El pasado industrial de la Part Baixa de Tarragona

Almacenes de grano, bodegas, viviendas sociales e incluso un cine forman parte de la historia del barrio de la marina

01 diciembre 2018 11:32 | Actualizado a 01 diciembre 2018 18:06
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Los almacenes, bodegas y fábricas de vapor del Barri del Port ya son historia. Sin embargo, a través de las calles de la antigua zona de la Marina aún pueden descubrirse algunos de los vestigios de un pasados industrial y comercial no tan lejano. 

¿Saben que en esta parte de la ciudad se instaló el primer teléfono de la ciudad? ¿Y que, casi en el mismo periodo, en la calle Vapor había unos baños que funcionaban con agua de mar, en los que podían asearse las mujeres? Son algunas de las curiosidades de la ruta organizada por la Biblioteca Pública de Tarragona, en la que Ramon Aloguín i Pallach habla sobre Industria y vivienda en el centro de la Part Baixa.

La ruta empieza en la Plaça de l’Aduana, un pequeño espacio entre las calles Reial y Rebolledo. Allí se encuentran los vestigios del edificio más antiguo que se conserva del barrio del mar. Es la antigua sede de la aduana, que data de 1761 y que se utilizó durante casi dos siglos, hasta que ésta se trasladó a la Plaça dels Carros. 

Nada más empezar la ruta, uno se da cuenta de que ésta fue una zona construida por la Iglesia. Prueba de ello es que la mayoría de las calles aún conservan nombres de santos, como la de Sant Miquel, Sant Josep, Sant Fructuós, Sant Oleguer y Nova de Santa Tecla, entre otros. En la calle Smith se encuentra el edificio de la Mare de Déu del Loreto. En los bajos de este inmueble hay la Peluquería Salcedo, pero la importancia de este bloque está en que fue la última operación impulsada desde la iglesia, que construyó viviendas sociales.

El Barri Marítim fue una zona próspera en la que había el edificio de Hacienda, la Aduana y el Banco de España. También aquí se instaló el primer teléfono de Tarragona. Según explica Aloguín, fue en el año 1889, cuando Clement Goupille ponía en funcionamiento la primera línea que le permitía llamar desde su almacén, en la calle Reial, a casa, en la calle Jaume I.

En la calle Sant Miquel se encuentra el primero de los almacenes en los que el grupo que participa en la visita, de más de una veintena de personas, se detiene. Data de 1935 y en la fachada aún pueden verse las letras desgastadas en las que puede leerse: «Servicio Nacional de Trigo. Ministerio de Agricultura. Almacén depósito». En su interior no había ni una harinera ni un molino, sino un almacén desde el que se regulaba el precio del trigo. Ahora las palomas intentan abrirse camino entre las ventanas de ventilación que hay encima de las puertas.  

La Campana

La mayoría de las antiguas naves están abandonadas. Sin embargo, hay algunos casos en los que en su interior se sigue trabajando. Es el caso del almacén Vallvè, que construyó la familia Padró para acopiar aceite. Posteriormente se utilizó para hierros y ahora es la sede de la empresa de artes gráficas Gabriel Gibert.

Los almacenes se concentraron especialmente en las calles más próximas al antiguo Teatre Romà. «Muchos de estos edificios estaban conectados por debajo de la calle y por allí pasaba el vino», explica el arquitecto.

Los edificios Bonsoms, en la calle Cartagena, impresionan por sus grandes dimensiones y, desde esta calle, empieza a apreciarse una gran nave que destaca por su forma en forma de diente. Es La Campana, un edificio que se construyó tras comerse una parte de la montaña y en el que podían almacenarse toneladas y más toneladas de grano.

Su construcción data de 1962, aunque los primeros problemas no tardaron en aparecer. En 1974 tenía lugar la primera crisis del petróleo. «Esto supuso un incremento de los costes y, para intentar hacer más eficiente el transporte, empezaron a utilizarse camiones más largos que no pasaban por estas calles», describe el arquitecto. La Campana, que debe su nombre a la forma interior del edificio, destaca por sus enormes dimensiones. Ahora se utiliza como taller, aunque es una zona que se ve afectada por el PMU-42, el cual establece que estos edificios se derribarán para poner en valor el entorno del Teatre Romà.

La proximidad con el puerto de Tarragona y el hecho de que éste fuera enclave estratégico, hizo que las bombas de la Guerra Civil hicieran estragos sobre esta parte de la ciudad. Muchas de las naves tuvieron que ser rehabilitadas, aunque en algunas paredes aún puede apreciarse la metralla. 

Un cine con mil butacas

Por el camino, no dejan de aparecer informaciones sorprendentes. En el número 20 de la calle Smith se encuentra uno de los edificios más antiguos del barrio. Se construyó en 1884 y la fachada mantiene el mismo aspecto que cuando se edificó, hace 135 años. Más adelante, en la calle de Misericòrdia con calle Reial, destaca el antiguo Cinema Reial, que ahora se ha convertido en un supermercado Spar.

Obra de Antoni Pujol –hijo del arquitecto que construyó el Mercat Central y el Antic Escorxador– la sala de cine tenía capacidad para 1.061 personas. Ramon Aloguín revela un último detalle. «Durante la república, el Cinema Real pasó a llamarse Cinema Ideal».

La calle del Mar también tuvo una historia reciente apasionante. Este eje que da a las vías del tren, y que ahora es el blanco de innumerables críticas, por su estado de deterioro, también fue una arteria comercial destacada. Prueba de ello es el Col·legi del Carme, en el que, cuando llegaron las Carmelites Descalces, era un almacén con la residencia en la parte de arriba. Ya en el número 41 Bis de esta mismas calle se encuentran los baños de señoras, que se abastecían con agua de mar y que estuvieron funcionando hasta finales del siglo XIX.

La transformación del barrio a partir de los años sesenta fue muy rápida. Muchos de los antiguos vinateros se marcharon y, con la expansión económica, se buscaron nuevos espacios para edificar. Las antiguas naves proporcionaban grandes solares en los que era sencillo empezar a construir viviendas, lo que propició la rápida transformación. 

El pasado industrial del barrio marítimo no puede explicarse sin hablar de los De Muller y de la Chartreuse. Los primeros tenían tres fábricas tan solo en la Plaça dels Infants, además de un almacén en la calle Jaume I. Éste último estaba conectado con el Moll de Costa por un conducto que cruzaba la vía del tren y permitía cargar el vino a granel directo a los barcos. 

La ruta acaba en la antigua Chartreuse, el único de todos estos edificios que se ha recuperado aunque no puede visitarse y tiene muchas zonas abandonadas.

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