Denuncian el abandono de los restos romanos de la Part Baixa

Entre las prácticas de algunos vecinos está la de dejar el perro suelto entre las ruinas situadas en los Jardins del Vapor, lo que convierte el espacio en un pipican

04 abril 2018 11:22 | Actualizado a 04 abril 2018 11:47
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Los vecinos de la calle Pare Agustí Altisent lamentan la degradación que sufren los restos romanos situados en los Jardins del Vapor desde hace unos años. Las antes conocidas como Cent Escales, o ahora las escaleras mecánicas, devienen una de las zonas más problemáticas de Tarragona. Ocurre una tormenta perfecta, con los botellones y el incivismo como protagonistas.

Es habitual ver cómo algunos perros pasean sueltos entre los restos arqueológicos, convirtiéndose así en el pipican por excelencia de la Part Baixa. La Guàrdia Urbana es conocedora de esta situación y, por esto, desde ayer un grupo de agentes cívicos patrulla por la zona para evitar que se repitan actos como este.

«El otro día tuve que llamar al Ayuntamiento porque esto no hay quien lo aguante. Deben poner una valla para que los perros no salten a las ruinas y así dejen de ensuciarlas», explica Alberto Tercero, un vecino que vive justamente delante de los Jardins del Vapor, espacio por donde los propietarios de los perros acceden al recinto, aunque un cartel prohíbe expresamente el paso a los animales.

Los restos maltratados pertenecen a uno de los espacios con más historia de la ciudad. Se trata de una antigua playa utilizada como bahía por el asentamiento ibérico, ya existente en el siglo V aC. Con la llegada de los romanos, en el año 218 aC, y la creación del núcleo urbano de Tàrraco, a partir del siglo II aC, este espacio se convirtió en el primer puerto romano de la ciudad.

Entre el último tercio del siglo I dC y el principio del siglo II dC, se llevó a cabo una importante remodelación urbanística de la zona ocupada por el antiguo puerto. La reestructuración fue iniciada en la época del emperador Augusto, con la construcción del teatro, y acabó con la construcción del nuevo puerto durante la segunda mitad del siglo I dC.

Los arqueólogos de la ciudad han denunciado esta situación en varias ocasiones. «Estos restos deberían cuidarse más. Solamente se piensa en la inauguración, pero el patrimonio necesita de un mantenimiento», asegura el arqueólogo tarraconense Rafael Gabriel, quien responsabiliza de estos hechos a los vecinos incívicos y a los representantes políticos. «A veces no se trata de hacer inversiones, sino solamente de cuidar y querer un espacio», asegura Gabriel. 

Los restos del puerto romano no solamente cuentan con orines y excrementos de perros y gatos. A escasos metros de las piedras históricas, un grupo de jóvenes hace botellón casi cada día de la semana. Las botellas vacías y las colillas de los cigarros acaban entre los restos arqueológicos.

«Esto desmerece los vestigios que forman parte de la historia de la ciudad, queda muy feo», explica Keren Miret, una vecina de la zona. Los afectados aseguran que la cosa se complica cuando se celebran fiestas universitarias en la Tàrraco Arena Plaça. «Hemos llegado a ver jóvenes sentados en los restos arqueológicos, haciendo botellón», explica Judit Simó, otra vecina.

Hace unas semanas, la Part Baixa se despertó con los plafones del mirador de la calle Zamenhof rotos y los cristales fueron a parar también a los restos arqueológicos. No era la primera vez que ocurría. De hecho, el Ayuntamiento se plantea la posibilidad de sustituirlos por otras placas, menos atractivas, pero más seguras.

Un colchón delante del INE

Por otro lado, la degradación de la calle también se hace patente con la aparición, hace pocos días, de un colchón, con nórdico y cojín incluidos, debajo del pequeño puente de acceso al Instituto Nacional de Estadística, situado en la misma calle, Pare Agustí Altisent. Algunos vecinos aseguran que un sintecho pasa allí las noches.

 

La presidenta de la Associació de Veïns del Barri del Port, Mari Carmen Puig, explica que «la zona está deteriorada y sucia», y recomienda a los responsables políticos que cierren el recinto, que pongan en funcionamiento las cámaras de vigilancia y que aumenten el personal de limpieza.

Por su parte, la Guàrdia Urbana asegura que esa zona es «un objetivo permanente de vigilancia, donde se han realizado actuaciones para minimizar las molestias de las personas que viven allí». No hay suficiente, dicen los vecinos, quienes piden más presencia policial

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