Julio Dueñas: «El quiosco de la Imperial Tarraco es mi vida»

Pte. Asoc. Vendedores de prensa

27 febrero 2021 18:50 | Actualizado a 28 febrero 2021 07:39
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Julio Dueñas tiene 68 años y no sabría explicar su vida sin contar su relación con el quiosco de la plaza Imperial Tarraco de Tarragona. Y es que este pequeño espacio, ubicado en un rincón de la plaza, le ha visto crecer, madurar y envejecer. El quiosco está ligado a él de tal forma que ya lo han regentado tres generaciones de su familia, una familia que recaló en Catalunya cuando él era pequeño en busca de oportunidades.

Todo empezó en 1967, cuando su madre, Emilia de Juana, se hizo cargo de este negocio. Como suele ser habitual, los comienzos no fueron fáciles. «Los primeros años resultaron complicados, porque apenas había viviendas en la zona; Tarragona acababa en la plaza. A partir de allí todo eran campos de cultivo».

En aquellos años Julio pasaba gran parte de sus jornadas en el quiosco. «Ayudaba a mis padres, e iba a abrir con ellos el quiosco antes de ir a estudiar. También teníamos que ir a la estación de tren a buscar los periódicos y las revistas. Recuerdo el frío que hacía a aquellas horas de la mañana. Y es que abríamos –aún lo hacemos– a las seis de la mañana, cuando todavía la ciudad duerme y todo lo demás está cerrado. Pero había que estar allí, nos sintiéramos como nos sintiéramos; prestamos un servicio 362 días al año y no valen bajas o enfermedades, te debes a los clientes».

Luego se hizo cargo del quiosco su mujer, Ángeles. Era una época de mucho trabajo pero en la que el sector crecía. «Eran los tiempos en que el soporte informativo por excelencia era la prensa; si querías estar bien informado tenías que leer el periódico». Entonces la venta de diarios era alta, «pero se disparaba con la lotería de Navidad, cuando había elecciones o cuando, por desgracia, se producía algún atentado… Esos días los periódicos volaban».

El quiosco le ha permitido también conocer a muchos clientes, «a hombres que venían cada día a comprar el periódico y que luego lo hicieron con sus hijos, a los que hemos visto crecer, y que ahora vienen con sus nietos. Son personas que no son solo clientes, son amigos, porque aquí hemos creado y tejido muchos vínculos».

Desde el quiosco de la Imperial, un punto neurálgico en la ciudad, Julio ha sido testigo de la transformación de Tarragona, de una ciudad de la que siente parte. Desde ese habitáculo ha visto pasar la vida: «De aquí salían los autobuses del Imserso, con los jubilados llenos de alegría y sueños; o los autocares de aficionados del Nàstic, con sus camisetas y bufandas granas; o manifestaciones de todo tipo –alguna vez nos han roto los escaparates–, celebraciones festivas… Incluso un día nos llevamos un susto tremendo, cuando estábamos dentro y un coche se chocó contra el quiosco».

Y es que el de la Imperial Tarraco es mucho más que un quiosco; «todo el que viene de fuera llega a esta plaza y muchos se acercan hasta aquí para preguntar lo que sea. De hecho, tuve que aprenderme los precios de los hoteles de Tarragona para poder informar a muchos visitantes. También me ha tocado socorrer a gente que se sentía mal y llamar a una ambulancia, ir a buscar medicamentos, incluso un día tuve que ayudar a un hombre que iba a una boda a hacerse el nudo de la corbata… Anécdotas, aquí, las que quieras», dice Julio.

Sin embargo, ahora está preocupado por la incertidumbre que rodea al quiosco, que regenta su hijo Javier desde hace cuatro años. El proyecto de construcción de un carril bici por la plaza obligará a desplazar el módulo unos metros. A ello se añade la caducidad del periodo de concesión, que concluye a finales de este año. Julio y su hijo quieren mantener el negocio, del que depende el empleo de Javier y de otro trabajador. «Pero no se trata solo de una cosa material; es algo que llevamos dentro, que sientes parte de ti», dice. En este sentido, comenta que muchos ayuntamientos han dado facilidades y apostado por mantener este tipo de comercios. «Si no cuidamos a los pequeños, a los de toda la vida, y solo miramos la rentabilidad, esos sectores desaparecerán y la ciudad quedará desierta, sin vida», reflexiona.

Julio sabe de lo que habla. Como presidente de la Asociación de Vendedores de Prensa de Tarragona, es consciente de que no corren buenos tiempos para el sector: «Hace unos años había en España 42.000 puntos de venta de periódicos; se han cerrado 20.000, entre ellos 7.000 quioscos». Es consciente de la crisis que amenaza a este modelo de negocio, pero defiende su pervivencia. Y eso que no ha sido fácil. No lo es pasar doce horas cada día al pie del cañón, soportando frío, calor, días de lluvia y de viento… «Sí, efectivamente hay muchas otras formas de ganarse la vida de forma más cómoda, pero hay un componente sentimental. El quiosco es parte de la ciudad y toda mi vida. Desde pequeño he visto a mis padres trabajar allí. Luego nos tocó a mi mujer y a mí y ahora es mi hijo. Lo dicho, es toda mi vida».

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