Casas con encanto

Canticel, tierna y hermosa forma de bautizar una casa integrada en un pinar, entre pinassa y brisa de marinada en la bella zona urbana de Solimar

28 julio 2017 09:57 | Actualizado a 28 julio 2017 10:19
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Queridos lectores: la arquitectura ha muerto. Pronto se va a convertir en un Gran Hermano con protagonistas aparentemente cultos; aunque sobre lo último tengo dudas. O se convertirá en un Masterchef de arquifriquis, con jueces de peluca mugrienta de culo pegado a sillas de escuelas técnicas superiores de arquitectura en las que todavía veneran a Le Corbusier. O peor, a aquel pasado glorioso de postguerra, más propio de colonialismo capitalista que de humanidad.

Creo que es la misma Llei 12/2017 de l’Arquitectura,  (DOGC 7411 de 14-7-17), la que ha matado la arquitectura. Por ello, antes de que me hagan callar o me contradigan desde el Consell de Qualitat Arquitectònica i Urbanística de Catalunya, que será el hijo probeta de esta recién nacida Llei, les voy a proponer un brindis sobre lo que considero una casa con encanto, una casa bonita, o una construcción estéticamente atractiva y motivadora. En fin, lo que sería en términos coloquiales algo bello.

Ya no usaré en este artículo el vocablo arquitectura para demostrar que las etiquetas lingüísticas son extremadamente peligrosas. Y que los trajes a medida, todavía más vergonzantes cuando se quiere esconder pancheta por aquí y defectos de talla por allá. 

Hoy les hablo de la casa Canticel, en Tarragona, en Andrómeda, 22. Se puede leer Cant i Cel. Un canto al cielo o cantos y cielo. Tierna y hermosa forma de bautizar una casa integrada en un pinar, entre pinassa y brisa de marinada en la bella zona urbana de Solimar. La casa se halla junto a la finca de la marquesa, tocando al bosque, con bellas vistas al mar y a la montaña.

Se trata de un pedacito de buen hacer de un arquitecto casi anónimo y ya fallecido: Ramon Masferrer Homs (1926-2011). Un arquitecto de Berga, con alguna obra de renombre, pero cuyo paso por Tarragona parece silencioso, pero no menos hermoso y brillante, si cabe.

Canticel son tres apartamentos en un edificio en una plena integración armónica blanca en un pinar, sobre un terreno en montículo. Una construcción de líneas suaves y curvas armónicas. Un trabajo sobrio de ladrillo, revoco de cal y llana para marcar la textura blanca rasgada en una fachada; como el artista pone las manos al moldear el fango. Pátinas blancas que después de 52 años se presentan quizás tan hermosas y elocuentes como su primer día.

Ver la planta de esta edificación es un ejercicio de geometría de espacios sobrios, suavizados con curvas sobre la masa que configura muros y fachadas. Con toques preciosos de cerámica vidriada que refleja óxidos verdosos, azulados y violetas preciosos y que después de 52 años están impecables. Sencillos materiales y gran durabilidad. 

La casa es calmada y atenta con los pinos, con el cielo y con el canto de las cigarras 

Uno no sabe por qué, pero la abruma esa geometría agradable y potente a la vez. Ya lo dice Wilhelm Worringuer en Abstración o Empatía. Yo me quedo con la abstracción, con lo propio que maravilla y penetra por la no conciencia del ser humano. La casa es calmada y atenta con los pinos, con el cielo y con el canto de las cigarras. Canticel, una bella casa en el anonimato tarraconense que merece ser conocida y puesta en el mapa de las casas con encanto y con interés cultural y social de esta ciudad.

Claro está que la futura constitución del Consell de Qualitat Arquitectònica i Urbanística de Catalunya será la que hará de sheriff del condado. Marcará el límite entre la arquitectura y la moralidad. Tú si, y tú no. Tú sabes; tú no sabes. 

Todavía no se sabe quién formará este Consell. La Ley dice que lo definirá un Reglamento. Y mucho me temo que será algo parecido al juego de la silla. Ostias por aquí y por allá para ser y formar parte de un tinglado más propio de una camarilla de cuatro que de una sociedad culta. 

Como siempre pasa, los que ya van de dioses, los que creen serlo y los que sin saberlo no lo son, exigirán su silla esgrimiendo medallas como los generales; medallas quizás muchas veces conseguidas de forma no demasiado ortodoxa o coherente y otras muchas veces mezcladas con el uso y abuso de formar parte docente de escuelas universitarias y autoproclamarse sacerdotes de la diosa arquitectura. Quizás nos falte un Papa, o una Mama del colectivo para establecer ese momento 0 orgásmico del inicio del mundo nuevo, o de aquel en que los héroes consiguen las medallas antes de morir, incluso antes de que la sociedad les revista de su bendición de buenos arquitectos.

No me imagino una Ley de la Medicina que diga lo que es o no es medicina. Ni una ley de arte que diga lo que es o no buena pintura o escultura. Ni una ley culinaria que diga quién es o no buen cocinero. 

Creo que hemos patinado de ego y de narcisimo como siempre porque quienes lideran este colectivo parece que lideran solo intereses de algunos. Algunos ya están preguntándose en el espejito quién es la más bella, y obviamente, el espejito responde lo que el dueño quiera. Hay truco para todo.

El gran peligro social es que solo unos cuantos se apoderen de este monopolio de otorgar medallas o creerse los dogmáticos de la verdad para obtener un beneficio personal. 

Casi parece que hemos vuelto a esas etapas superadas, en la que los academicistas se pegaban de ostias con los rupturistas mecanicistas. Francamente, como no haya de una vez por todas una serie de leyes que establezcan la incompatibilidad entre ser artista y juez a la vez, o enseñar arquitectura y autoproclamarse buen arquitecto, vamos mal.

El tal denominado Consell o Sanedrín nacido por generación forzada del legislador resulta incompatible y constituye un auténtico atentado a la libertad creativa, incluso ajeno a tratados como el de Marco Vitrubio Polión. 

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