De cotilleo en la cafetería de El Corte Inglés

Jubiladas con más imaginación que los guionistas de 'El señor de los anillos' o '50 sombras de Grey'; cuarentañeras que hablan de ligues extramatrimoniales; jovencitas de bien en busca de rebajas que sorprenden por su vulgaridad... Una hora en la cafetería de El Corte Inglés da para mucho 

04 julio 2017 18:47 | Actualizado a 11 octubre 2017 19:12
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Estaba tomando una cerveza en la cafetería de El Corte Inglés cuando la conversación de unas señoras sentadas en la mesa de al lado me trajo a la memoria una de las anécdotas que me contó el cineasta y escritor David Trueba cuando el año pasado vino a Tarragona para presentar su libro Blitz. Hablábamos de la inspiración y de la capacidad casi innata de algunos creadores para imaginar escenas cómicas y, como era inevitable, salió a relucir el nombre de Rafael Azcona, posiblemente el mejor guionista español de la historia –llevan su firma películas como El pisito, Plácido, El verdugo, La escopeta nacional, Belle époque o La niña de tus ojos, entre otras obras de arte–. Contaba David que un día le preguntó a Rafael de dónde sacaba aquellas historias. «Suelo acudir a la cafetería de El Corte Inglés a escuchar las conversaciones de las señoras que se reúnen allí para tomar un café. Es infalible; siempre salgo con alguna idea genial». 

Así que agucé los sentidos, sobre todo el oído, y me dispuse a escuchar. Mi atención se centró en una mesa en la que estaban sentadas tres jubiladas de unos 75 años. Hablaban de la película 50 sombras de Grey, y no lo hacían precisamente en voz baja. Ante las risas pícaras de dos de ellas, una frase de la tercera me hizo girar la cabeza de tal modo que casi me rompo el cuello -me temo que todos mis esfuerzos por disimular se fueron al traste-: «Pues yo no veo esas películas porque me decepcionan, igual que me pasó con El señor de los anillos, que vi con mi nieto. Me dejan fría, porque yo tengo mucha imaginación y todo eso que pasa allí yo ya lo había pensado. Es como si me quedara pequeño». Hala, y se quedó tan fresca.

Traté de recomponer mi compostura y dirigí la mirada hacia otra mesa, ocupada por tres mujeres de unos 45 años y un niño de unos diez, hijo de una de ellas, imaginé. Apenas se sentaron, el chaval se dirigió a su madre para que le dejara el móvil, a lo que ella accedió, supongo que para que no la molestara mientas hablaba con sus amigas. Y el pequeño no molestó, tan absorto como estaba en la pantalla del smartphone.

Las tres mujeres hablaban de banalidades hasta que una de ellas soltó una bomba: un padre del colegio acababa de dejar a su esposa por una maestra de la misma escuela. «¡Cuidado, que hay ropa tendida!», advirtió la madre torciendo los ojos hacia su hijo, que, ajeno a los comentarios de sus acompañantes, seguía hipnotizado por la pantalla del móvil. «¡Pobrecita, qué sinvergüenza!», sentenció una de las mujeres, mientras la ira de la tercera se dirigió hacia la maestra. «Y parecía una mosquita muerta. Joder con la maestrilla». «No, si lo peor es que ella no sabía nada; parece que el señor se había enamorado de ella pero la maestra ni siquiera lo sabía. Se enteró cuando fue la esposa despechada a reprocharle que le quitara su marido. Y claro, se quedó de piedra». «O sea, que el único caradura ha sido ese hombre. Seguro que tiene a otra…». Y el niño, dale que te dale con el móvil. Hasta que acabaron el café y la madre del pequeño pegó un grito: «Pero si me ha agotado toda la batería…».

Al salir se cruzaron con dos chicas de unos 25 años en la puerta. Iban de punta en blanco, conjuntadísimas. Y se sentaron en la mesa que acababan de dejar libre las tres mujeres y el niño. Eran unas auténticas estrategas; habían apuntado en una libreta dónde quedaban los artículos que les gustaban para volver a por ellos el primer día de rebajas. Una de ellas estaba furiosa; había pisado un excremento de perro justo a la entrada de El Corte Inglés. Y aquella chica tan dulce, tan guapa, tan fina, tan sofisticada, tan… juraba como un camionero –todos mis respetos a los camioneros-. Pocas veces había escuchado tantos tacos y tan variados en tan poco tiempo. Y mientras, su amiga le animaba a comprar lotería: «Prueba con la Primitiva, que dicen que pisar una mierda trae buena suerte». Y los juramentos de la otra arreciaban…

Acabé mi segunda cerveza y me fui, rendido a la evidencia: efectivamente, el gran Rafael Azcona sabía dónde buscar buenas historias.  

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