El comercio de 'toda la vida' en la Part Alta: Los irreductibles

Apenas queda comercio tradicional en la Part Alta. Los que aguantan lo hacen a duras penas o se tienen que reinventar. Apuestan por un turismo ‘respetuoso’ y lamentan los problemas de movilidad y limpieza

25 junio 2017 19:34 | Actualizado a 15 noviembre 2017 11:23
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Calçats Ollé, Radio Brey, las tiendas de velas de la calle Merceria, Esport Catedral, la Pastelería Rabassó... son algunos de los pocos comercios ‘de toda la vida’, de proximidad, que aún resisten en la Part Alta de Tarragona. Irreductibles, sobreviven a los nuevos tiempos. Muchos vecinos siguen calificando su barrio de «un pueblo», pero alertan de que las pequeñas tiendas van siendo sustituidas por comercios pensados para turistas, no para los vecinos.

Raimunda Ollé es una de las supervivientes. Desde hace cuatro décadas, tenía su pequeña tienda de alpargatas en plena Plaça de la Font. Estaba cada vez más rodeada de terrazas. En mayo se le acabó el contrato y el nuevo alquiler «era inasumible». Raimunda tuvo suerte y pudo trasladarse a otro local a muy poca distancia, en la calle Còs del Bou. «Si no hubiera encontrado este local, hubiese cerrado», asegura.

«Me aguanto porque muchos clientes me conocen y tengo el género que necesitan. Son castellers, gente del barrio y de pueblos de alrededor», explica Raimunda. Lamenta que «la Part  Alta se está convirtiendo en una zona de bares y restaurantes. Hay muy poco comercio que no sea turístico. Antes era un barrio de gente trabajadora. Ahora es de turistas. Antes encontrabas de todo en el mismo barrio. Ahora ya no». Pero, inasequible al desaliento, Raimunda precisa que «la nueva situación no es que sea peor. Es diferente. Tienes que amoldarte. Es lo que hay».

Maria del Carme Brey también se ha adaptado a los nuevos tiempos. Su padre abrió una tienda, Radio Brey, en la Plaça de la Font en 1947. Comenzó montando radios y luego se dedicó a vender televisiones y electrodomésticos. La llegada de las grandes superficies mató el negocio y los Brey se reinventaron y transformaron el negocio en una tienda de recuerdos. Eso sí, con denominación de origen Tarragona.

‘Quiero souvenirs locales’

«Claro que el sombrero mexicano tiene mucha salida, pero no lo quiero. Ofrecemos souvenirs locales, aunque también tengo alguna bailarina andaluza. Se venden mucho las cosas sobre castells. En el extranjero los conocen», comenta Maria del Carme, que recuerda que «antes se vendían objetos más caros, como figuras de Lladró, pero llegó el euro y luego la crisis». Los turistas optan ahora por imanes, llaveros, postales... Sea como sea, Brey resiste «a la espera de tiempos mejores».

Entre los elementos positivos de la Part Alta, está, para Brey, «que se han rehabilitado muchos edificios y se han instalado varias instituciones. Los turistas me felicitan por lo bonita que es la Part Alta». En el lado negativo: la masificación de terrazas y la falta de lavabos públicos. «En cualquier ciudad hay. Aquí no. Los bares los cierran con llave y piden una consumición para poder utilizarlos», critica.

196 locales de ocio tiene la Part Alta, según Juan Carlos Vidal, dueño del emblemático Museum, ya cerrado

Según datos del Ayuntamiento, en los últimos diez años se han abierto 36 bares o restaurantes en la Part Alta. El consistorio no precisa cuántos locales de restauración y ocio hay actualmente en el barrio, pero Juan Carlos Vidal, dueño del ‘Museum’, los cifró en 196 en una entrevista concedida por el cierre del emblemático local el pasado mayo.

«Antes había 50 tiendas en el casco antiguo. Ahora sólo ponen bares. Antes la gente era más solidaria. Ahora se van a comprar fuera», relata Montserrat Rius, que regenta la tienda de ‘Alimentació i ceres’ de la calle Merceria. El tiempo parece no haber pasado en su establecimiento desde que se fundó en 1955. 
Montserrat, que también reside en la Part Alta, cree que «lo peor que han hecho es no dejar pasar coches. Hay muchos impedimentos a la circulación». 

Los problemas de movilidad son una de las principales quejas de los comerciantes. «Necesitamos una mejor regulación del tráfico. Hay calles en las que no se puede entrar y vive gente mayor», dice Fina Iniesta, responsable de las Tres Bessones, uno de los bares más conocidos del barrio, ubicado en la Plaça del Fòrum.

La situación puede empeorar aún más –o mejorar– cuando se ponga en marcha la peatonalización de la Part Alta durante el primer trimestre del año que viene.
El enojo crece cuando se trata de la falta de plazas de aparcamiento por el fiasco del Jaume I.  Los locales de restauración son los principales perjudicados.

«Cuando vinimos aquí, vimos el local, el barrio y la cantidad de locales y pensamos que la Part Alta era un punto gastronómico muy potente. La construcción del parking Jaume I nos acabó de decidir. Tenemos incluso un papel firmado por Nadal (el exalcalde) con reserva de plaza en el parking. Pensamos que vendrían riadas de gente...», recuerda Joan Ruiz, el chef del exquisito restaurante Sadoll, en la calle de la Mare de Déu de la Mercè. Pero aquel aparcamiento nunca se hizo realidad y especialmente el Sadoll y Les Coques sufren ahora la odisea de sus clientes para aparcar cerca de ambos locales.

«Me han llamado clientes diciendo que llevaban una hora dando vueltas para aparcar», apunta Eva Sánchez, jefa de sala del Sadoll y presidenta de la Associació de Restaurants de la Part Alta Tarragona (Arpa). 

El problema radica también en que algunos clientes de la Part Alta son un tanto comodones. Pagar por aparcar produce sarpullido a muchos. El parking de la Plaça de la Font es de complicada maniobrabilidad. Y el de la Avenida Catalunya resulta lejos para unos tarraconenses acostumbrados a dejar el coche en la puerta.

‘No se puede repartir’

Joan y Eva defienden a los repartidores, cuya labor es criticada, sin embargo, por numerosos vecinos, hartos de lo que consideran una ‘invasión’ de furgonetas a media mañana. «Es imposible que repartan en tan poco tiempo», asegura Joan. «Hay mucha demanda. No se puede repartir de cualquier manera», añade Eva. Ambos desvelan que más de un repartidor se ha quejado de las reiteradas multas que impone la Urbana a los repartidores.

Los clientes del Sadoll son principalmente locales, aunque también reciben turistas belgas, franceses, ingleses, norteamericanos aconsejados por amigos o por los comentarios favorables en las redes sociales. El Sadoll no forma parte, por tanto, de la ruta de turismo masificado que también denosta algún vecino.
«He estado hace poco en Split (Croacia) y he vuelto asustado de la cantidad de turistas en las calles. Aquello sí es saturación. En Tarragona hay equilibrio. De momento no hay masificación», defiende Xavier Mejuto, responsable de Itinere, la empresa de guías del Portal del Roser. 

Sigue Mejuto: «La Part Alta no es la Barceloneta. El problema no está en los turistas sino en algunas personas de aquí: los de las despedidas de solter@, los que gritan o hacen botellón... Entiendo las quejas de algunos vecinos por el ruido. Hay demasiada permisividad ante los escándalos nocturnos. Pagan todos por algunos locales concretos». 

‘Poneos en fila’

Xavier Pagès, que regenta la cerería Corderet, en la calle Merceria, recuerda que «la Part Alta no es como el Poble Espanyol. Aquí vive gente. Se pretende que el casco antiguo sea una especie de PortAventura, pero PortAventura está limpio y arreglado». 

Pagès ha cerrado acuerdos con algún touroperador que le lleva grupos a la tienda, la más antigua de Catalunya (data de 1751). Les explica la historia del establecimiento en alguno de los idiomas que domina: inglés, francés, italiano, portugués, castellano y catalán. Otros guías, en cambio, llevan a los turistas en grupos masivos que ocupan toda la calle por donde pasan. «Deberían decirles que se pusieran en fila, que aquí vive gente», reclama.

Algunos se aferran a los cruceros como fuente de negocio. Los más critican duramente la falta de plazas de párking

Más allá que a la cantidad, a lo que aspiran algunos comercios es a la calidad del turista, es decir, a que tenga poder adquisitivo. Y ponen la esperanza en los cruceros que atracan desde hace unas semanas en el Port.

«La ZAC (Zona de Acogida de Cruceristas) tiene una incidencia muy positiva. Ya nos ha traído gente. Abrimos expresamente el día que vienen. Ojalá vinieran más cruceros. Hasta ahora sólo iban a Barcelona. Allí sólo se ven ‘guiris’. Barcelona sí que está saturada, no Tarragona», sostiene Aurora Illarramendi, de Antigüitats Castellarnau, en la Baixada de la Misericòrdia.

Illarramendi advierte que «deberíamos estar orgullosos de nuestro casco antiguo pero podría estar mejor cuidado». ¿Cómo? Con más limpieza y sobre todo velando por el deplorable estado de conservación de algunos edificios, que amenazan ruina: 80, según Illarramendi.

Joan Bustos –que dirige junto a Marina B. Cubells Arts Estudi (en la calle Cavallers)– y Sonia Pérez, de Esport Catedral coinciden en que el Ayuntamiento no piensa en los pequeños comercios sino que está enfocando el barrio hacia el ocio.

«Sólo te machacan a pagar. No hay servicios ni nos tienen en cuenta en el tema cultural. La Part Alta es preciosa pero está muy dejada», considera Bustos. «El comercio pequeño se está muriendo. Lo único que tiene salida son los bares y restaurantes», señala Pérez. 

Entre ese comercio irreductible que aún pervive está la Pastelería Rabassó, en la Plaça del Fòrum. «Resistimos porque todo lo hacemos nosotros mismos», explica Eduard Seriol. «Me gusta el trato con la gente del barrio –continúa–, pero antes éramos como una gran familia y eso se está perdiendo». También resalta la calidez en el trato diario Zabbi, que está al frente de Super 7 Días, en la calle Merceria.

Muy cerca del súper, Fina Iniesta y dos de sus tres hijas, Danae y Anabel, están en las Tres Bessones. «El problema con las terrazas es que hubo un momento de locura en que se dieron demasiados permisos. Soy supertolerante con el ruido, pero los que quitan las mesas y la sillas de las terrazas de madrugada deberían tener cuidado de no arrastrarlas. Tenemos que convivir todos», advierte Danae. Su madre reclama más presencia policial y apela también a la convivencia entre vecinos, turistas y gente que acude a las terrazas. 

La coexistencia es la clave. Xavier Pagès, de Corderet, lo tiene claro y sentencia: «las autoridades deberían impulsar campañas de concienciación cívica, para que se respete a los vecinos. También vivimos del turismo, sí, pero todo se puede conciliar. Es cuestión de respeto».

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