El penúltimo bocata de Eduard Boada

En pleno duelo. El mítico tascaman echa de menos el trato con los clientes y se sumerge en los recuerdos. Lamenta que los problemas de salud le hayan obligado a echar el cierre

04 enero 2019 19:15 | Actualizado a 05 enero 2019 11:22
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10.30 horas de anteayer. La puerta del Bar Boada, en la calle Rovira i Virgili de Tarragona permanece cerrada. Lleva así meses. En su ventana se han ido acumulando mensajes de apoyo a su propietario, Eduard Boada, al que el ‘Diari’ apodó ‘El Dalí de los bocatas’. 

Boada tuvo que bajar la persiana del que era el bar más antiguo de Tarragona por problemas de salud. El local contaba con 70 años de vida. Eduard está sumergido ahora en la tristeza y el aburrimiento. Le faltan sus clientes, sus conversaciones, las pequeñas colas ante su mostrador, la música de ópera que sonaba mientras diseñaba sus bocadillos de autor...

Boada abre el bar exprofeso para el ‘Diari’ y esculpe en la plancha una de sus míticas creaciones culinarias. El bar está exactamente igual que hace meses. Como si hubiera cerrado el miércoles. Eduard no quiere retirar ni un cuadro ni uno de las decenas de recortes que decoran las paredes. Muestra con orgullo las fotos de las personas que se han acercado a su casa o le han parado por la calle para darle ánimos, entre ellos el alcalde, Josep Fèlix Ballesteros. Boada también atesora los artículos que han ido informando estos meses del cierre de su bar.
La conversación oscila entre la nostalgia, la filosofía ‘boadiana’ y el agradecimiento a sus clientes. «El bar estaba lleno de gente. Ahora está lleno de recuerdos, pero me he dado cuenta de que la gente me quiere. Eso (dice señalando los papelitos de las ventanas) me consuela, me alivia». 

No es de extrañar. «Para Don EDUARDO y familia, siempre en mis recuerdos más queridos»… «Eduard: Estic aprimant molt per no menjar els teus entrepans gegants. Torna aviat»… «Encontramos a faltar tu filosofía»… «Eduard, anims a tope»… «Fui un Quinto del 83. Resido en Zamora y recuerdo con gran cariño tus enormes y en ocasiones regalados bocadillos de mortadela. He venido a verte y veo que andas pachucho. Recupérate pronto»… Son algunos de los mensajes que le han escrito sus clientes. 

La espalda le ha jugado una mala pasada. Ya a principios de 2018 estaba fastidiado. Pero Eduard aguantaba. Un día tras otro. Hasta que no pudo más. «Iba tomando calmantes, pero un día a las 8 de la mañana cuando iba a comprar el pan me mareé, me plegué y ya no pude abrir», relata. Era abril. Desde entonces no ha vuelto a ponerse tras la barra. Excepto anteayer.

Sigue Boada: «Las vértebras me están matando. Me han infiltrado. He ido a Barcelona y me han dicho que si me operan hay mucho riesgo…». Eduard cumplirá 77 años el 19 de enero. Y hasta el pasado abril nunca había estado de baja. A los 12 años empezó a ayudar a su padre en el bar.

«En abril empezó el calvario. Ahora me aburro mucho. Tengo que buscar algo para distraerme. Salgo a pasear pero a veces no puedo llegar ni al Balcó. Quiero dejar los bastones, pero….», lamenta Eduard mientras sigue manejando la plancha con la maestría de siempre. Boada detiene la cocción bocadillera un instante. Mira alrededor. A un local repleto de objetos, pero vacío de gente. «Echo esto a faltar. Era mi escena. Cada uno tiene en la vida un territorio, una parcela. No puedo alquilar este local a otra persona. Era mi vida. Lo abrió mi padre y construyó nuestra casa encima, como los botiguers de antes», rememora.

De soldados a estudiantes

La mención de su padre le conduce a una prolija explicación sobre la tipología de los clientes del bar: los soldados que iban al local con un trozo de pan para que el padre de Boada se lo ‘rellenase’; los guardias civiles y policías nacionales del cuartel próximo, ya cerrado, y de la comisaría que se ubicaba en lo que ahora es la Cambra de Comerç; los empleados en las oficinas o comercios propios y, en los últimos años, los estudiantes de la Rovira i Virgili. 

Boada posa serio para la foto. Cuando la fotoperiodista le pide que sonría, responde «estoy serio porque la procesión va para dentro, pero puedo sonreír… Hay que reírse de uno mismo… Quien te ha visto y quién te ve».  Continúa filosofando sobre su propia vida: «No he pensado nunca en el dinero porque siempre he tenido lo que he necesitado»… «Gracias a Dios hoy en día la mayoría tiene más de lo que necesita»… «Nunca he hecho mal a nadie y si lo he hecho ha sido por ignorancia»... «Todo lo que tengo se lo debo a mis clientes»...

Eduard está triste. «Me moriré pronto. No me da miedo la muerte. Lo que me da miedo es el dolor. Hoy me he tomado un Nolotil para poder bajar al bar y estoy mejor, pero ayer sólo quería quedarme en la cama», musita.  Todos moriremos. Pero, como canta Mecano en alusión a Salvador Dalí, «los genios no deben morir». Y Boada es un genio de los bocatas. El del jueves estaba exquisito. Su penúltimo bocadillo (nunca se puede decir el último) era una obra de arte. Otra más.

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