«El director nos dice que no vayamos a clase en tirantes porque distraemos»

Unos 200 estudiantes se manifestaron en Tarragona para denunciar machismo en el aula y pedir una asignatura de educación sexual igualitaria. La marcha acabó con confesiones de chicas acosadas

15 noviembre 2018 09:30 | Actualizado a 15 noviembre 2018 18:01
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La joven Octey cogió el micro y lo que sólo conocían hasta ahora su psicóloga y algún familiar se lo explicó, en plena calle Sant Francesc, a unos 200 desconocidos. Y comenzó por el principio, por cuando era una niña de seis años y aquel comentario la descolocó. «Un niño dijo que las chicas eran más débiles que los chicos. Aquello me impactó, porque yo me había peleado y había visto que no era así. Era muy peleona y nunca me vi en desventaja con ningún niño de mi edad. No somos más débiles. No es la realidad, lo que ocurre es que nos han educado para pensar eso», asestó de entrada, antes de compartir allí, frente a la Delegació del Govern donde había ido a parar la manifestación, el voltaje emocional de una dura experiencia: «He sufrido muchos años de bullying. Recibí pedradas por estar leyendo en el patio». En Secundaria las cosas se complicaron. Lo peor llegó en tercero de ESO. «Un chaval me empezó a insultar, a acosar. Me llegó a arrinconar y me obligó a ponerme a cuatro patas y de rodillas. En una de esas veces, le aparté con el brazo y toda la clase se puso en mi contra: ‘¿Quién te crees que eres para hacer eso?’». 

Su testimonio sobrecogió a los presentes, porque de alguna manera ilustraba lo que se venía a denunciar. «El chaval –continuó ella– me llegó a insinuar que me violaría al salir a la calle. Por no hablar de todas las preguntas incómodas que me llegó a hacer», confesó ella, con entereza y valor, que siguió relatando ese tormento adolescente que todavía colea: cómo, después de aguantar en silencio, un día explotó cuando su padre le recriminó unas malas notas: «No pude más. No me había atrevido a contarlo y se lo expliqué. Y aún me echó bronca mi padre diciendo que tenía que habérselo contado antes para hacer algo». 

Ni el cambio del centro público al concertado sirvió para arreglar la situación. Octey, ante esa multitud congregada en el final de la marcha, asombró por la lucidez y la dureza: «Sigo teniendo eso adentro. Tardé seis años en ponerle nombre a lo que yo llamaba ‘lo que me pasa en el instituto’. Aquello era acoso sexual».

Los parlamentos finales de la marcha en Tarragona para erradicar el machismo de las aulas acabaron en un goteo de testimonios valientes de denuncia. Otro, el de la chica acosada recientemente en Altafulla, que se atrevió: «Hace poco, tres chicos nos tocaron y nos acosaron a cinco chicas. Yo soy una de ellas. Ayer fue el juicio y este chico está en la calle». 

Contra los patrones adquiridos

Palabras, testimonios y confesiones, casi como una catarsis, no sólo para pedir una asignatura de educación sexual inclusiva y obligatoria en todos los centros; también para desterrar por fin comportamientos y comentarios machistas, fomentar la educación y el respeto en la diversidad de género y, por supuesto, luchar contra todo tipo de violencia en las clases. «Nos unimos a esta manifestación para luchar contra los patrones sexistas adquiridos y que se ven en los medios, en las revistas, en la música o en el cine. Eso fomenta los micromachismos y las relaciones tóxicas, incluso entre menores», comentaba Judith Sangüesa, del colectivo Fridas.

 

Carme Prades, portavoz del Sindicat d’Estudiants, el ente convocante, desgrana el día a día: «Hay centros públicos de Tarragona en los que el profesor e incluso el director te dice que no vayas en tirantes o en pantalón corto porque distraes y porque provocas». 

Una pancarta con el lema ‘La ropa no define nuestros rendimientos’ iba en la línea, igual que las denuncias de alumnos del Cicle Superior de Promoció de Igualtat de Gènere que se imparte en el Institut Gaudí de Reus. «Conocemos casos de directores y hasta directoras que nos han dicho que no vayamos en tirantes porque distraemos. ¿Quién tiene el problema? ¿La chica que va así o el chico que se distrae por eso?», admite una joven. En otra clase, cuando el profesor hizo un comentario así, al día siguiente ellos fueron con falda en solidaridad. 

En suma, los alrededor de 200 asistentes, todos ellos muy jóvenes, reclamaron, en el trayecto desde la Plaça Imperial Tarraco a Sant Francesc, «una buena formación con perspectiva de género», que va desde los libros de texto hasta el comportamiento de los profesores y los compañeros. 

No faltó la indumentaria preceptiva: chicas con los labios pintados de lila y con sudaderas del mismo color para la ocasión. Muchos llevaban el símbolo de Venus clásico pintado en las mejillas. En las pancartas, se leían proclamas como ‘somos el grito de las que ya no tienen voz’, ‘No quiero tu piropo, quiero tu respeto’ o ‘De camino a casa quiero ser libre, no valiente’, eslóganes popularizados a rebufo del tirón del ‘Me too’ y sus ramificaciones, como la masiva e histórica manifestación del 8-M.

También se leía, entre las banderas arcoiris icono del movimiento LGBT, enseñas como ‘Empieza el matriarcado’. Se escucharon los lemas comunes de la causa, como ‘basta ya de justicia patriarcal’ o ‘no es no, lo otro es violación’. Carme Prades volvió a la carga durante los parlamentos: «Eso es sólo el principio. Hay que seguir luchando». «¿Por qué tenemos que dar explicaciones sobre cómo vamos vestidas o cómo nos maquillamos?», se lanzó la pregunta. Algunos parlamentos se hicieron leyendo el texto del móvil, otra muestra de la extrema juventud, que también sufre la lacra. «Basta ya del uso de nuevas tecnologías como herramientas de control en la pareja», dijo una compareciente. Hasta se deconstruyó el amor romántico. «No existe eso de media naranja. Sólo hay una persona y es libre», dijeron para defender las relaciones no tóxicas. 

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