Hermanas Quílez: «Nosotras solo somos la cara visible, este barrio es muy solidario»

Comedor social de Bonavista

20 marzo 2021 18:40 | Actualizado a 21 marzo 2021 22:23
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Raquel Quílez reconoce sonriente que su número de móvil lo tiene «media Tarragona», pero eso no es impedimento para que siga respondiendo siempre al teléfono de la misma manera: «¿En qué te puedo ayudar?».

Ella es la encargada del Comedor Social de Bonavista, uno de esos sitios que solo son posibles gracias a un círculo virtuoso de pequeños y grandes gestos de solidaridad. Abrieron en 2013 para dar de comer a 40 personas y hoy atienden a casi 700, tanto con comida cocinada como con alimentos para preparar en casa.

Encarna, hermana de Raquel y responsable de Projectes de Joventut i Vida, fundación de la que depende el comedor, relata que todo comenzó con la voluntad de ayudar a las familias de los jóvenes que atendían en distintos programas en el barrio de Bonavista. Para ello comenzaron visitando el Mercat del Camp. Allí los comerciantes de la fruta y la verdura les daban los excedentes que no iban a vender y los voluntarios se encargaban de limpiarlos y entregarlos a las familias.

Pero con la crisis del ladrillo «todo se nos desbordó, en el barrio mucha gente trabajaba en la construcción». Las peticiones cada vez eran más y daban lo que tenían, «pero llegó un momento en que nos dimos cuenta de que con unos litros de leche y unas lentejas no llegábamos muy lejos».

Coincidió que en el barrio el dueño de un restaurante comenzó a dar, con sus propios medios, comidas cada día a algunos vecinos en dificultades. Salió en todas las noticias y se hizo evidente que en el barrio hacía falta un comedor social.

El Ayuntamiento recogió el guante y reunió a las entidades de acción social que ya trabajaban en el barrio. Había mucha voluntad pero faltaba infraestructura.

Providencialmente, Joventut i Vida ganó una convocatoria de la Obra Social la Caixa que les permitió ponerse en marcha. La buena fortuna les sonrió incluso con el local. El dueño del que había sido un restaurante, al saber para qué lo querían, les bajó el alquiler a la mitad (y todavía se lo mantiene), y los primeros meses pagó de su bolsillo la luz y el agua.

«Cuando arrancamos salió gente de todas partes para pintar, limpiar, cocinar... Lo que hiciera falta», relata Encarna, quien dice que solo falta poner en marcha un proyecto así «para comprobar la solidaridad que hay en el barrio». Les apoyan la Generalitat, el Ayuntamiento, supermercados, escuelas, la asociación de vecinos, el Hospital Joan XXIII... (la lista es interminable), pero también muchas empresas y personas anónimas que pasan a dejarles alimentos cuando hacen la compra.

Casi desde el principio el comedor se convirtió en un punto de encuentro social. «Algunas personas venían muy deprimidas, no les escuchaba ni el cuello de su camisa y, con el tiempo, las veías dar un cambio... Te das cuenta de que las personas somos el resultado del tiempo que nos dedican», dice Encarna.

Aunque de la pobreza no se sale de un día para otro, han visto a gente salir del bache. «Tenemos familias que en algún momento necesitaron ayuda y ahora están bien y nos hacen donaciones».

Han tenido, además, a personas que han ido al comedor para cumplir con las medidas de trabajo por la comunidad que les ha impuesto un juez y que luego se han quedado y llevan años como voluntarias.

Y es que esa es la otra gran riqueza del comedor, los voluntarios, como la vecina que vive al lado del comedor y que, desde que abrió, acude cada día ayudar.

La actual crisis que está dejando la pandemia está trayendo al comedor (que por las medidas sanitarias entrega la comida en envases) a muchas caras nuevas, entre ellas personas que llevaban una vida normalizada y que trabajaban en restaurantes y hoteles.

Encarna y Raquel son madrileñas. La primera es doctora en Gelolgía y era profesora universitaria antes de venir a Tarragona, y la segunda estudió Empresariales y trabajaba en una multinacional. Encarna dice que este trabajo le ha dado «una razón de vida» y Raquel que «llegar a tu casa y saber que has ayudado a alguien no hay quien lo pague».

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