Viaje a Tierra Santa

Después de visitar la Tierra Santa se lee y escucha la Sagrada Escritura de otra manera

19 mayo 2017 23:03 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:22
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Durante la semana de Pascua he tenido la suerte de viajar a Tierra Santa, la tierra de Jesús, para tener allí unos días de convivencia con las personas que llevan adelante el Camino Neocatecumenal. En vez de comer la mona en mi pueblo natal, Guissona, esta vez la comía en el aeropuerto de Tel Aviv, puerta de entrada a esta bendita y afligida tierra. De allí, después de dos horas de viaje por lugares entrañables, llegamos a Galilea, donde en la falda de la montaña en la que, según la tradición, Jesús predicó el famoso sermón de las bienaventuranzas, me alojé en una casa denominada Domus Galileae, Casa de Galilea.

Allí me encontré con más de ciento cincuenta cardenales y obispos de todo el mundo. Es una casa espaciosa, asomada al lago de Genesaret, o de Galilea, uno de esos lugares donde los Evangelios nos hablan en muchas ocasiones de la actividad apostólica de Jesús. Junto al lago eligió a sus primeros discípulos, las dos parejas de hermanos pescadores: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Allí hizo muchos milagros, curando enfermos, dando de comer a multitudes, predicando la buena nueva y convocando a sus seguidores después de la Resurrección.

Durante estos días he podido ir a Jerusalén, pasando por el río Jordán donde la tradición señala el lugar donde se bautizó Jesús. Y en Jerusalén pude visitar los lugares santos: el Calvario, y el Santo Sepulcro; también estuve rezando en el Cenáculo, la sala donde Jesús celebró la Ultima Cena, instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, lavó los pies a sus discípulos y les dio el mandamiento del amor: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Y en el Cenáculo tuvo lugar la Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre la Santísima Virgen, los apóstoles y otras personas, iniciándose la predicación. Se puede decir que de allí nació la Iglesia.

También viajamos a Cafarnaúm, la casa de Pedro, y a Nazaret, la casa de Maria, el lugar donde se realizó la Encarnación del Hijo de Dios.

En todos estos lugares tuve muy presente a toda la archidiócesis, sus personas, familias e instituciones.

Todos son lugares benditos y llenos de recuerdos para los cristianos. Aprovecho para animar a las personas que puedan a peregrinar a Tierra Santa: nuestra archidiócesis de Tarragona tiene la suerte de que se organizan todos los años muchas peregrinaciones, que dejan un gratísimo recuerdo. Es habitual oír decir que después se lee o escucha la Sagrada Escritura de otra manera. Para mí es la segunda vez que peregrino por esas tierras; la anterior fue con un buen grupo de fieles de La Selva del Camp para interpretar “El Misteri de la Selva” en la Iglesia de la Dormición de la Virgen, que está casi pegada a la del Cenáculo. Los recuerdos y las vivencias de aquel viaje son inolvidables.

El objetivo de esta nueva estancia en Tierra Santa, como he dicho, ha sido conocer más a fondo el Camino Neocatecumenal, explicado directamente por uno de sus fundadores, Kiko Argüello. He podido comprobar cómo esta institución, aprobada por la Iglesia, está haciendo un gran bien en todo el mundo, comenzando por la misma Roma, donde empezó el Camino y donde en estos momentos hay centenares de comunidades en las diversas parroquias. De allí se ha ido extendiendo por todo el mundo, también en nuestra archidiócesis.

El pasado 6 de marzo, el Papa Francisco recibió en Roma a más de siete mil miembros del Camino, entre ellos a más de doscientas familias que marchaban en misión a muchos países, algunos incluso tan lejanos como la China, la India o el Japón. El Papa dijo que “estas comunidades, llamadas por los obispos, están formadas por un presbítero y cuatro o cinco familias, con hijos incluso mayores, y constituyen una “missio ad gentes”, con un mandato de evangelizar a los no cristianos. No cristianos que jamás escucharon hablar de Jesucristo, y muchos ya cristianos que olvidaron quien era: bautizados a quienes la secularización, la mundanidad y otras cosas les hicieron olvidar la fe” y les animaba diciéndoles con fuerza: “¡Despertad esa fe!”. No hay duda que es un fenómeno evangelizador digno de tener en cuenta.

No ahorró el Papa palabras de aliento y estima en este encuentro con los Neocatecumenales. Dijo frases como estas: “Yo digo siempre que el Camino Neocatecumenal hace un gran bien en la Iglesia”. O más adelante que esta institución era un “auténtico don de la Providencia a la Iglesia de nuestros tiempos”.

He comprobado, junto a tantos obispos, escuchando experiencias, y conociendo también más a fondo a los iniciadores y fundadores del Camino Neocatecumental, la riqueza de carismas que hay en la Iglesia, y la necesidad de conocerlos a fondo para poder ayudarles.

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