El bar del Anillo Mediterráneo que hace el agosto en los Juegos

Están en el meollo olímpico. Han doblado plantilla y no paran. Aquí comen voluntarios o deportistas

29 junio 2018 08:24 | Actualizado a 22 julio 2018 16:43
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Hace dos años Francisco Ruiz tuvo olfato. Fue casi un visionario. Sabía que en este rincón de Campclar iba a ir la Anella Mediterrània y luego el Ikea, dos polos turísticos muy sugerentes que irremediablemente revitalizarían este distrito a veces dejado.

Sabía que ahí, en esa zona históricamente degradada y olvidada, podía haber negocio. Y vaya si lo hay. Can la Jose, el bar justo enfrente del anillo, con el Palau d’Esports imponente a tiro de piedra, hace su agosto en junio, en los días de los Juegos. «Ya cogimos el bar pensando en que podía ir bien con los Juegos», sostiene Francisco desde este restaurante, muy cerca del epicentro olímpico que se levanta en el medio de Ponent y que estos días habita en el bullicio.

Es sobremesa. Hay Mundial de fútbol zumbando en la tele pero en las mesas proliferan los polos azules del voluntariado, las acreditaciones al cuello, las cámaras de la prensa. «Vienen obreros y voluntarios pero pocos visitantes. Eso sí, nos va bien», explica María José Ramírez, la cocinera y otra de las responsables, la que bautiza este bar de infantería, de los de toda la vida, con la tragaperras, el quinto de cerveza en la barra, la máquina de tabaco y un recuerdo de orígenes cordobeses en la pared; guiños castizos para tanta proyección internacional.

Aquí, donde se escuchan conversaciones en varios idiomas, hay periodistas deglutiendo tapas o voluntarios dando buena cuenta de un menú del día sencillo pero asequible, a precios bien proletarios. Algunos vienen a desayunar, otros toman el primer café de la tarde. «Hemos tenido que aumentar la plantilla.

Antes éramos tres trabajadores y ahora somos siete. Tenemos un 50% más de volumen de negocio», explica Francisco Ruiz. Hasta el campeón de tiro con arco, que se llevó el oro en la Anella en los primeros días, pasó por aquí y se hizo una foto. 

El trasiego no para: van y vienen los platos combinados, los bocadillos, el salmorejo o los flamenquines. No falta el cachopo, ni la paella, ni los callos ni, por supuesto, las bravas. No hay mucho secreto en la cocina, básicamente mediterránea –etimológicamente ideal para esta ocasión deportiva– y de tapas, todo un seguro de vida.

Aquí lo fundamental es la ubicación estratégica, que convierte a este bar en un rincón de asueto y distensión para el ajetreo de empleados y deportistas que hay muy cerca. «Cuando se hacían las obras de la piscina o el Palau d’Esports ya se notó un incremento del negocio. Luego paró, pero ahora volvemos a tener muchos clientes.

Nos va bien y estamos muy contentos», resume María José Ramírez. La maratón o el final de etapa de la Vuelta a España también fueron otros ganchos del lugar.

«Y a eso se añade que vayan a hacer conciertos. Estamos muy felices, porque estábamos en una zona olvidada y ahora esto se reivindica. Es muy importante para nosotros», cuenta María José, vecina del barrio de toda la vida que no tarda en sacar el orgullo periférico.

El trajín es constante: un voluntario con auriculares picando en un ordenador y otros dos departiendo después de comer. Algún vecino cruza por la terraza, bajo un porche, con la compra en dirección a su casa. «Sólo nos gustaría que hubiese un poco más de implicación de la gente del barrio, de los vecinos de siempre», cuentan.

Es la asignatura pendiente de los Juegos, aquí y en casi todas las sedes. Can la Jose, abierto en 2016, vive días de rosas, a pesar de no tener lemas demasiado deportivos. ‘A falta de amor, otra cerveza por favor’, se lee en un cartel en la puerta.

Y en otro hay uno de esos guiños costumbristas y un poco Mr. Wonderful para levantar el ánimo: ‘Si contento quieres estar, a Can la Jose debes llegar’. Algún voluntario fuma. Otro mata el tiempo para volver al tajo. Otro se guarece aquí del sol de justicia que azota. En cualquier caso, ningún bar como este, a pocos metros de la entrada al flamante anillo, ilustra el empujón, incluso económico, que los Juegos pueden tener en Ponent. 

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