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Tarragona desapareguda (I). La ciudad ha cambiado, sin duda a mejor, pero atrás quedan imágenes para la nostalgia

25 julio 2021 06:20 | Actualizado a 26 julio 2021 16:32
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Los TTV (tarragonins de tota la vida) más nostálgicos asegurarán aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» en la ciudad. Pues no. O al menos no del todo. En el prólogo del libro ‘Tarragona desapareguda’, la directora del Museu d’Art Modern de la Diputació, Rosa M. Ricomà, apunta que «según mi parecer, nunca tiempos pasados fueron mejores, pero sí que es cierto que este pasado es el que nos ha ayudado a construir nuestro presente y el presente de hoy se convertirá en pasado para las generaciones futuras». Ricomà tiene (casi) toda la razón.

‘Tarragona desapareguda’, escrito por Jordi Piqué y Blanca Gas y editado por Efadós, permite pasear visualmente por unos rincones ya extintos o que han cambiado en la inmensa mayoría de ocasiones para bien, aunque en algunos pocos casos para mal.

 

Como bien dicen Piqué y Gas en la introducción, «la metamorfosis (de Tarragona) es innegable. El cambio, impresionante. Si, a finales del siglo XIX, alguna mente lúcida podía imaginarse la Tarragona de los años 30, es casi imposible que en los primeros años de la década de los 50 nadie fuese capaz de vislumbrar la ciudad de hoy. La transformación ha sido profunda, radical, con todos los beneficios y perjuicios que comporta, con ventajas e inconvenientes, con aciertos y errores».

Los cambios

¿Qué cambios? Detallarlos sería motivo de una tesis doctoral o de más libros de los que ya se han publicado. ‘Tarragona refotografiada’, una exposición ubicada en el Arxiu Municipal, situado en la antigua Tabacalera, permite degustar algunos de esos cambios.

El entorno de las playas de Tarragona es de lo que más ha cambiado, por ejemplo. En el caso del Miracle, para bien, con un paseo no invasivo. Pero también para mal, con el horripilante mamotreto de la plataforma. Si sirviese para algo más que para dar sombra, aún, pero está abandonada. Abandonar edificios, una costumbre muy pelacanyes.

Cerca del Miracle estuvieron, y fueron derribados con cuestiones legales de por medio, el Marina Roc y el Fortí de la Reina.

Una de las fotos de este reportaje, tomadas todas del libro, permite observar desde el Miracle edificios ya desaparecidos como la modernista Casa Güell, en el Balcó, derribada para construir en su lugar. O el convento de Santa Clara, en el Passeig de les Palmeres, incendiado por los revolucionarios en 1936. En el solar se edificó el Hotel Imperial Tarraco.

En esa misma imagen se aprecia un anfiteatro invadido por los hierbajos. El libro incluye dos espectaculares imágenes de la cárcel que había entre las ruinas del anfiteatro. Sí, hubo un penal en medio de los restos romanos en el que estaban encarcelados los presos que construyeron el Port.

Muchos TTV recordarán los establecimientos de baños y los night club que circundaban la playa de la Arrabassada. O los bares del Passeig de les Palmeres, el ‘Rovelló’ y ‘El Mirador’, con orquestas en directo. Ambos lugares habituales para el aperitivo.

El libro está basado en las imágenes que se han ido colgando cada lunes desde el año 2013 en la sección ‘La Finestra de l’Arxiu’ de las redes sociales del Ayuntamiento. Hay más de 400 post.

Más cambios: el ensanche, con la urbanización del entorno de la Plaza de Toros, ahora Tarraco Arena Plaza. De acoger corridas, el recinto ha pasado a albergar eventos de todo tipo, como los concursos de castells. El primero de ellos se celebró el 2 de octubre de 1932, como refleja una instantánea del libro de Piqué y Gas con un dos de set de la Vella de Valls. El pasado abril la TAP se convirtió en un ‘vacunódromo’.

La deliciosa imagen de la Quinta de Sant Rafael en pleno esplendor en los años 20 contrasta con la fotografía actual. Otro edificio a sumar a la lista de lo que las diversas administraciones dejan sin uso en la ciudad por pura desidia: Tabacalera, el preventorio de la Savinosa, el Banco de España... Vergüenza tras vergüenza, como la del parking ‘inteligente’ Jaume I en la Part Alta. En el mismo espacio estuvo durante 42 años (entre 1957 y 1999) el ya derruido colegio Jaume I, como explica uno de los capítulos del ‘Tarragona desapareguda’.

Acongoja la foto de la Presó de Pilats. Ahora es un museo, pero la torre romana fue un presidio, donde la represión franquista se cebó con aquellos que no pudieron, o no quisieron, irse de Tarragona tras la derrota republicana.

Comparar la instantánea de una impoluta fachada de Ca l’Ardiaca con la situación actual del edificio, plagado de andamios, induce a sumergirse en la nostalgia. Mejor aspirar una bocanada de amorosa paciencia pelacanyes: Esto es TGN, maravillosa pese a todo.

Maravillosa como el Passeig Arqueològic, urbanizado con el paso de los años y en el que recientemente se perpetró otro atentado al patrimonio: agujerear la muralla y el relieve de la Minerva al instalar un andamio. Y los políticos de turno, como si oyesen llover. Igualito que con el mencionado parking o el fracaso del Jardín Vertical de la Tabacalera. ¿Asumir responsabilidades? No es un verbo que algún partido conjugue en pelacanyalandia.

Justo en el Portal del Roser comienza la Avenida Catalunya, otra de las zonas que más ha cambiado y, en este caso, a mejor. A mediados del siglo pasado, el cuartel General Contreras y el campo del Nàstic eran las únicas edificaciones destacadas en la amplia calle. Enfrente, pequeñas masías rodeadas de huertas. Con el tiempo, el campo del Nàstic se trasladó a la zona de la Arrabassada y en el solar se edificaron viviendas. Los cuarteles fueron derribados y en su lugar se construyó el Campus Catalunya de la Universitat Rovira i Virgili.

Muy cerca, el tascaman Eduard Boada y su pequeño bar resistieron el paso del tiempo hasta que la salud le obligó a jubilarse. Boada es historia viva de Tarragona. Con la modificación urbanística de la Avenida Catalunya, cambió el perfil de sus clientes. Los soldados dejaron paso a los/las estudiantes, unos y otros admiradores (y devoradores) de sus bocatas.

Apenas modificación ha sufrido en su trazado y anchura la Rambla Vella. Los que sí han cambiado son los edificios que la flanquean. Dos emblemáticos hoteles (el Gran Hotel de París y el Nacional), unas galerías comerciales, dos cines y teatros... se fueron sucediendo con el tiempo para dejar espacio al hospital de Santa Tecla, por ejemplo. Muy cerca fue derribado el Garaje Panadès, que se autocalificaba «Service Station».

La ‘otra’ Rambla, la Nova, sí que ha cambiado. Solo las fotos antiguas permiten recordar que había roquedales que tuvieron que ser retirados para construir, por ejemplo, el Teatre Tarragona o el colegio de las Teresianas.

La principal arteria tarraconense fue prolongándose a medida que la ciudad crecía hacia el Francolí. En el tramo entre la Font del Centenari y la Plaça Imperial Tarraco había el convento de los Capuchinos, derruido para erigir el ‘rascacielos’ de Tarragona: el edificio del Banco Atlántico.

Precisamente fue un hito la construcción de la plaza. En otra de las fotos de este reportaje se puede contemplar la plaza ya diseñada pero sin urbanizar.

En su día marcaba el final del casco urbano que daba paso a campos de cultivo. La prolongación de la Rambla acoge ahora a ‘El Corte Inglés, ubicado donde antes había bloques de casas. Más hacia el río conecta con el Joan XXIII. El hospital comenzó a construirse en 1965 y entró en funcionamiento en octubre de 1967.

Más allá de la Imperial Tarraco, la Avenida Roma fue urbanizándose poco a poco, al igual que la zona de detrás de la actual sede del ‘Diari’.

También ha cambiado a mejor el barrio del Serrallo. Aunque algunos sostengan que se ha perdido el ‘encanto’ pescador, no hay duda de que todo el frontal marítimo es ahora una combinación lúdica, cultural y gastronómica. Atrás queda, por ejemplo, el paso de camiones por la misma fachada marítima.

Muy cerca, se ubicaban en su día varias fábricas, como la de la Chartreuse, ahora sede de la Escola Oficial d’Idiomes. O la Tabacalera, máximo símbolo de la incapacidad de los mandatarios de la ciudad para aprovechar su propio patrimonio.

Tarragona es mucho mejor ahora que antes. Pero el orgullo pelacanyes no puede hacernos caer en la autocomplacencia. Cuanto más amemos a Tarragona, más autocríticos debemos ser.

Concluyen Jordi Piqué y Blanca Gas que «este libro puede servir no solo para ver cómo han cambiado la sociedad y el espacio de la ciudad, sino también se puede aprovechar como pretexto o instrumento que ayude a explicar a los más jóvenes qué y cómo vivieron los abuelos».

Esa es también la finalidad de este reportaje porque la Tarragona de hoy, con sus defectos y virtudes, se explica por la de ayer.

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