Cierre del Iot y Tòful de mar: «No puede convertirse en una nueva ruina de TGN»

Los ‘damnificados’ se acercaron ayer a los restaurantes de la Platja Llarga entre la tristeza y el deseo de que éste no fuera el último domingo

26 noviembre 2018 10:23 | Actualizado a 30 noviembre 2018 13:29
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El día era frío. Sin embargo, ayer en la Platja Llarga de Tarragona se vivió una mañana cálida, en la que los sentimientos y la indignación estaban a flor de piel.

El cierre de los restaurantes Iot y Tòful de Mar no tiene marcha atrás, según la Generalitat. La concesión expira el próximo viernes día 30, por lo que este fin de semana los incondicionales estaban al pie del cañón, con la pequeña esperanza de que el partido aún no ha finalizado. «No pueden ser tan animales. Seguro que hay la forma de arreglarlo porque viendo como está la Ciutat Residencial me parece increíble que se pueda ser tan inútil», decía Salvador Minguella.

El presidente de la ViaT es uno de los asiduos a la Platja Llarga durante todo el año. Ayer, se mostraba convencido de que las más de 4.000 firmas que se han recogido a través de la plataforma Change.org servirán para alguna cosa. «En una ciudad como Tarragona esto es mucho», defendía.

Josep Maria Donat comía en una mesa junto a su hija, Nina Donat. Los clientes no paraban de entrar a saludarles. Donat se plantea no devolver las llaves cuando expire el plazo. «Después de más de 32 años ésta es nuestra casa. Cuando llegamos eran cuatro paredes, que hemos arreglado poco a poco. Me duele en el alma pensar que, cuando nos vayamos, se llenará de ocupas», argumentaba.

El propietario del Iot explicó que la concesión durante todos estos años se ha basado en contratos «en precario». «Garantías nunca las hemos tenido, siempre te la jugabas», defendía. Aseguró que desde la Direcció de Patrimoni les habían dicho que se haría una prórroga hasta que se abriera el nuevo concurso. Pero no fue así. «De repente te siegan la hierba de debajo los pies sin ninguna explicación», lamentaba.

Donat prevé presentar alegaciones mientras considera si entregar las llaves o no. De momento, el próximo viernes en el Iot podrán comerse los primeros calçots de la temporada.

En el Tòful de Mar se registró un incremento de las reservas para el fin de semana. Desde que hace tres semanas trascendió la noticia, muchos tarraconenses quisieron acercarse a los negocios afectados. Sobre el calendario, ayer era el último domingo, aunque los propietarios tendrán unos días aún para recoger las cosas, con lo que intentarán aprovechar el próximo fin de semana. 

Los catorce empleados de este establecimiento en invierno permanecían incrédulos delante de la situación que les obliga a cerrar. La cifra representa tan solo la mitad de los más de 25 trabajadores que el Tòful de Mar emplea en verano. «Me imagino que dentro de poco entraremos a formar parte de los habituales del paro», decía con resignación Elisenda Coll.

Esta restauradora mantiene la confianza en que «se pueda arreglar», pero no puede dejar de levantar la mirada y afirmar: «Teniendo en cuenta como tienen lo del otro lado de la carretera, esto acabará igual». Coll se refería a las instalaciones de la Ciutat Residencial, que la Generalitat cerró en 2011 y aún no tiene un futuro.

La administración catalana prevé poder abrir un nuevo concurso para la concesión. Aunque los propietarios del Tòful de Mar no son optimistas. «Si tenemos que vaciarlo todo, dudo que volvamos a presentarnos. El desmontaje vale mucho dinero, porque todo está hecho a medida, y vete a saber en qué condiciones estará el edificio», decía esta restauradora.

El tema estaba en boca de los clientes. Ayer algunos de estos se autodenominaron los «damnificados». Es el concepto que utilizó Pilar Cabello. «Es incomprensible porque es una zona preciosa de la ciudad y los políticos se la quieren cargar», lamentaba. Cabello nació en Santander. «Me enamoré del clima, la luminosidad y de la Platja Llarga», confesaba ayer. Por ello, para esta tarraconense ayer era un día «triste». «Ojalá no pase como el Fortí de la Reina», añadía. 

El futuro de estos inmuebles genera preocupación. «En Tarragona todo son ruinas y una cosa que genera ambiente y alegría también van a dejarla perder», decía por su parte Lluís.

Algunos clientes ya se reúnen en la Platja Llarga todos los domingos para tomar el vermut y ponerse al día mientras cargan pilas bajo el sol. Ayer la postal era la misma. «Sensación de despedida, jamás. No puede ser porque nos están quitando algo totalmente nuestro», decía Anna Boada. Estaba ayer en el Iot, repetirá el viernes y espera poder seguir haciéndolo de cara al próximo fin de semana. «Estaré aquí hasta el último momento. Me encontrarán encadenada», decía.

Para Josep Maria Martorell, la pérdida de estos dos restaurantes va más allá de un sitio en el que ir a comer. «Es un punto de encuentro que ejerce de espacio social para mucha gente. Estamos perdiendo identidades», lamentaba.

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