El refugio de los ‘invisibles’ cumple quince años

Solidaridad. Personas sin hogar, voluntarios, trabajadores... Así es la vida en el albergue de Bonanit, mucho más que un sitio para dormir

26 noviembre 2021 16:10 | Actualizado a 27 noviembre 2021 07:12
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Afuera llueve a cántaros y hace un día de perros, pero en el albergue de la Plaça de les Peixateries Velles se está caliente. En la salita, modesta y pulcra, nos esperan José, Mari Carmen y Orlando. Todos comparten la misma circunstancia: estar o haber estado en la calle y haber contado con la compañía de la Fundació Bonanit.

José (58 años) ya vivía en la calle cuando nació Bonanit hace quince años y ha pasado por el albergue en varias oportunidades. Su historia se parece a la de muchos ‘sintecho’; es una mezcla en la que aparecen una ruptura familiar y la pérdida del empleo. Paleta y pintor, de vez en cuando le sale algún trabajito, pero nunca es suficiente para salir de la calle. «Se aprovechan de la situación y algunos ni te pagan», dice.

Orlando (también 58) está actualmente alojado en el albergue. Es epiléptico y le dio un ataque en plena calle en Vila-seca cuando acababa de cobrar la pensión y llevaba el dinero para pagar la entrada de un alquiler. Cuando se despertó no tenía nada. En el albergue lo están acogiendo hasta el día en que vuelva a cobrar y pueda irse a una habitación.

A Mari Carmen (67 años) ya la conocíamos, pero cuesta reconocerla porque el cambio desde que no duerme al raso es evidente. En su caso trabajaba interna como cuidadora de una señora. Cuando la mujer murió se quedó sin casa y sin trabajo y al poco tiempo se vio sin nada. Estuvo más tres años durmiendo donde podía. Uno de los sitios que más usaba era un portal de la calle Unió «porque allí estaba a la vista». Desde hace unos meses cobra una paga y está en una pensión.

Sus tres historias (imposibles de resumir aquí) dan para escribir un libro. Dicen que en sus circunstancias se agradece contar con una cama durante unas noches para recuperarse de la dureza de la calle. Aunque de lo que más hablan es de que aquí han encontrado a alguien que les escuche. A diferencia de lo que pasa en la calle, aquí dejan de ser ‘invisibles’.

La plumilla que supo ver

Justamente el nacimiento de la entidad tuvo que ver con alguien que nunca ha apartado la mirada: Antoni Coll, fundador, presidente del patronato y alma de la fundación. Relata Coll, quien fuera durante años director del Diari, que cada noche, tras el cierre de la edición, regresaba a casa a medianoche y se encontraba personas durmiendo en cajeros y bancos.

El punto de inflexión se dio cuando falleció una persona que dormía en la calle en El Vendrell. El caso motivó que Coll hiciera un llamamiento a toda la sociedad en ‘La plumilla’ (el artículo que firma en la contraportada del Diari desde hace 33 años). Algo así no podía volver a suceder.

La asociación se puso en marcha en noviembre de 2006. Coll, que para entonces se acababa de jubilar, encontró los primeros aliados: Joan Maria Adserà, presidente de la Fundació Santa Tecla; Carme Borbonès, de Cáritas Diocesana, y el abogado Joan López Masoliver. Entre los cuatro ejercieron de fundadores y pusieron el capital inicial.

A partir de allí los aliados no han parado de crecer. Era suficiente ver ayer la sala del Col·legi de l’Advocacia en la celebración de los quince años para hacerse una idea de las complicidades que han conseguido.

Hoy colaboran periódicamente una treintena de empresas y un centenar de particulares que aportan en torno al 60% del presupuesto de la entidad. El otro 40% lo aportan las administraciones, en especial el Ayuntamiento de Tarragona. Además están de plácemes porque les acaban de incluir 50.000 euros en los Presupuestos Generales del Estado del año que viene.

Las primeras personas fueron acogidas en la Pensión Carmen. Carmen Castillo, su propietaria, ya había abierto su pensión a personas que estaban en la calle en otras oportunidades. «Cuando comenzamos ella ya les cuidaba, es una persona fantástica», recuerda Coll. El primer usuario fue un tarraconense, Manuel Leiva, ya fallecido.

Cuando arrancó Bonanit había un albergue donde está el actual regentado por Cáritas, pero funcionaba como un albergue de transeúntes, es decir, solo ofrecía pernoctaciones para dos o tres días. Cerró en 2010.

En 2012 las plazas de la pensión Carmen se quedaron pequeñas y abrieron algunas más en la Pensión Al-hambra, a cargo de Encarna Clausell.

En 2013 gracias a que la Obra Pia Montserrat, dueña de la casa de las Peixateries Velles, se las cedió, pudieron hacer reformas y volver a abrir el albergue, esta vez a cargo de Bonanit y por períodos más largos, de dos semanas, según la disponibilidad. Actualmente, debido a las restricciones de espacio que impone la pandemia, han tenido que reducir las plazas a 20, 14 en el albergue y 6 en la Alhambra, «y se llenan cada día», señala el director de la fundación, Josep Maria Carreto.

El abogado Antoni Vives, miembro del patronato, apuntaba ayer durante la celebración que en estos quince años Bonanit ha ofrecido 90.000 pernoctaciones. «Si fuéramos un hotel esos serían buenos resultados», apuntaba.

Ahora la entidad se ha propuesto ir más allá y también atienden a familias con niños en situación de gran vulnerabilidad en diez pisos de alquiler.

Cada persona por su nombre

Basta con acercarse al albergue para darse cuenta de que las aportaciones son imprescindibles, pero no habrían sido suficientes para poner en marcha un servicio así. Se nota nada más entrar por la puerta, especialmente porque la primera cara que se ve es la de Teresa Beà, «probablemente la persona que conoce por su nombre a más personas sin hogar de la ciudad», dice Carreto.

Beà trabaja como voluntaria de Cáritas y de Bonanit desde antes de que se fundara la entidad. Profesora de instituto jubilada cuenta que delante suyo han pasado historias terribles. Cuenta que la primera semana fue tan dura que se dijo a sí misma «si sufres mucho no podrás quedarte». Hoy 15 años más tarde, todavía resiste. Relata que trabajar con estas personas «me ha tocado, para mí ha sido un regalo».

Explica que son «personas que van solas por la vida» y hasta han perdido la capacidad de relacionarse con otros de tanto estar invisibilizados.

Carreto cuenta que esto más que un grupo de trabajo es una familia «con sus alegrías y sus sufrimientos», que no han sido pocos, como el confinamiento del año pasado. Las personas que albergaban en ese momento se quedaron con ellos mientras duraron aquellos meses.

En la salita del albergue, José, Orlando y Mari Carmen siguen hablando de su experiencia en la calle, de cómo cambia el carácter y de la solidaridad. Orlando opina que «hay más gente en nuestra situación que semáforos en la ciudad. Nos dicen que somos ‘sintecho’ pero a lo mejor puedes encontrar un techo para dormir. En realidad lo que no tenemos es un hogar, somos unos ‘sinhogar’. Lo que nos falta es un ‘hola, ¿cómo estás?’ un cariño... Por eso estoy tan agradecido a Bonanit, cuando llega Diego (uno de los trabajadores) y nos dice ‘¿Cómo están mis chicos?’ Eso te llena; te sientes persona».

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