De la patera a triunfar en el atletismo

El club Atletes d’Altafulla da ejemplo de integración. Ha acogido a menores marroquíes y subsaharianos. Ríen, entrenan... y hasta ganan

28 noviembre 2018 07:11 | Actualizado a 28 noviembre 2018 10:21
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Abde El Kebir, de 17 años, sujeta sonriente una copa en lo más alto del podio de la Anella Mediterrània. Hay en ese gesto una épica reconfortante, casi una lección de reconciliación social, de recuperar la fe. Sus entrenadores del club Atletes d’Altafulla se rinden a su talento y confianza. El chaval que ahora ríe satisfecho en Campclar, rodeado de público, se jugó la vida hace dos meses cruzando en patera el estrecho junto a 50 chicos más. Tardó nueve horas. 

Es un ‘mena’, un menor extranjero no acompañado, que acaba de competir en la Mitja Marató de Tarragona firmando un resultado espectacular: sexto en la general de la distancia de 10 kilómetros y ganador en su categoría. «Vine aquí por trabajo, para mejorar la calidad de vida, la mía y la de mi familia. En casa hay una situación difícil. Somos siete hermanos», cuenta. Por eso dejó su ciudad, Ksar-el-Kébir, a dos horas y media de Ceuta, para emprender la cruda odisea del camino a Europa. 

«Mis padres querían que saliera, que ganara dinero en Europa y que lo enviara allí. Hablo con ellos mucho y están contentos», cuenta, feliz porque está más cerca de su sueño, que no es otro que echar raíces aquí, encontrar casa, tener trabajo y quedarse toda la vida. 
Del sobresalto a la acogida

Ahora, en el centro de acogida de Altafulla donde se hospeda, se integra a pasos agigantados: estudia, ve películas, juega a fútbol. Y luego está el atletismo, un genial salvoconducto para que nazca en estos chavales el sentimiento de pertenencia y de sentirse útiles. 

En Altafulla se ha estabilizado esa crisis temporal que llevó a unos 20 ‘menas’ al municipio, casi de un día para otro, un pequeño terremoto que cogió desprevenido incluso al ayuntamiento. A la actual normalidad ha contribuido el deporte, otra vez al rescate con su poder de conexión, casi de hermandad. «Los responsables del centro se pusieron en contacto con nosotros como club. Querían que los chicos hicieran algún tipo de actividad, así que probamos, y ha funcionado bien desde el principio», cuenta Demian Martínez, presidente de Atletes d’Altafulla. 

«La prioridad era reivindicar los valores del esfuerzo. Tenemos un gran componente de trabajo con obra social y esto fue una oportunidad», añade Martínez. Dicho y hecho: siete jóvenes recién llegados se pusieron a entrenar con la entidad, concienzudos, perseverantes y tenaces, implicados como el que más. Para ver ese nivel de entrega, sólo hay que acudir a uno de esos entrenos invernales, que arrancan junto al Castell d’Altafulla y acaban en el otro extremo del pueblo. «Sólo hay que ver la sonrisa que tienen. Cualquier evento, cualquier foto o participación en carreras lo toman con alegría. Se les ve felices. Sienten que se les ha acogido como iguales, que se les está ayudando. Eso hace que confíen en integrarse más en la colectividad», narra el entrenador, Guillermo Alonso. 

Correr llueva o haga frío
En la sesión se respira buen rollo, compadreo y unidad, pero también se palpa el rigor, la disciplina de todo deporte. «Desde el primer día han respondido perfectamente. Son muy obedientes, responsables e implicados. Aquí vienen siempre, llueva o haga frío. Hemos tenido que cambiar un poco la preparación, para que hagan cosas diferentes porque son muy jóvenes», cuenta Alonso. 

Tal era el entusiasmo que de entrenar dos días por semana se pasó a tres, a lo que se añade luego la competición del fin de semana. «No van a las carreras todos a la vez. Rotamos. Cuando unos descansan, van otros, y se produce ahí una comunión que ayuda a todos. Hemos creado una pequeña familia», relata Alonso. 

Luego está la calidad aflorada. Resulta que lo que ha empezado como un camino a la integración ha terminado destapando detalles, quilates en las piernas de algunos de estos adolescentes. «Además, ha resultado que corren bien y que a veces ganan. Por supuesto que no era algo necesario, pero se les da bien», explica el presidente de la entidad. 

Ibrahima Traoré (17) es otro de los que pone empeño, desde los estiramientos previos hasta el rendimiento trotando en asfalto. Llegó hace muy poco de Guinea-Conakry y ahora su adaptación es plena: «Quería buscarme la vida y ayudar a mi familia. Quiero quedarme aquí, estudiar y jugar a fútbol». Ocho meses tardó en salir de su país, recalar en Argelia, luego en Marruecos y hasta Tarifa, para cruzar el Estrecho y llegar a Barcelona para luego acabar en Altafulla. «En España estoy muy bien, es algo bueno para mí. Mi familia no quería que me marchara pero ahora está contenta», cuenta. 

La iniciativa ha acabado beneficiando a todos, porque la llegada de estos chicos ha arrastrado a otros miembros del club a entrenar con ellos. «No podíamos haber diseñado una mejor campaña de dinamización. Se hace mucha piña», concede Demian Martínez. De paso, se destrozan lugares comunes que no son más que mitos. «Los subsaharianos se llevan estupendamente con los marroquíes. Son amigos. Se ayudan unos a otros», sostiene Alonso.  

Entre los momentos gratificantes está, por encima de todos, uno: «Les preguntamos que por qué no tenían reloj. Les regalamos uno, un cronómetro de apenas diez euros para poder entrenar. Recuerdo esas caras. No encontraban palabras para expresar el agradecimiento que sentían». 

La labor de Atletes d’Altafulla es solo una pata más de la respuesta de un pueblo que, tras el desconcierto inicial por la llegada de estos menores, ha dado todo un ejemplo de acogida, como reconoce Fernando Pérez, director del centro en el que se hospedan: «Altafulla nos ha abierto las puertas. Llamó la atención al principio. Todas las llegadas cuestan. Necesitan un tiempo de adaptación, pero estamos muy agradecidos a la implicación de la gente, el pueblo se ha volcado al 100% con estas personas que han venido aquí buscando las oportunidades que no han tenido en su país». 

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