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    Presidentes latinoamericanos

    15 mayo 2023 19:30 | Actualizado a 16 mayo 2023 07:00
    Alfredo Ramírez Nárdiz
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    La semana pasada se dio un paseo por estas latitudes el Presidente de Colombia, Gustavo Petro. Hubo cierta agitación derivada de algunas declaraciones del citado refiriéndose al periodo español en América como «yugo colonial» o evitando cumplir la etiqueta requerida en Palacio presentándose en una cena oficial vestido de traje y corbata. Vox se retiró del Congreso para no tener que escucharlo. Más de uno le acusó de haber sido un guerrillero y de no ser un auténtico demócrata. Escándalo, alboroto, tumulto. Un sindiós.

    Díganme, ¿creen ustedes que todo lo anterior pasó por azar? Evidentemente, no. ¿Lo hizo Petro para ofendernos a los españoles? Tampoco. ¿Para defender sus ideas? Menos aún. Entonces, ¿por qué dijo lo que dijo y no vistió como debió vestir? Por su electorado.

    Fueron todos actos de consumo interno. Petro buscaba que los colombianos que le votan le vieran rebelándose contra el protocolo real (imperialista, capitalista, explotador) y le escucharan acusando al hombre blanco de colonialista.

    ¿Significa eso que los españoles estamos en el centro de las oraciones (y las maldiciones) de los colombianos? Para nada. Y eso es lo que me gustaría contarles desde mi experiencia de casi una década viviendo allí. Los españoles a los colombianos y a los latinoamericanos en general les importamos un comino.

    España perdió políticamente América a principios del siglo XIX y lleva perdiéndola cultural, económica y espiritualmente los últimos doscientos años. Por supuesto que hay periodos y países concretos (la Argentina de los 90, por ejemplo) a los que las grandes empresas españolas regresan poderosas y ufanas durante un cierto tiempo.

    Pero, en términos generales, la presencia española en Latinoamérica es mucho menor de lo que debería ser en función de las raíces de todos sus países. Y no es ya que las empresas no inviertan tanto como podrían o que los españoles no emigren tanto como deberían (cosas comprensibles teniendo en cuenta las inseguridades jurídica y física).

    Lo único que realmente conocen hasta los niños pequeños de España en Latinoamérica es la leyenda negra

    No se trata de un problema del que la responsabilidad, a estas alturas, sea nuestra. Es de los latinoamericanos. Son ellos los que ya no se sienten españoles, ni hermanados con los españoles, ni nada de nada con los españoles.

    Por supuesto, hay élites intelectuales hispanófilas (mis mejores amigos) y todo el mundo sabe que hubo tres o cuatro siglos, según el país, de dominio-presencia-unión con España, pero la inmensa mayoría de los latinoamericanos miran a Estados Unidos, no a España, sueñan con ir a Miami, no a Madrid.

    Ven televisiones gringas, imitan el modelo de vida gringo, introducen multitud de anglicismos en su español y no ven en España y en los españoles nada más que un recuerdo del pasado, un abuelo ya muerto del que les han hablado, pero del que no saben mucho. Una memoria medio olvidada. No somos nada más.

    No es ya que no conozcan nuestros escritores, pintores y pensadores comunes. Es que ni siquiera saben nada de sus propios siglos de Colonia. No conocen la historia de su país desde 1500 a 1800 más allá de los prejuicios.

    Y ese es el problema y la explicación de la actitud de Petro: lo único que realmente conocen hasta los niños pequeños de España en Latinoamérica es la leyenda negra. ¿Español? Roba oro y viola indias. Si me dieran un peso por cada vez que escuché eso, sería millonario.

    La inmensa mayoría de los latinoamericanos miran a Estados Unidos, no a España, sueñan con ir a Miami, no a Madrid

    Petro sabe esos prejuicios. Y sabe que una gran parte de sus votantes son la típica izquierda latinoamericana: resentida con el capitalismo y con los blancos. Y esos somos cronológicamente los españoles antes y los gringos ahora.

    Así que cualquier cosa que implique darnos caña, aunque ya les importemos más bien poco, vende.

    Por eso resulta tan fascinante que gran parte de la izquierda española le tratara como si fuera Allende renacido y, por eso, también, son tan contraproducentes actitudes como la de Vox entrando en el Congreso, para después levantarse e irse. No había que haberse ido. Había que haber estado en silencio y sin aplaudir. Eso se merecía un demagogo como Petro. El respeto, pero el silencio. Tristemente, en España gran parte de la izquierda no llega ni a papanatas y gran parte de la derecha apenas sale de la rusticidad.

    El nivel de desconexión que tenemos con Latinoamérica es tan grande que estoy seguro de que más de uno lleva desde el principio de este artículo pensando por qué digo Latinoamérica y no Hispanoamérica.

    Bueno, porque nadie allí dice Hispanoamérica y la gente tiene derecho a ser llamada como ellos elijan. Hasta en la toponimia vivimos en siglos diferentes. He ahí nuestro drama. El de ellos, que han olvidado sus orígenes, y el nuestro, que vivimos de espaldas a un continente y unas gentes que son lo mejor que hicimos en toda nuestra historia.

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