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    Marx en el Carrilet

    El Ayuntamiento de Reus cae en la tentación de presentar el resultado del proceso participativo sobre el futuro del barrio como un aval a su proyecto

    06 febrero 2022 13:58 | Actualizado a 06 febrero 2022 13:58
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    Aclaro, antes de nada, que el Marx al que alude el titular de esta crónica es Karl, no Groucho, aunque pueda percibirse alguna influencia del segundo en el intento del Ayuntamiento de Reus de presentar los resultados del proceso participativo sobre la transformación del barrio del Carrilet como un aval a su proyecto, teniendo en cuenta que tal proyecto aún no existe. O al menos esto último se esforzó en trasladar la concejal de Urbanismo, Marina Berasategui –que temporalmente también lo es de Participación–, en la audiencia pública telemática para explicar las conclusiones a la ciudadanía, con el argumento de que la opinión de los vecinos se recaba precisamente para tenerla en cuenta en la definición de los planes de actuación.

    Otra cosa es que el gobierno municipal pueda sentirse reforzado al ver que su decisión de finiquitar el Mercat del Carrilet en su formato actual está ya amortizada entre los vecinos, como así parecen indicarlo las escasas menciones recogidas sobre este asunto, que era el más polémico aunque no se haya preguntado directamente sobre él. No olvidemos que fue el detonante del pulso con los paradistas, de la batalla política y hasta del planteamiento de reforma urbanística en profundidad de la zona.

    Tampoco los datos de participación son malos. El Ayuntamiento habla de 2.169 participantes –concepto que no es equivalente a personas– en las distintas convocatorias , mientras que la CUP sitúa la cifra en 794 personas de un total de 5.977 vecinos mayores de 16 años, según la información recabada en la mesa de seguimiento. En cualquier caso, no son pocas.

    Proyecto predeterminado

    Pero la tentación de vender como una consulta popular un proceso que se limita a recoger aportaciones y opiniones sobre una propuesta de trabajo, lo pone irremediablemente en el punto de mira de la oposición. Cabe suponer, en tal sentido, que el PSC ya intuía que se le iba a dar esta lectura a los resultados cuando hace tres meses acusó al gobierno municipal de «gastarse 23.000 euros en un proceso que más que buscar la participación ciudadana busca la exposición y promoción de los partidos políticos que lo promueven».

    Los socialistas apuntaron al talón de Aquiles del proceso en cuanto conocieron sus contenidos. «Si tienen claro que la actuación incluirá dotaciones residenciales, un albergue y residencia, equipamientos culturales, espacios de coworking y mejoras de movilidad, ¿de qué tiene que servir este proceso participativo?», se preguntó Andreu Martín.

    La CUP se sumó el pasado viernes a estas críticas, al considerar que el proceso «cuenta con una serie de sesgos que le dan poca legitimidad». Para los cupaires, constituye una maniobra para ratificar lo ya decidido, con resultados ambivalentes e indefinidos para que el gobierno municipal pueda actuar a sus anchas. «No pasan de ser una especie de encuestas de opinión dirigidas sobre un proyecto ya determinado», concluyen. Para sospechar que las empresas demoscópicas pueden aplicar sesgos relacionados con los intereses del cliente sólo hace falta ver los sondeos electorales que periódicamente encargan distintos medios de comunicación. Pero esa es otra historia.

    La aportación más original de la CUP fue traerse al antropólogo urbano José Mansilla para poner a caldo los procesos participativos tal como los aplican las administraciones públicas. Según él, son una fórmula para buscar la connivencia con una solución prediseñada y diluir la responsabilidad de los políticos en la toma de decisiones.

    El fetichismo de la participación

    Mansilla explicó que un proceso realmente abierto debe permitir que la idea inicial sea rechazada. Pero su reflexión teórica más profunda fue el «fetichismo de la participación», a partir de la definición marxista de fetichismo.

    Este es un concepto tan interesante como complejo. Karl Marx habló del «fetichismo de la mercancía» para describir la falta de entendimiento de los economistas sobre los fenómenos sociales que hay detrás de la noción de mercancía. Por analogía, tampoco vislumbramos las relaciones sociales que esconde el fetiche de la participación.

    Si, históricamente, las recetas marxistas han resultado tan brillantes para analizar la realidad como desastrosas para aplicarle soluciones, el discurso de Mansilla fue más pródigo en diseccionar las lagunas de los procesos participativos que en concretar alternativas. Y lo cerró con una advertencia a tener en cuenta: el riesgo de la fatiga participativa si los ciudadanos acumulan múltiples llamadas a la participación; o les generan insatisfacción por no sentirse escuchados; o llegan a la conclusión de que les han hecho perder el tiempo.

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