Día de Guardia. 'Bella Ciao', vieja justicia

Un día en el turno de oficio Esta justicia de menor enjundia funciona. No como nos gustaría, no como debería, pero no se detiene

01 noviembre 2019 18:10 | Actualizado a 06 noviembre 2019 10:37
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Aunque la sentencia del Procés ha puesto el foco en la retórica del derecho de alta magistratura, mezcla de dogmatismo y oscuras razones, a continuación pretendo relatar la infantería de la práctica jurídica, como abogado del turno de oficio. Desde la máxima asepsia, intentaré presentar dos días de nuestra justicia. En cambio, no seré objetivo en las conclusiones.

Veamos:

Son las 00.00 h de un miércoles cualquiera

Veinticuatro horas que, a priori, sólo suponen estar atento al teléfono permitiéndote seguir tus quehaceres, con la salvedad de poder apartarlos si te precisan.

1.11 h. Recién acostado, recibo la primera llamada indicándome los datos de una persona que acaba de ser detenida en Salou por la presunta comisión de un delito de daños (romper cosas, para que nos entandamos). Los anoto e intento conciliar de nuevo el sueño, a la espera de que cuando pase a disposición de los Mossos d’Esquadra, que son los que realizan la custodia previa a la presentación del detenido ante el Juez, pueda conocer al cliente en persona y realizar los trámites preceptivos.

9.51 h. Vuelven a llamarme. Me indican que, cuanto antes, ya puedo acudir a la comisaría del barrio de Campclar. A su vez, en esa misma llamada ‘me pasan’ otro cliente. En este caso, un turista detenido por un presunto delito de violencia de género.

10.20 h. Acudo a mis dos citas. Indico al agente que controla el acceso mi condición de letrado, así como los nombres de los dos detenidos a los que debo asistir. Sólo entrar, reconozco a uno de los compañeros que se encuentra esperando también para prestar sus servicios. Mientras no nos llaman, departimos de nuestras cosas, siendo ambos conscientes de que las últimas horas han sido prolijas en detenciones, por lo que nos tocará esperar.

11.50 h. Bajo a los calabozos. Conozco a mi primer cliente. Un polaco que se encuentra de paso por Salou. Se le presume haber realizado algunos desperfectos a distintas propiedades públicas y privadas. Hablamos en inglés, hallándose presente en todo momento la traductora solicitada al efecto, quien le asiste y me ayuda en el trabajo a realizar. Entre ambos, le explicamos su situación procesal y los derechos de que dispone, indicándole que no será hasta el día siguiente cuando acudirá ante el Juez para declarar (sic. o no) por los hechos que se le investigan, y será aquél quien resolverá sobre su posible puesta en libertad. A su vez, le indico que cuando tenga todo el expediente en el Juzgado, le recomendaré cómo enfocaremos su defensa. Los trámites discurren con la más absoluta normalidad. Incluido su arrepentimiento, el cual manifiesta no acordarse de nada al encontrarse bajo los efectos del alcohol y las drogas.

12.30 h. Sigo en los calabozos. Me presentan a mi segundo cliente. En este caso, se trata de un ciudadano francés. Está mucho más nervioso. Lleva mucho menos rato en la celda, pero exige, grita y se enfada con nosotros y los policías presentes. En francés, y asistido por la misma intérprete, le explicamos su situación procesal al encontrarse detenido por un presunto delito de violencia de género. En este caso, dado el estado emocional del cliente, la asistencia resulta más compleja. Plantea preguntas que si bien desde una óptica jurídica son relativamente claras, a aquél no se lo parecen, por lo que la labor de pedagogía y psicología ‘exprés’ pasan a ser tan importantes como el conocimiento jurídico en sí. Todo acaba sin mayores aspavientos, pese al malestar del cliente.

13.00 h. Salgo de la comisaría para seguir con mis cosas con el móvil cerca, por si las moscas.

La tarde discurre normal. Acudo al despacho para ordenar y adelantar alguna cuestión, con pocas ganas de hacer nada, sinceramente. Quedo a cenar con un par de amigos avisándoles de mis circunstancias profesionales.

19.27 h. Me facilitan otra asistencia. En este caso, se trata de un chico joven de un pueblo cercano a Tarragona, detenido por un presunto delito de robo con fuerza. Me indican, como la noche anterior, que ya me llamarán para acudir a la comisaría puesto que la detención la ha realizado también la policía municipal de Salou, y deben hacer el cambio de custodia con los Mossos d’Esquadra. A esperar de nuevo.

23.12 h. Contactan nuevamente conmigo para indicarme que ya puedo acudir a la comisaría de Campclar. En ese momento, y como por la mañana, me dan otra. Ahora se trata de un senegalés detenido por la comisión de un presunto delito contra la salud pública (drogas).

23.35 h. Llego a la comisaría del barrio de Ponent. Como en los dos casos anteriores, cuando me requieren realizo los trámites preceptivos, con la única curiosa salvedad de que uno de los detenidos intentó aprovechar su derecho a una llamada, para avisar que le regaran las plantas. Nadie le respondió al teléfono.

1.15 h. Acabo las gestiones. Antes de irme y sellar los preceptivos partes de asistencia, pregunto a los policías cuántos detenidos pasarán a disposición judicial a la mañana siguiente. Me informan de 16 personas detenidas. Continuará...

Día siguiente:

El día de ayer fue una guardia amplia. Normalmente no solemos tener tantas asistencias, si bien que que sea agosto y que dentro del partido judicial de Tarragona se encuentren municipios turísticos como Salou o Vilaseca hace que las posibilidades de comisión de delitos aumenten al haber más gente. Hago esta mención para que los datos facilitados no sean tomados como muestra de nada. Son los que son, sin más.

10.15 h. Acudo al juzgado. Nos encontramos todos los letrados que el día anterior estábamos de guardia, y algún otro. Somos conscientes de que la cosa hoy puede ser ‘lenta’, pero también estamos tranquilos. Conocemos el Juzgado de Instrucción; tanto la Magistrado como los funcionarios y fiscalía son de nuestro agrado general.

Así, dejando hacer a todos lo que corresponde, una vez leídos los cargos, revisar las pruebas y circunstancias de las cuatro asistencias que me correspondían, trato el asunto con cada uno de mis clientes en los calabozos del propio Juzgado. Les aconsejo a todos que se acojan a su derecho constitucional de no declarar. Las circunstancias jurídicas de sus supuestos sugieren tomar esta decisión en términos de la mejor defensa.

¿Qué circunstancias pensará el lector no habituado? Principalmente, la falta de pruebas relacionadas con documentos o pesquisas judiciales que permitan dilucidar de forma cierta la comisión, o no, de los presuntos delitos por los que se les investiga.

De este modo, previa aquiescencia de todos ellos, indico a los funcionarios la voluntad de no declarar de ninguno de ellos, para que puedan hacer las gestiones pertinentes informando, principalmente tanto al Juez como al Letrado de la Administración de nuestra decisión. De este modo, será Su Señoría quien decida lo que estime oportuno, principalmente, respecto a la puesta en libertad de todos ellos y, a su vez, sobre las pruebas y gestiones pendientes.

El resto de compañeros letrados, por análogas razones, aconsejan a sus respectivos clientes que no declaren.

Ello hace que tanto los funcionarios como la Magistrado rápido empiecen a solventar los distintos expedientes incoados a velocidad de crucero, quedando todos y cada uno de los detenidos en libertad.

13.30 h. salgo del juzgado de guardia, siendo el penúltimo de los letrados en hacerlo. Concluyen así dos jornadas de guardia en un Juzgado de Instrucción de Tarragona. Y hasta, aquí la máxima objetividad de la que he sido capaz. A partir de ahora, mis conclusiones.

Mis conclusiones

Comprendo que a ojos de alguien no avezado, que todos las personas detenidas, una vez puestas a disposición judicial, queden libres puede resultar difícil de comprender. Por esta razón, pido al lector que comprenda que una vez apartado el amarillismo con el que nos inundan desde todos los frentes, la práctica jurídica no es cuestión baladí.

La justicia (en minúscula) funciona como cualquier otro sector o actividad pública donde existen reglas y procedimientos, los cuales, per se, son la propia garantía del sistema.

De este modo, la obligación de seguir esas normas no sólo es porque corresponde. Es la misma convicción de que estamos actuando de la manera más justa y correcta, no sólo en defensa de los derechos de las personas enjuiciadas, sino también en la de todos, la que nos acoge.

Expuesto lo anterior, es lógico entender pues que en la praxis jurídica encontremos profesionales buenos, malos y peores. Entre todos los que intervenimos se junta gente de todo tipo: de derechas, de izquierdas, ácratas, veganos, crudiveganos, etc.. Por tanto, si bien puede ser cierto que existan ciertas renuencias en algunos temas, éstas son más la excepción que la norma en esta justicia no politizada.

El derecho de este nivel presenta pocas disfunciones en su aplicación, pues existen mecanismos para que ‘el negocio’ funcione, en general. Otra cosa distinta es si nos gusta el cómo, el cuándo o el cuánto de estos procedimientos.

Distintos son los medios o si el derecho está preparado para solventar muchos de los problemas actuales. Si las normas que nos rigen deben ser leídas e interpretadas según el ruido de los que viven de la jarana, o bien, si esas disposiciones son fiel reflejo del oportunismo de miradas torcidas y cuellos gachos de los que las hacen. (Sic. o que deberían hacerlas, si tuvieran arrestos para ponerse de acuerdo).

En definitiva, esta justicia de menor enjundia, y no por ello menos importante, funciona. No como nos gusta. No como debería. Pero no para. Depende de nosotros hacer ver a esa panda de nuevos aspirantes a legisladores que lo que corresponde es dotar al sistema de medios y normas adaptados al mundo interactivo actual, alejándonos del cortoplacismo tactista, cobarde y retrasado en el que ellos se mueven, espejo de sus convicciones perdidas. Bella ciao vieja justicia, bella ciao.

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