El bar más antiguo de Torreforta cumple 65 años

Jose y Paqui, las cocineras del Bar La Rosa, elaboran unos 120 kilos de este manjar a la semana. Reciben clientes de casi todos los rincones del mundo

08 abril 2021 17:20 | Actualizado a 09 abril 2021 04:53
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Si en Tarragona hubiera las siete maravillas como hay en el mundo, una de ellas sería la tapa de callos del Bar La Rosa. No hay ninguna duda. Y si la tienes, es porque todavía no has probado esta delicatessen made in Torreforta. El Bar La Rosa es el más antiguo del barrio de Ponent y hace unas semanas cumplía 65 años desde que los padres del actual propietario decidieron emprender esta aventura. No es fácil mantener un negocio de estas características durante más de seis décadas.

La historia de esta familia y de este bar empieza el 19 de marzo de 1956, cuando el matrimonio formado por Gumersindo Andreu –natural de Tarragona– y Encarnación Ortiz de Pinedo –nacida en Vitoria– abrían el Bar La Rosa en un local de la calle del Ebre de Torreforta. En ese momento, en el barrio solo había otro bar, donde actualmente se encuentra el estanco de la calle Montblanc. Acabó cerrando y el Bar La Rosa tiene ahora el título del bar más antiguo de Torreforta.

La pareja tuvo tres hijos, Javier, Antonio y Jesús, quienes desde muy pequeños se criaron entre fogones y mostrador. «Abrieron el bar porque la familia de mi padre ya tenía uno en Tarragona. Mis padres ya sabían de qué iba la historia y decidieron empezar una nueva vida en Torreforta», explica Jesús Andreu Ortiz de Pinedo, el hijo pequeño del matrimonio y propietario del Bar La Rosa. Andreu se emociona al recordar cómo los tres hermanos ayudaban a los padres desde bien pequeños. Pero no fue hasta el año 1987 cuando dos de los hijos decidieron ponerse al frente del negocio y seguir con el mismo espíritu que les habían inculcado Gumersindo y Encarnación.

Los callos han sido siempre el plato estrella del Bar La Rosa. Gente y personalidades de casi todos los países han hecho parada en este pequeño rincón de la ciudad. Los callos llevan la firma de Encarnación, la matriarca, quien fallecía hace poco más de un año a los 92 años. La artista explicó el secreto de la receta a sus nueras, Jose y Paqui, quienes ya llevan más de 30 años entre fogones, cocinando este plato. «También hacemos otras cosas, como ensaladilla rusa, calamares en salsa y sepia con mayonesa. Pero para haceros una idea, por cada diez personas que entran por la puerta, ocho comen callos», explica Andreu.

Cuando el bar abrió, en el año 56, Encarnación cocinaba, como mucho, 20 o 30 kilos de callos a la semana. Actualmente, se elaboran cerca de 120 kilos. Un dato que deja claro el éxito de este plato. «Hemos llegado a cantidades superiores, pero con la pandemia, la cosa ha cambiado», apunta el propietario. Se trata de una elaboración muy laboriosa y que requiere de un esfuerzo importante por parte de las cocineras. Las almas del Bar La Rosa no nos quieren desvelar el secreto de la receta, pero nos dan alguna que otra pista. «La limpieza y la cocción son muy importantes. El sofrito también es clave para conseguir la combinación perfecta», dice Andreu, quien añade que «uno de los puntos fuertes es que siempre son las mismas manos las que los hacen. Y eso se nota».

Una de las anécdotas que destaca la familia es la que protagonizó un piloto de avión hace unos años. Este hombre visitaba periódicamente el Bar La Rosa para degustar el plato estrella. «Nos pedía que le pusiéramos una tapa de callos para llevar, cosa que no hacemos a menudo por miedo a quedarnos sin para los clientes. En ese caso, le servimos y nos explicó que se los comería en Berlín y que los últimos se los había comido en Moscú», relata Andreu. Se trataba de un piloto de avión que tenía como costumbre compartir la tapa con el copiloto de turno en la cabina, una vez llegado al destino. El Bar La Rosa tiene clientes de casi todos los rincones del mundo.

El futuro está asegurado

Los días de más afluencia son los sábados. «Llegamos a servir hasta cuatro o cinco ollas grandes de callos. Una locura», explica Andreu, quien asegura que la llegada de la pandemia ha permitido reestructurar los horarios «y parece que empezamos a vivir un poco». Y es que, antes de la covid, el bar abría todo el día, hasta las once de la noche. Ahora, con las restricciones, cierra a las cuatro y media de la tarde y los domingos son para descansar. «Hemos aprendido que debemos trabajar para vivir, y no al revés, como hacíamos hasta ahora», dice.

El futuro del bar está más que asegurado. El hijo del actual propietario ya hecha una mano a sus padres detrás del mostrador. La familia, y en concreto Jesús, está muy orgulloso de lo que ha conseguido. No es fácil mantener un negocio durante tantos años. «Los clientes y los vecinos son quienes nos han dado la continuidad. Sin ellos no estaríamos aquí», asegura el propietario, quien se emociona al recordar a sus padres y el esfuerzo que hicieron para tirar adelante el proyecto de sus vidas. «Se lo debo todo. A ellos y a mis hermanos», acaba. Larga vida a los mejores callos de Tarragona y a la familia que los cocina.

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