece que la ocurrencia no le sentó muy bien al artista australiano, quien declaró posteriormente que la composición es «algo de sangre y tripas, que requiere algo de mí para iniciar una idea nueva y fresca. Requiere mi humanidad».

    Recuerdo que hace unos meses vi por primera vez Her, una recomendable película dirigida por Spike Jonze y protagonizada por un soberbio Joaquin Phoenix, que describe el enfermizo romance que se entabla entre el introvertido personaje principal y un sistema operativo de inteligencia artificial llamado Samantha.

    En su momento, me pareció un ejercicio interesante de anticipación y alerta, al estilo ‘Black Mirror’, pero reconozco que lo observé como una amenaza a larguísimo plazo. Desde el 30 de noviembre no lo tengo tan claro.

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