Sin miedo a las alturas para sanear palmeras

Reportaje. Josep Oriol Prats es uno de los pocos palmereros de Catalunya. Sededica a trepar palmeras y las poda para evitar los efectos negativos del picudo rojo

08 octubre 2021 14:30 | Actualizado a 09 octubre 2021 05:19
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Son las nueve de la mañana y el reusense Josep Oriol Prats, palmerero de profesión, está ya preparado para trepar una palmera de unos siete metros ubicada en la entrada del Cementiri General de Reus, un tipo de tarea que se realiza fuera de horario de visita. Se trata de una Phoenix Canariensis de unos 70 años –según calcula Oriol– y está afectada por el picudo rojo. Su misión: sanear este ejemplar de palmera y salvarla del temido insecto que empezó a propagarse por España a principios de los años 90.

Casco, gafas de protección, botas anticortes, protectores en brazos y piernas, guantes, cuerdas, arnés, motosierra, serrucho, un corbellot... Oriol, que en esta ocasión trabaja en colaboración con el Taller Baix Camp, se planta delante de la palmera. Una cuerda de acero anticorte que rodea el diámetro del árbol va ligada a su cintura, y empieza a subir con gran facilidad. Llegado a lo alto, liga una cuerda en la parte superior de la palmera. Es la línea de vida, lo que a partir de ese momento le ofrece seguridad, además de permitirle bajar con rapidez ante alguna urgencia. Es en ese momento que empieza su tarea.

«Lo que tengo que conseguir es acceder al ojo de la palmera, la parte central desde donde nacen las nuevas palmas, y abrirlo para que se ventile, evitando, así, el proceso de putrefacción», cuenta Oriol. Es un tratamiento que tiene que hacerse para evitar que las larvas de picudo rojo acaben con la vida de la palmera. Como cuenta este palmerero de larga trayectoria, las hembras fecundadas de este insecto ponen los huevos en las palmeras. De allí nacen unas 200 larvas, que se dirigen al ojo del árbol, la parte más tierna, y devoran hojas, con lo que palmas jóvenes muertas se quedan en la parte superior e impiden que nazcan nuevas hojas. «Visualmente se ve cuando una palmera está afectada por el picudo rojo porque las hojas jóvenes están caídas», cuenta.

Lo primero que hace Oriol es podar la palmera para poder acceder al ojo, por lo que empieza cortando las hojas más viejas, que también podrían estar infectadas de larvas, «pero siempre dejando algunas hileras para que siga haciendo la fotosíntesis», cuenta. Dice que es un trabajo que tiene que hacerse con calma, «sabiendo por dónde cortar y cómo», pero sin pausa. Oriol no descansa ni un segundo, y no se trata precisamente de una tarea simple. «Se necesita fuerza y mucha concentración», va explicando mientras evalúa qué partes de la palmera tienen que eliminarse. Un ejemplar como éste del Cementiri de Reus dice que en una hora y media está finalizado, pero en otras ocasiones puede estarse hasta unas 3 horas, «en función también del seguimiento que se haya hecho de la palmera». Y es que cuenta que cada ejemplar tendría que ser tratado unas tres o cuatro veces al año para mantener a raya el picudo rojo. Aun así, «cuando una palmera está afectada por este insecto, lo está ya de por vida», pero entre los tratamientos fitosanitarios y los trabajos manuales de los palmereros, los ejemplares se pueden salvar.

Esta no será la única palmera que Josep Oriol Prats trate en un día. De hecho, según cuenta, ha llegado a podar 27 palmeras en una sola jornada. Dice, además, que son pocos los palmereros. «Hay jardineros que tratan palmeras, pero hay cuestiones que sólo puede hacer un especialista», explica. Dice que se pueden hacer cursos, aunque la gran escuela se encuentra en Elche, donde se encuentra el palmeral más grande de Europa, con unas 500 hectáreas y con unos 300.000 ejemplares. «Aun así, cuando se aprende realmente la profesión es con la práctica», asegura. En su caso, lleva 20 años dedicándose a esto. Oriol, que ahora tiene 40 años, estudió jardinería en el Institut d’Horticultura i Jardineria de Reus y en Mas Bové. «Me introduje al mundo de las palmeras después de conocer a un hombre que lo hacía, y me enamoré de esta profesión», recuerda. Desde entonces, ya no ha parado e incluso ha traspasado fronteras, tratando palmeras en Galicia o Italia, por ejemplo.

A pesar de su larga trayectoria, alerta de algo: «Nunca se tiene que perder el respeto a las alturas». Y es que recuerda que es algo muy peligroso, por lo que es esencial ir bien protegido para evitar a toda costa cualquier posible accidente.

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