'El atractivo del grafiti es que sea ilegal'

Un grafitero de Tarragona defiende al colectivo y narra cómo actuaba en la estación de esta ciudad: «Nosotros nunca vamos a hacer daño. Sólo queremos pintar y marcharnos»

12 noviembre 2018 07:12 | Actualizado a 12 noviembre 2018 09:54
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Todavía se apunta, si alguien le convence, a una de esas misiones, como las llaman en la jerga, pero ya con menos asiduidad. Ya no ejerce como antaño. «De vez en cuando, si me avisan, hago algo, pero estoy mucho menos activo que antes», cuenta este grafitero tarraconense de extenso historial, que se ha prodigado con firmas abundantes en la provincia. «Hay gente que está entre lo ilegal y lo legal. Y otros que están mucho en lo ilegal. Yo estaba entre los dos mundos, coqueteando también con los muros ilegales. Todo se podía alternar. Podía irme a pintar trenes de noche pero también me gustaba tirarme una mañana entera en una pared preparada sin que nadie me molestara». 

Hace un tiempo se le podía ver asiduamente por la estación ferroviaria de Tarragona. Así justifica parte de su ideario y su filosofía: «La principal motivación es la cultura en sí del hip hop. El grafiti se hizo fuerte en los convoys de Nueva York». ¿Pero qué necesidad hay de llevar los dibujos y los diseños a un vagón? «Digamos que es la moralidad más extrema. Es atractivo porque es una actividad ilegal. Si fuera legal, perdería la gracia. Una de las motivaciones principales es el riesgo». 

«Pintar trenes es la moralidad más extrema. Si fuera legal perdería la gracia» 

Hay todo un grupo de consignas, de claves y hasta de reglas alrededor. «Se trata de ir sumando diferentes modelos de vagones. Cuantos más tengas, mejor, así que no se trata del grafiti en sí que se haga, sino del recuerdo de eso, de la marca que logras». 

Este artista rompe una lanza a favor del colectivo y sale en su defensa. «Se nos está criminalizando desde hace tiempo, diciendo que tiramos piedras, que agredimos... Los grafiteros no agreden. Como norma general no se quiere hacer daño; los que pintan sólo quieren hacer su pieza, no causar ningún problema a nadie», narra. 

A pesar de eso, admite que a veces algunas situaciones se acaban complicando: «Entiendo que hay gente a la que no le gusta, claro. A veces te empiezan a amenazar cuando tú no has acabado, o te tiran piedras y, claro, tú te rebotas. De ahí puede venir el enfrentamiento, algún conflicto, pero también hay que decir que la gente tampoco tiene la obligación de encararse con un grafitero. Creo que hay mucha manipulación para acabar criminalizándonos».

«Nunca me han cogido, pero alguna vez he tenido que correr para escapar»

«No pintamos en el morro» 
Este tarraconense habla de algunas consignas que, al menos, deberían ser compartidas en el mundillo: «En cuanto a que provoquemos retraso e incidencias a los pasajeros, hay que decir que el grafiti no tiene ninguna influencia. Pintamos en el lateral. Puede ser que haya inexpertos que pinten a veces el cristal del morro, pero eso sucede en contadas ocasiones y son personas que no tienen cabeza. Quizás lo puede hacer alguien para hacerse el graciosillo, pero no es lo habitual. El grafiti se pone en el lateral y el tren así sí puede circular». 

Según cuenta, la norma aconseja reducir al máximo los desperfectos de adentrarse en el recinto en cuestión. El grafiti es el objetivo y su retrato, ya sea en vídeo o a través de foto, la prueba para lucirse ante el resto, la recompensa al peligro asumido en esta arista más radical del arte urbano. 

Este dibujante se movía entre la calma de dibujar un muro de día, en un lugar reglamentario, y la adrenalina esporádica de hacerlo en un rincón prohibido, vetado, como puede ser una estación de tren. «Nunca me han pillado, pero a veces he tenido que correr bastante», se sincera. Recuerda la época en la que las misiones en la estación de trenes de Tarragona eran casi diarias. «Por las mañanas había uno de seguridad que no salía nunca de la estación. Eso lo aprovechábamos para actuar. En Semana Santa fuimos tres amigos a por un media distancia. Nos vieron los ‘seguratas’. Empezamos a correr. A ellos les cogieron, pero yo me escapé, corriendo por toda la playa del Miracle entera. Hasta vomité del sobreesfuerzo». 

«Se está criminalizando al colectivo. A veces nos amenazan cuando no hemos acabado o nos tiran piedras»

Había algún objeto de deseo especialmente codiciado por los grafiteros con estas inclinaciones ferroviarias. «Era un momento con muy poca seguridad. Ahora hay más y es más difícil, porque se ha modernizado la estación. Ahora se pinta mucho menos. Un día aparcaron un espejo rojo y un espejo naranja, que son cercanías. Recuerdo que incluso vino gente de Barcelona. Empezaron pintando cuatro personas y al final había 12 ó 13 chavales a la vez». 

Este artista vuelve a defender la actitud de la tribu urbana y matiza, con espíritu punzante, sobre las quejas de las compañías ferroviarias: «Antes que nada deberían mirar un poco lo que hacen sus trabajadores. He visto a grafiteros sobornar a empleados para que les dejaran pintar tranquilos». 

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