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    Un posible decálogo para
    el 28M

    25 marzo 2023 17:49 | Actualizado a 26 marzo 2023 07:00
    Dánel Arzamendi
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    Ya queda poco para las elecciones locales. Este tipo de convocatorias es, probablemente, la cita con las urnas donde la rendición de cuentas objetiva tiene más peso relativo frente a la pura afinidad ideológica. A este nivel, son muchos los ejemplos que demuestran que el talento demostrado por un candidato influye más en el votante que el mero color de las siglas por las que se presenta. Abundan los alcaldes que han contado con este reconocimiento transversal, y que han legado a las generaciones futuras unas ciudades que son ejemplo para el resto: José Ángel Cuerda en Vitoria-Gasteiz, Pasqual Maragall en Barcelona, Joaquim Nadal en Girona, Iñaki Azkuna en Bilbao, Francisco de la Torre en Málaga, Francisco Vázquez en La Coruña... Son varios los rasgos básicos que han compartido la mayoría de liderazgos locales transformadores de las últimas décadas, y que pueden explicarse metafóricamente como si de una expedición se tratara, resumiéndolos en un sencillo decálogo:

    DEFINIR UNA META COMPARTIDA: Como dijo Séneca, ningún viento es favorable para quien no sabe dónde va. Y tampoco se llega a buen puerto si las personas que se turnan al timón van cambiando el rumbo. En mi opinión, los tres primeros pasos que debería afrontar cualquier partido con vocación transformadora serían: primero, estudiar y diseñar una visión de la ciudad a medio y largo plazo, que sea creíble, rigurosa, ambiciosa, concreta, completa, equilibrada, integradora y sostenible; segundo, impulsar un imprescindible acuerdo de mínimos sobre este horizonte con el resto de formaciones llamadas a gobernar durante las próximas décadas, para evitar idas y venidas que sólo malgastan energías públicas y desmoralizan a la población; y tercero, divulgar de forma transparente ese horizonte intergeneracional, para multiplicar así la motivación colectiva, las sinergias, la coherencia, la coordinación, las complicidades, etc. Lo importante no es la velocidad, sino el rumbo.

    Son varios los rasgos básicos que han compartido la mayoría de liderazgos locales transformadores de las últimas décadas

    TRAZAR LA MEJOR RUTA: Una vez acordada la meta, debe analizarse el terreno para escoger el mejor camino que permita alcanzarla: encontrar los senderos ya trazados, sopesar la apertura de nuevos, prever y evaluar los riesgos de cada opción, localizar los puntos peligrosos y los de reabastecimiento... Sobre este aspecto, conviene diferenciar la opinión del conocimiento, para evitar que factores ideológicos terminen imponiendo propuestas que cualquier experto descartaría de plano.

    LIDERAR LA MARCHA: Para ser creíble, un consistorio debe ser el primero en asumir y aplicar los cambios que pretende impulsar en su entorno. Por ejemplo, es ridículo que a un alcalde se le llene la boca hablando de la lucha contra la contaminación acústica o el fomento de la digitalización, cuando utiliza vehículos ensordecedores para prestar servicios públicos y los procesos internos del ayuntamiento han quedado anclados en modelos del siglo pasado.

    APOYARSE EN LOS MEJORES: Resulta fundamental identificar los actores motrices que pueden empujar al resto en esta travesía, ofreciéndoles el respaldo necesario y razonable para garantizar que no pierdan esa tracción que beneficia al grupo. La realidad es heterogénea, y el éxito del conjunto requiere el fortalecimiento de la capacidad de arrastre de los sectores más potentes.

    DEMOSTRAR ESPÍRITU COLABORATIVO: Este viaje no es individual sino colectivo. Obviamente, un ayuntamiento es incapaz de cambiarlo todo por sí mismo, pero puede y debe explorar e impulsar las sinergias y las alianzas con el sector privado que impriman un efecto multiplicador al esfuerzo institucional. En el mismo sentido, el aparato público debe interiorizar que su función es favorecer la actividad en un marco regulado, no poner palos en las ruedas.

    ESPERAR A LOS REZAGADOS: Tampoco debe confundirse la focalización estratégica en los actores más dinámicos con el abandono de aquellos a quienes les cuesta seguir el ritmo. Para no dejar a nadie en la cuneta, debe recordarse el sentido último de la expedición, que no es batir ningún récord ni ponerse medallas, sino lograr que todos disfrutemos finalmente de haber alcanzado la meta.

    RACIONAR LOS VÍVERES: Muchos proyectos han fracasado por haber gestionado los recursos de forma poco meditada. Hay que cuantificar las propias posibilidades y contrastarlas con el camino que tenemos por delante. La sostenibilidad de una transformación urbana a largo plazo exige priorizar las inversiones con mayor efecto multiplicador, y descartar las iniciativas que terminan habitualmente convertidas en un agujero de gasto crónico.

    La conformación del equipo que gestionará el proyecto no es una fiesta para repartir regalos o devolver favores, sino el momento clave para captar el talento necesario

    EVITAR LOS PATINAZOS: La complicidad de la ciudadanía se pierde para siempre cuando el liderazgo se ve salpicado por comportamientos censurables desde las propias instituciones. Y esto incluye desde meter la mano en la caja hasta mostrar especial generosidad pública con los colectivos más afines al partido gobernante o con los estratos de población que pueden convertirse en un caladero de nuevos votos en las siguientes elecciones.

    CONFIAR EN QUIENES CONOCEN EL TERRENO: La conformación del equipo que gestionará el proyecto no es una fiesta para repartir regalos o devolver favores, sino el momento clave para captar el talento necesario que asegure su éxito. Son los políticos quienes deben definir el horizonte, pero deben ser los expertos quienes señalen la mejor manera de llegar hasta allí: urbanistas, arqueólogos, ingenieros, economistas, arquitectos, tecnólogos, etc.

    Y CONTAR CON TODOS: Un buen líder escucha y después decide. Son dos las formas en que puede fallarse en este aspecto: por un lado, siendo vacilante o inmovilista por temor a enfadar a alguien (para hacer una tortilla siempre hay que romper huevos) y, por otro, olvidando el papel protagonista de la propia población (que es tanto la financiadora como la beneficiaria final de este viaje). En este sentido, uno de los grandes retos de los próximos años probablemente consista en profundizar en la transparencia de la gestión institucional y en la interiorización de una gobernanza apoyada en mecanismos de participación. La ciudadanía tiene mucho que decir, más de una vez cada cuatro años, y debe ser escuchada.

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