Conoce los cementerios ocultos de TGN (y no son de la Guerra Civil)

Patrimonio. TGN alberga dos camposantos ‘desconocidos’: el de la catedral, ya abandonado, y el de los británicos, en desuso

31 octubre 2021 11:08 | Actualizado a 01 noviembre 2021 06:50
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Desde el hombre de confianza de Jaume I el Conqueridor a los marineros ingleses víctimas de dos bombardeos franquistas en la Guerra Civil. Desde un apotecario que murió a causa de la peste en 1809 a un joven estudiante británico que falleció ahogado, siglo y medio después, en una playa de Salou. Son cuatro de las personas inhumadas en Tarragona en dos cementerios desconocidos para la mayoría de ciudadanos: el de la Catedral (que se extiende más allá del recinto eclesial) y el de los Jans. El primero es propiedad del Arzobispado. El segundo, del Gobierno del Reino Unido.

Quizá los tarraconenses que hayan ido a pasear o a hacer deporte al Passeig Marítim Rafael Casanova se habrán fijado en un recinto cerrado con una verja de hierro. Es un cementerio, popularmente conocido como el de los Jans, y en el que se enterraron ciudadanos británicos y de una decena más de nacionalidades de religión protestante.
Allí yacen, por ejemplo, los británicos que lucharon al lado de los tarraconenses en las guerras de Sucesión y de Independencia. Primero eran inhumados en un zona próxima a la muralla y luego en lo que ahora es el Palau de Congressos, antaño una cantera. Posteriormente fueron trasladados al cementerio de los Jans.

El primer entierro, de 1849

Cuenta el exvicepresident de la Generalitat Josep Lluís Carod Rovira que «en enero de 1832 una comitiva dirigida por John Bridgman, con una Biblia abierta en las manos, e integrada por cónsules y tripulantes de barcos ingleses anclados en el puerto, recorrió las calles de Tarragona acompañando los restos de Maximilian Baker, vicecónsul británico. Toda Tarragona bajó a la calle a verlo, o lo miró, en silencio, desde los balcones. No sabían que aquel era el primer entierro protestante que, de manera pública, tenía lugar en Catalunya. Al día siguiente, el senador Antonio Fernando de Echanove y de Zaldívar, arzobispo de la diócesis, puso el grito en el cielo y lo denunció como un insulto y un escándalo contra la unidad católica de España y pidió que el cementerio en cuestión fuera alejado, más aún, del centro».

Años después el Ayuntamiento cedió a los británicos una porción de terreno para ubicar un cementerio en las afueras de la ciudad, el de los Jans. El nicho más antiguo data de 1849 y es precisamente el de John Bridgman, entonces vicecónsul británico en la ciudad. Tras la Desamortización de Mendizábal, Bridgman compró el castillo-monasterio de Escornalbou. Convirtió la iglesia en corral y el castillo en casa de pastor. En 1910, el diplomático y arqueólogo reusense Eduard Toda, que entonces vivía en Londres, lo recompró e inició su restauración. Pero esa es otra historia.

Junto a Bridgman, descansan allí, por ejemplo, británicos víctimas de la Guerra Civil española.  El 20 de enero de 1938 un ataque aéreo mató a siete tripulantes del ‘Thorpeness’, un mercante británico que estaba descargando carbón. Al sepelio del día siguiente acudió una delegación de diputados laboristas que estaba de visita en Barcelona y representantes del Gobierno republicano y de la Generalitat. El 15 de marzo, diez marineros del ‘Stanwell’, un vapor inglés, murieron por el bombardeo de un hidroavión alemán.
También yacen Nora de Loynar del Castillo y Holmbde, una noruega residente en Tarragona, que murió el 23 de febrero de 1936.

Tenía tres hijos. Inspiró la novela ‘Zona marítima’, de Olga Xirinacs. Y Kenneth Pakeman, un joven de 21 años de Cambridge que se ahogó el 8 de agosto de 1961 en una playa de Salou. Más joven aún era George Brinis, muerto en 1864 a los 15 años de edad. El último entierro fue en 1992.

Después de que la embajada de Londres en Madrid completase unas obras de consolidación del cementerio, Ayuntamiento y Gobierno británico negocian ahora la cesión de la gestión del camposanto al consistorio.

Un «marido incomparable»

Volvamos al pasado. Corre 1809. Tarragona sufre una epidemia de peste. Eso convence definitivamente a las autoridades para cerrar el cementerio situado en la parte posterior de la Catedral e inaugurar el actual.

El municipio cumple, tres décadas después, el Real Decreto de Carlos III que ordena instalar los cementerios fuera de los núcleos urbanos para evitar problemas sanitarios. Incluso se lleva tierra sagrada de un lugar a otro.

Las piedras desperdigadas que pueden contemplarse a través de las rejas de la Catedral en el Carrer de les Coques son restos de obras de la Seo, pero también hay alguna lápida, como la de una de las últimas personas enterradas: Joan Domingo i Arnay, un apotecario (farmacéutico) que, según ordenó grabar su esposa, fue «un marido incomparable y un amigo óptimo y fidelísimo». Joan Domingo falleció en 1809 de peste, según explica el director de los imprescindibles Museu Bíblic y Museu Diocesà, Andreu Muñoz.

Muy cerca de Joan yacen los restos de una niña, Josefa Magro, muerta en 1809 a la edad de cuatro años. Pero la tumba ‘estrella’ es la instalada dentro de una espectacular capilla que se yergue en el mismo recinto funerario: la de Santa Tecla, la Vella. 

Según escribió el arqueólogo y canónigo mosén Serra Vilaró, la primera vez que se documenta Santa Tecla la Vella es en 1286. 
En el interior de la capilla, ahora dedicada a la sección lapidaria del Museu Diocesà, se halla el sepulcro del arzobispo Bernat de Olivella, nacido en una fecha indeterminada del primer tercio del siglo XIII y fallecido en Tarragona el 29 de octubre de 1287. Entre 1254 y 1272 fue obispo de Tortosa. Ese año fue nombrado arzobispo de Tarragona. 

El consejero de Jaume I

Olivella destacó por su enorme influencia (qué lejos quedan los tiempos en que los tarraconenses pintaban algo en los círculos del poder) sobre el rey Jaume I. Medió en varios conflictos entre nobles por su gran capacidad diplomática. Impulsó las obras de construcción de la catedral. Otro tarraconense lamentablemente poco reconocido. 

Las excavaciones que realizó   Theodor Hauschild en los años 80 del siglo pasado hallaron restos funerarios de los s.V y VI. Hubo que esperar cuatro siglos, los de la invasión islámica, para recuperar la actividad funeraria o constructiva.

La primera inhumación de la que hay constancia data del año 1087. El cementerio catedralicio ya suscitaba controversia hace 500 años. Dice un documento del s. XVI citado por Serra Vilaró: «El pueblo se oponía a que los cadáveres fueran sepultados en el cementerio debido a que no estaba cerrado, razón por la cual tenían interés en sepultarse dentro de los claustros. El 26 de enero de 1523 se acordó no aceptar la propuesta (de enterrar en el claustro) pero se decidió que el cementirio se cerrara con paredes».
Otro ‘huésped’ ilustre fue el propio Jaume I. Había sido enterrado en el monasterio de Poblet en mayo de 1278. Tras la

Desamortización de Mendizábal, Poblet fue abandonado. Los restos del monarca se trasladaron a la catedral de Tarragona en 1843. En 1952 fueron devueltos a Poblet. Así, los dos amigos, el rey y el arzobispo, descansaron a escasos metros uno del otro durante 109 años.

Un elemento funerario ‘de lujo’ es el que luce la parte derecha de la fachada de la catedral. Se trata de un sarcófago paleocristiano de Bethesda. Es el mejor conservado del mundo. En esto, al menos, la triste costumbre de Tarragona de no cuidar su patrimonio se rompe y podemos enorgullecernos del estado de conservación de uno de nuestros monumentos.

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