Criticar sin señalar

Carteles polémicos. La ciudadanía es libre y está en su derecho de mostrar su rechazo a los políticos. Otra cosa muy distinta es personalizar e incitar a abuchearles. 

20 septiembre 2018 08:18 | Actualizado a 20 septiembre 2018 08:23
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Vaya por delante que creo, defiendo y reivindico que la ciudadanía tiene todo el derecho del mundo a silbar y a mostrar su rechazo por la gestión de los representantes políticos. Los concejales, los diputados, los eurodiputados y los senadores son servidores públicos y cobran, entre otras cosas, para escuchar los reproches que les pueda hacer la ciudadanía, que por algo es quien les pone en el cargo. 

La crítica constructiva siempre es positiva y es un deber de los gobernantes escuchar a sus representados, que –todo sea dicho de paso– tienen muy pocas ocasiones para expresar su punto de vista, más allá de la cita con las urnas de cada cuatro años... o las redes sociales. Faltan, pues, mecanismos para cohesionar la relación entre políticos y votantes. Otra cosa, sin embargo, es el cómo se haga este ejercicio. 
Como ya pasara el año pasado, las fiestas de Santa Tecla se están caracterizando por los abucheos hacia el equipo de gobierno en general y contra el alcalde, Josep Fèlix Ballesteros (PSC), en particular.

La Crida del pasado viernes fue la primera muestra de ello. Hasta aquí, nada que reprochar, más allá de lo justo, injusto, adecuado  o inoportuno que la iniciativa le pueda parecer a cada uno. Yo, personalmente, no considero que los actos festivos sean el mejor escenario para ello, ya que las grandes perjudicadas son las entidades que trabajan todo el año para los actos de estos días, así como las decenas de personas que reciben un reconocimiento. 

Sin embargo, este verano la novedad es el reparto de silbatos y la presencia de carteles en la vía pública con el rostro del propio alcalde, de la portavoz del gobierno –Begoña Floria– o del líder del PP –José Luis Martín– incitando a silbarles. ¿Por qué se les señala? Entre otras cosas, porque Ballesteros «niega la presencia de vertederos ilegales en los barrios pese a las evidencias» o, en el caso de Floria, porque «come palomitas mientras las ratas invaden el Teatre Metropol y el Camp de Tarragona».

En uno de estos carteles se anuncia un calendario de «actuaciones» impulsado por el Comité de Defensa de la República (CDR) Tarragona. Después de la Crida, las próximas citas previstas serán el Pregó del viernes de Bito Fuster; la Anada a l’Ofici y la Processó, ambos actos del domingo.    

Los carteles de los CDR ni me gustan ni creo que sean la mejor forma para calmar los nervios por la situación política vivida a lo largo de los últimos meses, tanto en Tarragona como en Catalunya. De hecho, no creo que la mayoría del soberanismo apruebe esta iniciativa. Un ejemplo de ello es el portavoz de ERC, Pau Ricomà, quien esta misma semana ha dejado constancia en las redes sociales de que «no me gustan los carteles con la cara del alcalde y de otros concejales». Lástima que él mismo no predicara con el ejemplo de rebajar la tensión y, poco después, calificara como de «cínico», «mentiroso» e «hijo de puta» al ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell (PSOE). Más tarde, mediante un artículo de opinión, reconoció haberse equivocado con los insultos. 

Capítulo aparte merece la decapitación de una estatua de la Font del Centenari, un hecho que ha comportado que Ballesteros haya anunciado, por enésima vez, «mano dura» contra el incivismo. No es una historia nueva. O los tarraconenses somos muy incívicos, o  la gestión del gobierno municipal con este tema es muy deficiente. Por cosas como ésta sí que cogería yo mismo el silbato para abuchear a quien sea necesario.   

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