El maravilloso árbol humillado

Aberración. En muchos pueblos se cortaron los árboles. Ahora, algunos «expertos» en sostenibilidad nos dan lecciones de ciudades sin sombras

08 enero 2020 13:50 | Actualizado a 08 enero 2020 13:58
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Antaño, los carros circulaban bajo inmensas sombras majestuosas de árboles, entre pequeños pueblos y localidades. Las hojas y el aire se aliaban con la marinada para embellecer las tardes. Sus conciudadanos transportaban comestibles y personas en «modo sostenible». Eran las pequeñas smartvilles de hace 100 años. Y ahora, algunos se denominan expertos en sostenibilidad y nos dan lecciones sobre la ciudad sin sombras. Menuda broma.

A golpe de accidente con el Seat 124, el Tiburón, o el 1430, la mayoría de pueblos de España decretaron la muerte de los Platanus Hispanica (plataneros). Valía más la vida de aquel conductor que «a toda pastilla», a la vuelta de feria o fiesta mayor, con demasiado alpiste, se la pegaba contra estos maravillosos árboles, que el árbol en sí. Se cortaron todos en la mayoría de los pueblos. Para mí entender fue la mayor aberración paisajística y de sostenibilidad a pequeña escala de nuestra recién estrenada modernidad. Todos, o casi todos lo aplaudieron. Muchos alcaldes del momento lo recordaran,… o no querrán.

Hoy, apenas empezamos a hablar de los Olivos milenarios cuando los arrancan para la reventa. Pero ya algunos, en la década de los 90 estudiábamos las construcciones de piedra seca en el ámbito del mediterráneo para entender los trulli italianos les boires francesas, les barraques de vinya catalanas o els marges de pedra seca como un contexto común del mediterráneo, de una arquitectura del agua y de la supervivencia agrícola en un proceso de espedregar el camp y cultivar. Y en este contexto rural, cultural, social está el platanero, tan nuestro como la paella, tan nuestro como la vid y el olivo. Y tan despreciado.

Mientras o golpe de inteligencia emocional los hemos cortado, en algunas poblaciones francesas forman parte del entorno arquitectónico y paisajístico. Forman parte de la tercera edad del municipio, de sus gentes, de sus vidas, de sus recuerdos. Ha sido la calle, la calzada la que se ha adaptado al árbol con sumo respeto, apartándose de su base y no el árbol el despreciado, por el paso de una calle.

Hoy, casi todos se han olvidado por completo de este episodio que fue uno de los mayores delitos ecológicos y paisajísticos cometidos en la mayoría de los municipios de este país, «para comérselo». Cortar y talar para dar paso a la modernidad y a la seguridad ciudadana. Menuda paradoja del sentido común nos circunda desde los años 60.

Otros expertos dicen que en nombre de las alergias no conviene este árbol, olvidando que también hay alergias por los olivos, los pinos, los cedros, los abetos, la soja y granos que se escapan de vertidos portuarios o las interacciones de agentes contaminantes de la gran industria. Quiero recordar que, en sí, la vida nos infiere ya una cierta reacción alérgica a las injusticias y no cabría esperar una reacción mejor que la de empezar a recuperar más memoria histórica y menos memoria histérica para que nuestros pueblos y ciudades se vistan. Supongo que el mundo sin alergias no será un mundo sin árboles. Y posiblemente será el mundo natural el que nos infiera mejor calidad de vida y de aire que las grandes petroquímicas en municipios incapaces de tener lectores automáticos y públicos de dióxido de azufre o dióxidos de nitrógeno.

Me entristece pensar cuantos ancianos no podrán gozar de las calurosas tardes de verano bajos su sombra majestuosa, rememorando historias, tiempos pasados, junto a una infusión, o una taza de café, o un sifón y un vaso de vermut. O cuántos niños, regresando de sus escuelas, ya no podrán saber lo que el ruido del otoño al pisar sus poderosas hojas. Ni cuántas risas perdidas por no poder jugar a darse con las bolas de tan majestuoso árbol, ni cuántas pequeñas grandes señas de amor grabadas en su corteza.

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