'El arte no puede estar encerrado ni enlatado'

Ljubomira acaricia el violín y hace brotar una música que contagia alegría. Vino de Bulgaria, se enamoró de Tarragona y decidió quedarse a vivir

19 mayo 2017 15:54 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:19
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La historia de Ljubomira Stoicheva, la violinista multada por tocar en la calle, es apasionante. Nació en Bulgaria, en una ciudad al norte del país, en una localidad de trabajadores, junto al Danubio. Desde pequeña le encantaba la música, tocaba la viola y el violoncelo. Aprendió a tocar el violín con sólo siete años. Estudió música durante 12 años y se graduó en el conservatorio de Varna.

Fue el momento en el que nació su primer hijo, situación que la alejó del violín por cinco años por causas económicas. Cuando volvió a tocar lo hizo en las principales ciudades de Bulgaria, entre ellas Plovtdiv, su «ciudad preferida». Stoicheva asegura que «se parece mucho a Tarragona» porque era una de las antiguas capitales romanas y tiene mucha historia.

Y fue allí donde empezó a tocar en la calle. Lo hacía porque era una actividad en la que se comunicaba con el público «sin pared, sin estar en una lata». También empezó a tocar en hoteles y bares para ganarse la vida. Cuando nació su segundo hijo ya fue demasiado difícil vivir de la música.

Así que un día, en el año 2011, cogió el vi0lín y se puso a viajar. Llegó a Barcelona, donde conoció a un músico de Altafulla que le ofreció su primer concierto en la provincia. Entonces vino a Tarragona, lugar que la enamoró y donde decidió quedarse a vivir con su hijo menor, que actualmente tiene 13 años. Es en esta ciudad donde ella se siente más a gusto, ya que aquí ha conocido a personas «muy buenas y abiertas». Asegura que la ciudad la llena de muy buen feeling. Dice que la gente «sonríe, agradece, y hay quien se emociona» con su música. Los niños se paran a escuchar y son muy abiertos.

Stoicheva ‘les provoca’ para que toquen con ella y para algunos de esos niños esa es la primera vez que entran en contacto con un violín. Tal es su conexión con la gente de la ciudad que tiene familias asiduas que la visitan siempre, y algunas con hijos que están empezando a tocar música.

 

En la calle como elección

Toca en las calles para cubrir su «idea de compartir el arte», porque para ella «el arte no debe estar encerrado, tiene que llegar a los otros de manera libre y sin fronteras. no hay problemas de idioma cuando tocas bien», dice. De este modo, la música entra directa en los sentimientos del público. Por eso se sorprendió cuando recibió la multa de 100 euros por tocar en la calle August.

Además de tocar por las calles peatonales de la ciudad, es la presidenta de una asociación sin ánimo de lucro llamada ‘Asociación Intercultural Puente’, que desarrolla valores artísticos y junta diferentes etnias, edades y culturas. Organizan actividades culturales, artísticas, literarias o de poesía. También ofrece conciertos y da clases de música, todo ello como una forma de salir adelante sin perder su vocación de solista callejera.

Asegura que últimamente le «cuesta empezar a tocar», porque la gente la para y la trata como a alguien de su familia. También le cuentan «sus historias». Por ello también se define como una ‘psicóloga social’.

Para ella la música es una experiencia muy rica, pero piensa que debería cambiar la normativa municipal. Considera que en una ciudad tan turística como Tarragona tocar en la calle no debería estar penado, ya que aporta alegría y vida.

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