Auspiciando el ruido

Un grupo de moteros por la Rambla acelerando sus motores (por encima de los decibelios permitidos) no hace ciudad

22 agosto 2018 08:44 | Actualizado a 22 agosto 2018 17:27
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Hace años, en mi pueblo, quien la tenía más grande lo manifestaba con estridencia y mucho ruido en una especie de acto ancestral al lado del bar más concurrido del pueblo. Me refiero a la moto.

Este domingo, debían ser algo menos de las doce. Unas estridentes sirenas azules con engalanados guardias urbanos se anticipaban a un grupo de motoristas en la Rambla Nova de esta ciudad. Como siempre, algunos motoristas se comportaban en colectivo educadamente con sus vespas u otras marcas.

Pero como siempre, algunos animales de paquete estrecho hacían rugir el acelerador para marcar ‘decibelios’ allá donde pueden con sus motos de conocidas marcas. Ya lo dice el refrán: «A falta de pan buenas son tortas».

Otros denominable ‘capullos’ hacían gala de sus motos que tenían un gran tubo escape de ruido especial para la ocasión. Se superaban con creces los decibelios permitidos por la normativa vigente en Tarragona y saltándose unas cuantas normativas más. Claro está que hoy era con auspicio municipal y bajo ‘protección municipal’. Y entonces, parece que todo vale, que todo sea legal.

Parece que las normas en esta ciudad son para ser saltadas. De hecho, me ha dado hasta vergüenza ver a muchos turistas franceses y holandeses de actitud tranquila que paseaban en aquel momento y quedaban estupefactos. Sus caras lo decían todo. «¡Vaya salvajes!».

No puedo entender el discurso de moralidad municipal con el ruido. A la organización que le viene en gusto pide a Alcaldía o al Departamento que corresponda hacer una actividad, como la de hacer rugir las motos y se les da permiso. Hasta se les escolta con dinero público.

Como estudio sociológico basta sólo con acudir a muchos restaurantes y ver como la estridencia y el grito forma parte del fenómeno cultural de masas en España.

No se habla: se grita. Al menos eso parece puesto que sólo hace falta viajar a la mayoría de países de la unión europea para percatarse de que, en cualquier restaurante, la gente mantiene conversaciones suaves, sin gritos y estridencias. Resulta culturalmente relajante, y estéticamente agradable.

Todo ello conduce a una determinada regla de valores culturales que deben ser potenciados desde la administración para el ciudadano. Sugiero que deben vetarse ciertas actividades de grupos que piden patente de corso al consistorio simplemente para fardar.

No me imagino  a la asociación de cazadores mantener un paseo por la Rambla pegando tiros para enseñar sus escopetas, a un grupo de conductores de coche de rallye pasear por la ciudad para fardar de tubos de escape libres. O a una agrupación de excombatientes tirando artefactos explosivos de broma para simular el ruido de la guerra.

Y es que no todo vale en una sociedad en la que se marcan unas normas cívicas para ignorarlas al minuto.

La regulación del ruido

La ciudad sin ruido forma parte de algo regulado legalmente y para lo que los ciudadanos tienen el derecho de exigir calidad en el espacio urbano.

La paradoja está dentro de 10 años, cuando los coches no harán ruido y quizás habremos permitido a todas las asociaciones de chorradas personales hacer gala de presencia urbana con el ruido. 

Detrás de todo ello digo que fardar con el ruido de la moto en el centro urbano es una clara actitud ofensiva para el ciudadano. Es prepotencia encubierta con legalidad permisiva.

Para ello hay polígonos industriales donde exhibir estas grandes facultades de hacer ruido y de enseñar el que la tiene más grande (la moto). Pero claro está que el exhibicionista necesita al público puesto que en caso contrario, no hay ‘marcada de paquete’.

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