El Serrallo: La gran familia

Los serrallencs se muestran hiperorgullosos de su barrio y de sus vecinos de toda la vida, pero creen que se ha perdido la esencia "pescadora" de otros tiempos

19 mayo 2017 15:57 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:16
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«Cuando luchamos, luchamos juntos. Cuando queremos, queremos juntos. Cuando reñimos, reñimos juntos». Así resume Gerard Pardo la esencia vital de los vecinos del barrio del Serrallo. Gerard es copropietario del restaurante L’Ancora, el único que no ha cambiado de dueño en el barrio en sus 53 años de vida.

El padre de Gerard fundó el restaurante y ahora lo dirigen el propio Gerard y su hermano, Francesc. Es un ejemplo de saga familiar de los muchos que hay en el barrio. Porque si hay algo que repiten hasta la saciedad los vecinos es que «somos como una gran familia. Todos nos conocemos».

El Serrallo abre la serie que hoy comienza el Diari dedicada a los barrios con más esencia de barrio, con más personalidad propia, de Tarragona. Bonavista, Sant Salvador, Sant Pere i Sant Pau, la Part Alta... serán también protagonistas en próximas semanas.

L’Ancora es uno entre las dos docenas de locales de restauración del barrio. Apenas quedan comercios de otro tipo: un par detiendas de productos náuticos, el kiosco, un horno, un locutorio, una frutería, un par de peluquerías, la farmacia...

En su día –explica Pepito Tules, más conocido como ‘Pitu Mosquits’– el Serrallo albergaba lecherías, carnicerías, talleres mecánicos, pescaderías, fábricas de hielo y conservas, astilleros...

La melancolía preside las palabras de Tules, presidente de la Associació del Pas de la Presa de Jesús, una de las dos agrupaciones de Setmana Santa del barrio, junto al Gremi de Marejants.

El Serrallo cuenta con una decena de asociaciones, lo que refleja ese espíritu casi patriótico, de orgullo de ser ‘serrallenc’, que desprenden los vecinos. También tienen presencia las asociaciones de vecinos, armadores, mujeres y restauradores, la Colla Diables de Voramar, la coral, los pesebristas...

El local de los Pardo está situado en la calle Trafalgar, en el frente marítimo del Serrallo. El paseo es espectacular, con su anchísima acera. Nada que ver con aquella callejuela estrecha por la que circulaban los camiones y que los camareros debían cruzar casi jugándose la vida para servir en las terrazas.


‘Añoro el Serrallo de antes’
«Ahora el barrio es muy turístico. El cambio es positivo, pero personalmente añoro el Serrallo de antes, ese concepto de unbarrio pescador, con encanto», dice Gerard. Esa añoranza de un ambiente pescador es como un mantra entre los serrallenses que siguen en sus casas heredadas de generación en generación.

Numerosos jóvenes se han mudado a pisos cercanos, más amplios, en Torres Jordi o aledaños. Muchos de los pisos que quedaron vacíos están habitados ahora por «gent de fora», como los definen los vecinos.

Si el frente marítimo ha experimentado un cambio descomunal, lo que sigue casi igual es el Serrallo interior: ese rectángulo que forman las calles Espinach, Gravina, Callao y la continuación de Pere Martell, pasado el puente del ferrocarril. «En el Serrallo también existe la parte de atrás», advierte Gerard antes de bromear: «Es como el Bronx».

Los cables –que aún cuelgan entre casa y casa sobre las estrechas calles de la zona– molestan a los vecinos. Más aún cuando las conducciones para soterrar el cableado ya están instaladas. «Los cables siguen así desde los años 40. No hay manera de que lo solucione el Ayuntamiento», lamenta Pitu Mosquits.

«El Port se desvive por el barrio, el Ayuntamiento nos tiene abandonados», insiste Mosquits. «Sí que existimos... Para que la Guàrdia Urbana ponga multas», ironiza de nuevo Gerard.

«La vida sencilla y tranquila» –como la define el restaurador– empieza a las 5,30 horas cuando los pescadores se toman el primer café de la mañana antes de salir a la mar. Un par de horas después –entre las 7,30 y las 8,30– llegan las barcas de la luz tras una noche de capturas. A partir de las 12,30 aparecen los primeros comensales de los restaurantes. Los turnos se multiplican. Sobre todo en verano, los que han ido a comer más tarde se encuentran mesa con mesa con los turistas que cenan pronto. Es un non stop.

¿Se quejan los vecinos cuyos balcones se asoman sobre las terrazas? Gerard asegura –como no– que la convivencia es perfecta. Pitu coincide: «Cuando venimos un grupo a cenar, a veces nos ponemos a cantar. Los del Serrallo somos así. A cierta hora aparece el sheriff –señala a Gerard– y nos dice que bajemos la voz. Le hacemos caso, claro».


De la barca a la subasta
Cada día lectivo, hacia las 5 de la tarde, el pequeño parque infantil se llena de críos que han salido del cole. Son el futuro del barrio. A esa misma hora, justo enfrente, la actividad es frenética en la Confraria de Pescadors. La subasta está en su apogeo.

Las cajas van pasando por una cinta transportadora. Aparece en una pantalla la especie, la barca que la ha capturado y su peso. Los propietarios de las pescaderías de la ciudad y los representantes de grandes establecimientos aprietan un mando a distancia para conseguir el mejor precio. «Hay que saber comprar muy barato y vender caro. Tienes que estar encima, saber que ha capturado cada barca», explica Jordi Sevil, de Peix Fresc Carmeta.

A pocos metros, los pescadores limpian la embarcación, de la que ya han sacado las cajas que se están subastando. Manguerazo va, manguerazo viene, no faltan las bromas, dirigidas especialmente a los pescadores no autóctonos.

Senegaleses y magrebíes están supliendo a los jóvenes que optan por no continuar la tradición familiar de salir a la mar y prefieren un trabajo más seguro y estable, de oficina y tierra firme.

Entre los que siguen red en mano está Ramón Núñez, uno de los pescadores de la ‘Verge del Mar’: «Me gusta todo del mar. Pero añoro el caliu de antes. La edad no perdona y pasas muchas horas en la barca, pero antes era más duro. Ahora es todo maquinaria».

Puerta con puerta con la Confraria de Pescadors, se sitúa Efectos Navales Ortiz. Es una institución. No sólo porque todos los pescadores del barrio han pasado decenas de veces por allí sino porque la regenta la misma familia que la fundó en 1945.

A sus 93 años, Manuel Ortiz acude cada día para vigilar la marcha del negocio. En el mostrador están su yerno, Ferran Tomàs, y su nieto, Oriol Tomàs. Las dos hijas de Manuel, Josepa e Inma son también puntales de la tienda.

«Me gusta todo del barrio», dice Manuel, de nuevo con ese orgulloso serrallenc. «El paseo marítimo ha quedado muy bien, pero la zona interior deja mucho que desear. Son como la cara y la cruz. El barrio ha cambiado y se ha convertido en una zona de restauración. Sólo aguantamos tres o cuatro tiendas que no somos restaurantes, pero tienes que coger la vida como viene», explica Manuel con una sonrisa.

Manuel ya no reside en el Serrallo porque vivía en un inmueble de dos pisos con escaleras, algo inasumible a su edad, pero su corazón sigue latiendo al ritmo de las olas que rompen contra el espigón. «Cuando era joven –recuerda–, decíamos: ‘vamos arriba, a Tarragona’». Otra frase que simboliza que los serrallencs se sienten ‘independientes’ de Tarragona.

Manuel no aparenta en absoluto 93 años de edad. Le sucede lo mismo a Francesc Pedrol. Nadie diría que tiene 96 años. Nació el 12 de diciembre de 1920. Es el hombre de mayor edad del barrio. Como todo barrio pescador, en el Serrallo abundan los motes. A muchos vecinos no se les conoce por su nombre real. Francesc es el ‘Ros de la Guita’.

‘Ros’ nunca se ha planteado siquiera irse del barrio. «El Serrallo es mi vida. Sin el Serrallo estoy perdido. Aquí estoy muy bien. Incluso tengo un banco especial para ver cómo llegan las barcas», confiesa Francesc, antes de explicar mil pequeñas historias de cómo añoraba el Serrallo mientras combatía en la Guerra Civil con sólo 17 años o de cómo volvía cuando su familia pasaba algunos meses de verano en Montblanc.

Muy cerca de la casa del ‘Ros de la Guita’, convertida en un pequeño museo del barrio, pasan la tarde jugando a cartas un grupo de pescadores jubilados. Son una enciclopedia viviente de la historia del barrio y de Tarragona entera. Javier Vizcarro, Vicente Serralta, Antonio Teixidó, Antonio Jerez y Eustasio Cesares charlan sobre el presente y el pasado del Serrallo.

Acabada la partida, se les une Enric Borrellas, alias ‘Xocolata’. Nació en la Arrabassada, cuando también era un barrio pescador. Fue estibador. Viene cada día al Serrallo: «Me han afiliado –dice en alusión a sus colegas–. Y pobre de ellos si no lo hiciesen. El Serrallo es un barrio que enamora. Estás como en tu casa».

Las mujeres del barrio también se juntan para charlar. Maria Teresa Beltran, Pepi Agulló, Carmen Moreno o Rita Ortiz son algunas de las contertulias.

Pepi lanza una acérrima defensa del barrio. «Es el más tranquilo de toda Tarragona. Los que se pelean no son del Serrallo. Nos ayudamos los unos a los otros».

«No soy del Serrallo –interviene Carmen–, pero como si lo fuera. Lo quiero más que muchos del Serrallo». Sus compañeras le dedican un aplauso.

Rita explica que «lo que más me gusta del Serrallo es su ambiente, que todos somos una familia». Minutos antes Javier Vizcarro aseguraba que «los del Serrallo somos un poco especiales. Es como si fuéramos una familia». Queda clarísimo. El Serrallo es una gran familia.

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