La Cueva de la Font Major, toda una aventura

Crónica. Fue un vecino de L’Espluga de Francolí quien en el año 1853, perforando un pozo en su casa, se topó con una de estas galerías subterráneas

26 agosto 2021 10:20 | Actualizado a 27 agosto 2021 06:21
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Quizás hay gente que no sabe que ‘espluga’ en latín significa cueva. Y los que no son del término tal vez ignoran que el pueblo de l’Espluga de Francolí se asienta sobre un gran río subterráneo lleno de historia.

Hace 40 millones de años la Conca de Barberà era un mar donde desembocaban ríos llenos de sedimentos. Cuando este mar se retiró quedó una llanura con los guijarros que con el tiempo se compactaron. Ríos y glaciares bajaron hasta esta llanura formando lo que ahora son los barrancos y arrastrando material arenoso que se filtraba hacia el interior de la tierra. Así aparecieron los ríos subterráneos que erosionarían el terreno y formarían lagos, galerías, sifones y túneles: un mundo aparentemente oculto hasta el siglo XIX, pero que ya habían descubierto nuestros antepasados del Paleolítico.

Fue un vecino de l’Espluga que en 1853, perforando un pozo en su casa, se topó con una de estas galerías subterráneas. Sería la Cueva de la Font Major. Un siglo más tarde un grupo bajaría al pozo para descubrir el primer sifón que no pudieron atravesar. Así, a lo largo de los años, irían avanzando por túneles hasta encontrar 3.600 galerías fosilizadas. Actualmente se puede visitar hasta 900 metros de profundidad.

Las cuevas han sido utilizadas desde el Paleolítico, pasando por los romanos, la época medieval y hasta nuestros días. En la Guerra Civil fue un polvorín y más tarde serviría para cultivar champiñones o envejecer cava. Ahora las cuevas se dividen en dos: la de la Vila y la cueva de la Font Major, la primera es en formato museo, la segunda se remonta el río subterráneo por las galerías: toda una aventura.

Equipados con un mono de neopreno, casco y un frontal que proporcionan los organizadores, el grupo se adentra por la cavidad de la cueva acompañados de dos guías amabilísimas que te dan confianza y seguridad en todo momento y que explican la historia y la formación geológica de este laberinto de agua y piedra. Un techo que se estrecha o se ensancha según el capricho del agua en formaciones espectaculares de piedra conglomerada. Podemos ir casi a gatas rodeados de roca húmeda o podemos sumergirnos en agua helada hasta la cintura.

El grupo avanza casi siempre en fila india, vigilando las formaciones de la roca que pueden variar de nivel y nos podrían dar algún susto. Nos detenemos en algunos puntos estratégicos y la guía nos hace las explicaciones y nos damos cuenta de que estamos en un lugar único y mágico, muy emocionante, y a veinte metros de profundidad.

Nosotros lo llenamos de vida, pero cuando nos vayamos se quedará en la más absoluta oscuridad y un gran silencio solo roto por las gotas de agua que caen del techo y que algún día serán una estalactita.

Hasta que se llega a la sala llamada Biela y topamos con un muro de ladrillos que al primer momento sorprende y desentona. Pero todo tiene una explicación: En 1986 se construyó una presa del primer sifón para extraer agua para el pueblo. Ahora ya no sirve, pero sería complejo retirarla. Y en esta sala experimentamos esta negrura que comentaba. Apagamos los frontales y solo sentimos la voz de la guía que nos hace dar cuenta de las trampas visuales de nuestro cerebro.

Y es hora de retroceder, porque salimos por el mismo lugar, ya que la otra salida es en la Font Major y estaríamos ante una reja. El camino se hace más corto y relajado.

Y nos detenemos a mirar unos diminutos animales que viven allí, en la roca. Son unos crustáceos blancos que parecen gusanitos y que se mueven cuando los iluminamos, posiblemente molestos por la intromisión. Los dejamos en paz y salimos a la luz. Sabe mal que acabe la aventura. La experiencia es maravillosa, la ducha de después reconfortante, el recuerdo imborrable.

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