Ĉu vi estis vakcinita?

Una cosa es que sea más probable que te atropelle un coche al salir del vacunó-dromo y, otra, que en este extraordinario negocio entre farmacéuticas y gobiernos, nadie deba responder si te sobreviene la muerte

27 mayo 2021 16:56 | Actualizado a 27 mayo 2021 17:00
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Cuando nos enteramos de que iban a vacunar al grupo de 60-70 antes de salvar a otros de mayor edad, me crecí creyéndome especialmente útil a la sociedad. Sin embargo, desde que vuelan las noticias inquietantes sobre la AstraZeneca, empecé a pensar si pretendían deshacerse de las existencias y no sabían con quien. 

Nos dan cita previa a elegir entre La Seo de Urgel, Alcarrás o Tárrega y pregunto al cancerbero de seguridad que guarda la puerta del mercado si a ellos también los mandan allí donde cristo perdió el gorro para hacer país. Nos han seccionado por décadas, es curioso encontrarte con tu quinta en el vacunómedro, con las mascarillas no parecemos tan cascados, imaginamos lo mejor de aquello que no vemos.

En los cinco continentes jamás ha habido una pregunta tan repetida. «ĉu vi estis vakcinita?» La escribo en esperanto porque es el nuevo saludo en todos los idiomas del planeta con el que compartimos la esperanza por el final de esta pesadilla. ¿Sí? Felicidades. Con Pfizer o Moderna, qué suerte; con AstraZeneca, bueno, nadie pregunta la marca cuando te vacunan contra la gripe o la fiebre amarilla. 

El tipo que iba delante de mí en la cola pidió la carta, quería la Janssen, ignorando que, según el Comité de Salud Pública, la vacuna a administrar «no puede ser a demanda o elección de los individuos so pena de socavar los principios y valores éticos». Pero el Comité de Bioética ha violado ese principio de no elección. Y si a los sexagenarios que nos han puesto la primera dosis de AstraZeneca nos van a inocular la segunda por decreto, las personas menores (personal esencial o de especial protección), casi dos millones, van a poder escoger entre repetir o ponerse la Pfizer.

Y contra otro principio bioético que exige una información clara de los tratamientos médicos que hemos de recibir, los legos deberán decidir sobre lo que ignoran los sabios, y escoger entre el potencial peligro de padecer un Síndrome de Trombocitopenia Protrombótica Inmune Inducida (VIPIT) o una complicación por inyectarse un cóctel de vacunas. 

Hace meses que AstraZeneca abre telediarios con noticias alarmantes de suspensión de los pinchazos y la han renombrado para que su mala reputación no arrastre a toda la compañía, ahora se llama Vaxzevria. En conferencia de prensa la viróloga danesa, Tanja Lund Erichsen, se desplomó dramáticamente demostrando de forma plástica por qué la desechaban definitivamente en su país. Los memes circulan a gogó, en Italia la esconden, en Suecia la tiran, a algunos les da dolor de cabeza y fiebre cuando se la ponen a otro y, como te inoculan un virus que resfría a chimpancés, hay humanos a los que le sienta bien y respiran mejor.

Mientras esperábamos sujetándonos el hombro izquierdo esperando una eventual reacción alérgica, una señora muy afectada me explicó que un mes antes, un vecino del pueblo (65) sentado precisamente en mi silla, sano y deportista, murió una hora después del pinchazo. Hay un considerable número de mujeres, jóvenes y también de mi franja de edad -y aquí en Tarragona-, que no presentaban signos de la llegada de su hora.

Otro principio bioético establece que nadie está obligado a vacunarse, aunque debamos hacerlo por solidaridad. Por eso, en algunos unos lugares te sancionan con multas o impidiendo acceder al sistema educativo; en otros te convencen de sus mayores beneficios, y en muchos la incentivan regalándote Coca-Cola, donuts glaseados, marihuana o alitas de pollo. No obstante, una cosa es que sea más probable que te atropelle un coche al salir del vacunódromo y, otra, que en este extraordinario negocio entre farmacéuticas y gobiernos, nadie deba responder si te sobreviene la muerte. 

Respecto a quien reclamar le dije a la targarina que, a pesar de que AstraZeneca ha trasladado la responsabilidad por daños a los Estados Miembros, deberían dirigirse contra ambas partes contratantes porque esa clausula estipulada es presuntamente nula de pleno derecho e ineficaz frente a terceros. 

Tenemos muchas ganas de viajar a mil y un lugar (y disfrute cuanto pueda) para escapar volando de la jaula. Pero la vacunación quizá no es el ilusorio final de nada, no nos impide contraer la enfermedad ni dejar de propagarla. «Las farmacéuticas se garantizaron reducir cualquier incentivo para hacer que los medicamentos sean baratos y estén ampliamente disponibles» (New York Times). Y los gobiernos, el Digital Green Pass, cuya carencia será un impedimento a nuestro derecho a la libre circulación. 

No se trata de etiquetar una ganadería marcada, una libreta reciclable o una hortaliza tratada sin pesticidas, sino que será usted mismo quien llevará el código de barras QR que lo convierta en ecológico, aunque te vayas de turismo sexual portando el sida. Asociado a un dispositivo electrónico, (a mí ya se me han dirigido las autoridades sanitarias formulándome una pregunta), nos identificará como ciudadano verde.

Los gobiernos y las farmacéuticas fueron capaces de visionar el nuevo orden resultante de la pandemia por el ojo de la aguja de la jeringuilla: Moderna anuncia la tercera dosis para después del verano. Aunque se escuchan alegres campanas, viajeros al tren, nadie las tiene todas consigo después de los bichos que hemos descubierto en la pandemia, incluido el coronavirus. Ni el desgastado Simón sabe si habrá más fases en subsiguientes desescaladas de sucesivas olas con consiguientes dosis. 

Escritor y editor afincado enTarragona, autor de obras como ‘El efecto Starlux’ y, más recientemente, ‘Ese otro que hay en ti’. Impulsor del premio literario Vuela la cometa.

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