El empeño de cinco locos por la arqueología que acabó en museo

Patrimonio. Si hoy sobreviven (y podemos contemplarlas) algunas piezas claves del legado romano en la ciudad, es gracias a los fundadores de la Societat Arqueológica

10 octubre 2020 18:20 | Actualizado a 11 octubre 2020 06:54
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Si hay una pieza que está grabada en la memoria de los tarraconenses y que consigue que imaginemos la riqueza del legado romano en la ciudad ese es el emblema de la Medusa; un mosaico de factura exquisita que, de hecho, es el icono del actual Museo Nacional Arqueològic de Tarragona.

Pero quizá lo que pocos sepan es que esa pieza, igual que otras de enorme valor, muy probablemente no habrían permanecido en la ciudad a no ser por el empeño de cinco visionarios que en el año 1844 fundaron la Societat Arqueològica Tarraconense (el carácter de Real le sería reconocido más tarde por el Rey Alfonso XIII) y en el mismo momento alquilaron, con sus propios medios, un piso para instalar un museo abierto al público.

En sus estatutos ya contemplaban que «el principal objeto de esta Sociedad es reunir en el Museo todo el número posible de fragmentos, monedas, medallas y demás documentos históricos dignos de aprecio hallados en esta provincia... Y propagar en la juventud, por todos los medios que estén a su alcance, la afición al estudio de nuestras antigüedades que, cual luminosa antorcha, nos descubren la civilización de nuestros antepasados».

«Todo fue una sorpresa»

Hoy ‘la Arqueològica’ no solo sigue viva, sino que continúa fiel a su carácter inicial; está formada por particulares (unos 400 socios) y es la sociedad de su tipo más antigua de España, tal como da fe su presidente, Joan Vianney Maria Arbeloa.

Entre las actividades para conmemorar sus 175 años, que se celebraron el año pasado, está la edición de un libro que, precisamente, cuenta la historia de aquel primer museo: L’antic museu de la Societat Arqueològica Tarraconense (1844-1867), coordinado por Jordi López Vilar, doctor en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología por la URV.

Cuenta López que se interesaron en la historia de aquel primer pequeño museo porque fue, junto con el de la Comissió de Monuments, el germen del actual Museu Arqueològic.

«Todo fue una sorpresa», reconoce el investigador, que cuenta que a aquel museo fueron a parar piezas de los propios socios, muchas donadas, otras en custodia, y también compradas. Las hay, incluso, que provenían de excavaciones que impulsaba la propia Societat, como la Medusa, que fue encontrada durante unas excavaciones en la Pedrera del Port en 1845.

Vianney señala que de no haber sido por aquella iniciativa privada muchas piezas habrían ido a parar al mercado de antigüedades y, muy probablemente, no habríamos podido contemplarlas hoy.

Una historia intensa

Aquel primer museo se instaló en un piso de la Calle Granada. Durante los primeros años hubo una recogida constante de piezas, ya fuera por compra, depósito, testamentos o excavaciones.

El museo se quedó pequeño rápidamente y tuvo que trasladarse a un nuevo local, más grande, en la placeta de l’Ensenyança. Un conserje contratado se encargaba de enseñarlo al público.

En el año 1953 la autoridad les concedería una parte del antiguo convento de Sant Domènec, en la Plaça de la Font. Allí se instalarían después el Ayuntamiento y la Diputació. El mantenimiento y funcionamiento seguía corriendo a cargo de los socios.

La unión definitiva de los fondos de este museo y el de la Comissió de Monuments (ente público) se produjo en 1867. Ese mismo año un real decreto creaba en las provincias los museos arqueológicos respectivos.

Además de recoger la historia del museo, el libro presenta un catálogo de 92 de las piezas más representativas de aquel museo, como el friso atribuido al templo de Augusto. Aunque no todas son tan conocidas, algunas, de hecho, nunca han sido expuestas y ven la luz en el libro.

La descripción corre a cargo de especialistas de diferentes instituciones: Julio C. Ruiz, Diana Gorostidi, Josep F. Roig, Damià Amorós y Sofia Mata, así como el propio López.

Han colaborado especialmente el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona y el l’Institut Català d’Arqueologia Clàssica, mientras que la Fundació Privada Mútua Catalana y la Diputació de Tarragona han hecho posible la edición y financiación.

Aunque se trata de una edición para socios, el libro se distribuirá a bibliotecas así como a las entidades (unas 250 de todo el mundo) con las que la sociedad tiene intercambio.

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