Cornudella de Montsant, el refugio de los amantes del vino

Un pueblo con leyenda. Este recóndito lugar de del Priorato es un tesoro escondido entre montañas y una parada obligada del enoturismo

28 agosto 2020 18:10 | Actualizado a 29 agosto 2020 09:01
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Como tarraconense de pro que soy, si me preguntan por mi lugar favorito de la provincia seguramente caiga en la simpleza de responder cualquiera de los recodos de nuestra ciudad, de nuestro patrimonio cultural, mundialmente conocido, como el anfiteatro, el Balcón del Mediterráneo o nuestro barrio marinero. O puede que, llevado por las emociones, piense en tantos rincones que sin ser célebres o imponentes son de gran valor para mí por lo que he vivido en ellos, como la calle del Claustro o la Quinta de San Rafael. Pero quiero aprovechar la oportunidad que me brindan estas líneas para recomendar un lugar de nuestra provincia en el que poder perderse, simplemente porque en verano parecemos obligados a desconectar para sentirnos realizados, y este sitio en particular consigue de forma muy natural ese objetivo.

Corría el año 1200 cuando la noble familia de los condes de Prades dominaba las tierras del Montsant. Cuenta la leyenda que la única heredera del conde salió con él de caza y se perdió por el bosque, y que fue hallada pocos días después gracias al grito de socorro que emitió con su cuerno de caza. Agradecido, el conde de Prades erigió una ermita a San Julián allá donde la habían encontrado, donde la había salvado el «cuerno» (en catalán, «corn») de ella. Ese es el supuesto origen de la villa de Cornudella de Montsant, un recóndito lugar de la comarca del Priorato y un verdadero tesoro de la provincia de Tarragona. Enmarcada entre hermosas montañas (y, por tanto, entre entretenidas curvas, aviso para mareantes), a medio camino entre Prades y Siurana, la otrora capital Cornudella de Montsant es una discreta villa que ha sabido rentabilizar su tradición viticultora para convertirse en una parada obligatoria del enoturismo nacional. Un pueblo que tenía algo más de 2500 habitantes a principios del siglo XX, donde todos los vecinos cultivaban su propio vino, que envejecía en los zaguanes y sótanos de las casas. Hoy residen menos de la mitad, pero han sabido mantener su pasión por la viña en un entorno en el que la filoxera, tardía, llegó a respetar algunas vides cuyos frutos hoy producen vinos centenarios cargados de sabor.

Mi descubrimiento de Cornudella fue, como tantos otros lares que he visitado, fruto de una buena amistad, que me consiguió un trabajo puntual que ya se ha convertido en un bolo estable. Una vez al mes me convierto en el Dr. Joaquim Ferrandis i Piñol, alcalde de Cornudella del siglo XIX, y amenizo las visitas teatralizadas de una de las bodegas del pueblo. Gracias a este trabajo he podido conocer cada rincón de la ciudad, algunos de sus vecinos y disfrutar de su buena gastronomía. Pero sin duda, mi mayor descubrimiento ha sido el vino que se hace en nuestra provincia, que no tiene nada que envidiar a otros mucho más conocidos, y que se hacen con la paciencia y el mimo que caracterizan a nuestros productos gastronómicos. En una ciudad como Cornudella, en la que la iglesia tiene dos campanarios (algo insólito) y los vecinos de principio de siglo se repartían en dos bares distintos según su ideología, parece lógico afirmar que existe dualidad y divergencia de opiniones.

Sin embargo, existe consenso en la artesanía con la que se elaboran sus caldos, únicos y especiales, y así lo atestigua el edificio de la cooperativa vinícola, una de las dieciocho catedrales del vino de Cataluña, diseñada por César Martinell, discípulo de Gaudí. Su agradable clima convierte a Cornudella de Montsant en una opción interesante para visitar en lo que queda de verano, ya sea visitando el pueblo, haciendo alguna de sus bucólicas rutas o comiendo en uno de los restaurantes ganadores del programa Joc de Cartes de TV3.

Pero si quieren mi recomendación personal, les diré que mariden su experiencia con una buena copa de vino.

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